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Plañideras e internet

Redacción (Lunes, 27-06-2011, Gaudium Press) Muy probablemente las nuevas generaciones nunca oyeron el término plañidera. Si se arriesgan en una definición, dirán que tiene relación con campo, con jardín, con alguien que ejecuta la tarea de carpir la selva.

En verdad, la palabra expresa una profesión sui generis: llorar por los muertos. Sí, es una profesión milenaria, cuya presencia hasta la Biblia registra. Siendo tradición tan antigua, y de origen oriental, probablemente, no es de espantar que ella aún exista en la querida India.

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Representación de la Muerte de San José

Cuando se vive en otro país, con cultura tan diferente de la occidental, todo es curioso y marca la memoria. Fue el caso del entierro asistido en Divar, Goa. El fallecido era un ilustre padre de familia, ya cerca de los 70 años, con los hijos criados y bien instalados, exceptuando el más joven, cuyo matrimonio estaba marcado para exactamente cinco días después del fallecimiento del padre. Se puede imaginar el trauma. Entretanto, todas las formalidades que forman parte de los ritos funerarios fueron minuciosamente seguidas.

El fallecido pertenecía a una familia descendiente de portugueses, ya mezclada con el elemento nativo. Por este motivo, su reputación era elevada; pertenecía a la casta de los Bramanes. Vivía en uno de los lugares más bonitos de Goa: la isla de Divar. Este apreciable lugar bien puede ser descrito como una pequeña reproducción de un pueblito cualquiera de Portugal. El estilo de las casas, las iglesias, dentro de ellas los santos, los altares, la arquitectura barroca colonial, todo recuerda al pintoresco país luso.

En una larga avenida de tierra, ladeada por casonas antiguas, se situaba la casa del fallecido. Ciertamente, en tiempos idos, la casa era bella y vistosa. Ahora estaba con los colores descoloridos, las maderas del tejado podridas, y hasta tal vez seculares mangas del patio mostraban las enormes raíces expuestas, como certificando los múltiples esfuerzos que el vegetal había hecho a lo largo de tantos años.

En la sala estaba montado el féretro: las paredes y ventanas cubiertas por tejidos negros, un murmullo respetuoso y la familia consternada. Hasta aquí nada excepcional. Pero cuando el visitante, conducido por alguien de la familia, entraba a la sala anexa, se sorprendía con una mesa abundantemente servida. Todos los mejores platos típicos goeses allí se encontraban. El sabroso ‘calde’ verde, la torta ‘semrival’ (sin rival), la ‘bebinca’, el chorizo goes, empanadas, vistosos ‘chapatis’ y ‘apas’, en fin, todo lo que daba agua en la boca del invitado y peso en la consciencia, por estar deleitándose con la vista y el olfato, y, posteriormente, con el paladar, mientras se velaba a un difunto en la sala.

Pero, como allí es costumbre, los visitantes se consolaban de la muerte alimentándose bien. Es señal de alta categoría del muerto, los platos numerosos y variados, y el visitante debe sentirse bien recibido hasta por el finado.

Al aproximarse la hora del entierro, a medida que la casa se llenaba, iban llegando algunos señores con uniformes garbosos, cargando instrumentos musicales. ¿Habría el muerto pertenecido a alguna corporación musical que ahora venía a prestarle homenaje?, ¿O sería él amante de la música al punto que la familia quisiera que se ejecutasen algunas últimas melodías en su presencia? Nada de eso. Es otra costumbre antigua conservada en Goa. Todos los entierros, por lo menos de personas de buena casta, son acompañados por una banda de música, que ya poseen un repertorio propio para esta ocasión: vetustas melodías heredadas de los ancestrales portugueses, melancólicas y arrastradas. Y uniformes formales en rojo y dorado. Así, para aquel grupo de personas, el difunto casi se eleva a la categoría de jefe de estado.

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Bajorrelieve de la Muerte de San José, en

la catedral de Palma de Mallorca

Lo más extraordinario, sin embargo, fue, al salir el cortejo fúnebre, la presencia de diez a quince señoras, vestidas de negro, con los rostros velados, que lloraban sentidamente. ¿Serían gitanas? No podía ser, porque entre ellas se encontraba una conocida, aunque no fuese ni pariente, ni amiga de la familia. ¿Y por qué tanto llanto? Un poco exagerado, ya que la frágil salud del difunto padre de familia hacía prever un paso súbito. Eran las famosas plañideras, personajes de romances y de cuentos, pero nunca conocidas en la realidad. Lloraban a mares, y, tal vez por la familiaridad que con la presencia de ellas tenían los participantes, no llegaban a contagiar, pero agregaban dramatismo al acto. Caminaban al frente del féretro, abriendo camino al dolor y lamentando en altos sollozos la visita de la muerte. Era ese su papel.

Todo el resto de la ceremonia pasó más o menos como en el occidente. Misa de cuerpo presente, cortejo hasta el cementerio, discurso al costado de la sepultura, últimas despedidas, todo con el fondo musical de la banda y las plañideras.

Este episodio quedaría olvidado en la memoria si no fuese el contraste que suscitó la noticia hace poco vehiculada por Internet de que, en los Estados Unidos, se creó una empresa especializada en entierros personalizados. El moribundo, o el simplemente enfermo, puede optar por el tipo de velorio y entierro de su preferencia. Puede escoger el tema del velorio según su propio gusto: romántico, roquero, deportista, intelectual, formal, light, teens, etc. También puede elegir el texto de la invitación y el menú de lo que será servido en la ocasión, con ofertas desde champagne hasta el simple cafecito.

La presencia del cadáver en la «fiesta» es opcional. Y, lo más sorprendente: una vez montada la «fiesta», él tiene la posibilidad de asistir a ella anticipadamente, es claro, en 3D. La intención del innovador empresario es «desdramatizar» la muerte.

El contraste entre este nuevo ritual fúnebre y el antiguo, presenciado en Goa, es profundo, aunque pueda parecer apenas una adecuación a las nuevas tecnologías. Sin considerar el mal que hace al alma de quien se despide de esta vida, el hecho de preocuparse con cosas del mundo -cuando debería meditar sobre el valor moral de sus actos y su destino eterno-, se debe ponderar que el modo antiguo de despedir a un fallecido recuerda la pena de la cual ningún hombre escapa. La existencia de un hombre debe ser recordada y honrada con seriedad por sus familiares y amigos.
Además, la grandiosidad de la pompa funeraria hace recordar que la muerte es, sobre todo, una puerta hacia la eternidad. Y hasta el papel de las plañideras, con su duelo profesional, se justifica, pues garantizan una nota de drama a lo que es realmente dramático, y cuya trivialidad de lo cotidiano podría descolorar. El modo cibernético de ver este acontecimiento como que «democratiza» todas las creencias y costumbres respecto al momento supremo de la vida; el fallecido es tratado como alguien que partió para un largo viaje, del cual no se deben exaltar o recriminar la vida y los hechos. Se trata de una tabla rasa sobre su conducta y su relacionamiento humano.

Profunda diferencia de mentalidad, costumbres, civilizaciones. ¿En cuál de ellas estaría el hombre más elevado en su dignidad, en cuál tendría él respetados sus derechos humanos, naturales y sobrenaturales? Pensemos.

Por Elizabeth Kiran

 

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