Redacción (Jueves, 02-06-2011, Gaudium Press) El hombre es un todo substancial, armonioso, constituido de un cuerpo cuya forma es el alma, y potencias: vegetativa, sensitiva e intelectiva, que interactúan. Así, si alguien, durante un paseo por el campo, se encuentra con un toro furioso, se produce en el organismo una serie de reacciones en cadena: la glándula suprarrenal inyecta inmediatamente adrenalina en la sangre, el corazón se acelera, los bronquios se dilatan y la respiración también se acelera. La sensación de miedo provoca reacciones fisiológicas que colocan al cuerpo en un estado concordante con el alma. Existen, pues, los estados físicos de miedo, vanidad, coraje y muchos otros.
Atardecer en Venecia – Foto: Gustavo Kralj |
Entretanto, existe también el estado físico provocado por lo maravilloso, que produce enorme bienestar y dispone para el esfuerzo y para la dedicación al bien. La salud se beneficia, una serie de indisposiciones orgánicas entran en orden y se enfrentan mejor los estados de aflicción y angustia. El deleite producido por el sentido de lo maravilloso es insuperable. Una «experiencia de lo maravilloso» está al alcance del hombre y, cuando bien asimilada, produce en el organismo un efecto que podrá ser comparado con algunos medicamentos y antidepresivos. Lo que no quiere decir que los medicamentos no deban ser utilizados, sino la «maravillo-terapia» podrá favorecer una recuperación más rápida y eficaz.
Bosques, campiñas, montañas, las variaciones del cielo diurno y nocturno, las auroras y los ocasos, el mar majestuoso… son remedios naturales puestos por Dios a nuestra disposición. Pero no son los únicos; también las obras humanas, las nietas de Dios, según expresión de Dante. [1]
Hace parte del arte del bien vivir el aprovechar todo lo que pueda ser objeto de contemplación. Lo maravilloso es lo mejor de la realidad, y apunta hacia lo Absoluto. Los medievales eran especialistas en este arte y fomentaban con naturalidad la «celestialización» de las cosas; todo lo que hacían tendía al ápice de lo maravilloso. Comentaba el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que «el alma ‘maravillable’ es un alma maravillosa, capaz de hacer maravillas». [2]
Volcan Osorno, Chile – Foto: Sebastián Cadavid |
El hombre de hoy no perdió la capacidad de admirar, por más que la sociedad le haga muchas otras invitaciones. Es preciso proporcionarle ocasiones para, maravillándose, discernir en las cosas aquello que ellas tienen de bello, bueno y verdadero, o su ausencia, y con esto poder dirigirse a lo esencial: Dios.
Mons. Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, describe la adhesión de aquel que se deja «seducir» por la Belleza que salva:
«Es en el interior de la evidencia objetiva, que se deja percibir a partir del sujeto con la primera reacción del ‘espanto’ y de la ‘admiración’, que se encuentra ya la fuerza que lleva al hombre a reconocerla como bella y, por tanto, buena y verdadera y por eso mismo llena de sentido para ser amada y seguida». [3]
Por Mons. João S. Clá Dias, EP
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