Redacción (Miércoles, 22-06-2011, Gaudium Press) La formación de una comunidad está evidentemente de acuerdo con la naturaleza humana, pues el hombre es un ser eminentemente social. A él agrada vivir en sociedad, a fin de que todos se ayuden mutuamente para alcanzar un fin común. En la vida de sociedad él tiene los medios necesarios y útiles para la conservación de su vida, sin los cuales no podría vivir plenamente. Sin este apoyo indispensable, él estaría constantemente preocupado en rechazar factores hostiles que lo impedirían de conservar su existencia, viviendo, pues, una existencia de aflicciones y peligros.
«El hombre nació para vivir en sociedad, por tanto, no pudiendo en el aislamiento ni proporcionarse lo que es necesario y útil para la vida ni adquirir la perfección del espíritu y el corazón, la Providencia lo hizo para unirse a sus semejantes, en una sociedad tanto doméstica como civil, única capaz de proveer lo que es preciso para la perfección de la existencia». (LEÓN XIII, Immortale Dei, n. 4)
La sociedad tiene una finalidad más universal que la propia familia, pues ella debe suministrar el bienestar a toda la comunidad que de ella participa. El bien común es la meta de la sociedad civil; de esta manera, los deberes y las obligaciones de todos y de cada uno son diferentes. Cada uno debe responsabilizarse por aquello que le compete y celar por la manutención del bien común, que es el bien de todos.
Los ciudadanos que constituyen una sociedad civil forman parte de una comunidad, la cual engloba todos sus miembros. Sean ellos ricos o pobres, el destino de la misma sociedad interesa a todos, como a parte tiene relación necesaria con el todo. Se deben, pues, ser observadas las leyes de la justicia de modo equitativo. Ellos son la célula viva de la nación de la cual hacen parte.
Por el P. Leopoldo Werner, EP
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