Redacción (Jueves, 14-072011, Gaudium Press) Una vez que el hombre necesita encontrarse con Cristo en la celebración eucarística, cabe proporcionarle las debidas condiciones para que el sacramento cumpla con aquello que significa, de modo provechoso y sensible para el fiel.
Dice la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia Sacrossanctum Concilium:
«Con razón se considera la Liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Cristo. En ella, las señales sensibles significan y, cada una a su manera, realizan la santificación de los hombres; en ella, el Cuerpo Místico de Jesucristo – cabeza y miembros – presta a Dios el culto público integral.
«Por tanto, cualquier celebración litúrgica es, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo que es la Iglesia, acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no es igualada por ninguna otra acción de la Iglesia» (n. 7).
En este sentido, la misa celebrada con decoro, compenetración y belleza, podrá dar fuerzas y gracias para una conversión y fidelidad al sacramento que se traduzcan en una vida íntegra, en la cual la ortodoxia y la ortopraxis caminen juntas. Y para este efecto, la belleza y decoro del rito asumen una importancia inevitable, conforme nos explica el Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis: «La relación entre misterio acreditado y misterio celebrado se manifiesta, de modo peculiar, en el valor teológico y litúrgico de la belleza. De hecho, la Liturgia, como, por otra parte, la Revelación cristiana, tiene una ligación intrínseca con la belleza: es esplendor de la verdad»; y apoyado en este hecho, reafirma la necesidad del celebrante colocar una especial atención y empeño en la «acción litúrgica para que brille según su propia naturaleza» (n. 35).
Para el Sumo Pontífice, la belleza del rito debe ser un reflejo de la Belleza infinita, de la cual las celebraciones serán siempre una pálida imagen, conforme resaltó Benedicto XVI, en las Vísperas celebradas en la Catedral de Notre Dame, por ocasión de su visita a Francia, en 2008:
«La belleza de los ritos nunca será, ciertamente, suficientemente buscada, ni cuidada ni elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Belleza infinita. Nuestras liturgias en la tierra no podrán ser sino un pálido reflejo de la liturgia celestial, que se celebra en la Jerusalén de lo alto, punto de llegada de nuestra peregrinación sobre la tierra. Puedan, por tanto, nuestras celebraciones, aproximarse lo más posible de ella, ¡y hacer que la anticipemos!» [1]
Mons. João Scognamiglio Clá Dias reconoce, a partir de esta insistencia del Santo Padre, una especial necesidad del ‘pulchrum’ en la liturgia, no como un elemento secundario, variando según las circunstancias y las conveniencias, sino que debe hacerse presente por su papel esencial, pues el sacerdote, practicando la ‘ars celebrandi’ con perfección, con más facilidad eleva la asamblea a la contemplación de Dios. [2] Se verifica así, para el P. Matias Augé, C.M.F., la necesidad de cultivar una peculiar espiritualidad mistagógica propia de la celebración eucarística, que haga al creyente transponer en su vida aquello que recibe y aprende con el ritual eucarístico, sobre todo, por el «ejemplo moralizador» de su encuentro con Cristo en la celebración. [3]
Además de existir una belleza intrínseca y peculiar relativa a la celebración litúrgica, ésta va más allá, se refleja de modo extrínseco por su esencia y fuerza simbólica, capaz de una divina pedagogía, que tiene sus desdoblamientos en la propia sociedad, conforme explica Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP:
«Además de la belleza que le es propia, la liturgia realiza por su simbolismo y esencia, y del modo más esplendoroso posible, esta sacralización de las realidades temporales, donde se deben empeñar todos los fieles. En la Celebración Eucarística, es el Cielo que se une a la Tierra, lo espiritual a lo temporal. Es Cristo, al mismo tiempo el arquetipo del género humano y el Hijo de Dios, que se ofrece al Padre, para interceder por sus hermanos». [4]
Esta sacralización de las realidades temporales, o sea, influencia y transbordo de las gracias recibidas por la celebración eucarística – sobre todo en el contexto de una liturgia celebrada de modo digno y solemne, con la compenetración de que, de esta forma se perpetua Cristo Sacerdote en la tierra -, es pasible de traer a la propia sociedad un profundo y radical cambio. O sea, no es solo en el ámbito de la comunidad de los creyentes que la metanoia [transformación esencial ndr.] podrá tener lugar, sino en torno a ellos, sobre todo de los que viven con autenticidad y probabilidad el sacramento recibido. De este modo, el apelo a un sentido más alto de nuestra existencia se torna latente, y la historia no es ajena a este fenómeno, conforme nos explica el Santo Padre en la Sacramentum Caritatis:
«En fin, para desarrollar una espiritualidad eucarística profunda, capaz de incidir significativamente también en el tejido social, es necesario que el pueblo cristiano, al dar gracias por medio de la Eucaristía, tenga consciencia de hacerlo en nombre de la creación entera, aspirando así a la santificación del mundo y trabajando intensamente para tal fin. La propia Eucaristía proyecta una luz intensa sobre la historia humana y todo el universo. En esta perspectiva sacramental, aprendemos día tras día que cada acontecimiento eclesial posee el carácter de señal, por la cual Dios Se comunica a Sí mismo y nos interpela» (n. 92).
Una vez creada esta espiritualidad eucarística de la que nos habla el Santo Padre, la liturgia eucarística pasa a desempeñar un papel de gran importancia en el mundo de hoy, transmitiendo las verdades de la fe de modo mistagógico, simple y atrayente, a semejanza de una substanciosa catequesis, y llevando al hombre a imitar aquello que contempló, guardó en su corazón y, por tanto, amó. Y el hombre es tendiente a reproducir aquello que admira, conforme explica Mons. João Clá Dias: «una liturgia celebrada con la debida compenetración y manifestando toda la belleza que le es inherente ha de tener una acción benéfica sobre los fieles, moldeando a fondo su mentalidad y llevándolos a imitar en alguna medida el ritual presenciado». [5]
Esta rememoración podrá verificarse, por ejemplo, en el seno de una familia, que vive diariamente una espiritualidad que se nutrió con el pan de la Palabra y la Eucaristía, transponiéndola y traduciéndola en actos concretos, en relacionamiento humano, y en lazos de solidaridad, antes que nada con aquellos que les son más próximos, comenzando en la intimidad del hogar:
«El padre o la madre que asiste a una celebración esplendorosa, desdoblará instintivamente en el día a día, en el «ritual» de la iglesia doméstica, el ceremonial presenciado en la Iglesia. Dar la bendición a los hijos, o rezar antes de las comidas, por ejemplo, son maneras de practicar el espíritu católico en la vida de la familia». [6]
Por el Diác. José Manuel Victorino de Andrade, EP
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1 «La beauté des rites ne sera, certes, jamais assez recherchée, assez soignée, assez travaillée, puisque rien n’est trop beau pour Dieu, qui est la Beauté infinie. Nos liturgies de la terre ne pourront jamais être qu’un pâle reflet de la liturgie céleste, qui se célèbre dans la Jérusalem d’en haut, objet du terme de notre pèlerinage sur la terre. Puissent, pourtant, nos célébrations s’en approcher le plus possible et la faire pressentir!» (BENEDETTO XVI. Celebrazione dei vespri nella cattedrale di Notre-Dame Paris, 12 set. 2008. In: Insegnamenti IV, 2 (2008). p. 284. Tradução nossa).
2 Cf. CLÁ DIAS, João S. Beleza e Sublimidade: Clave teológica da Nova Evangelização. In: Lumen Veritatis. São Paulo: ACAE, n. 10, jan./mar. 2010. p. 28.
3 Cf. AUGÉ, Matias. Liturgia: história, celebração, teologia, espiritualidade. São Paulo: Paulinas, 2005. p. 312-313.
4 CLÁ DIAS, João S. A gênese e o desenvolvimento do movimento dos Arautos do Evangelho e seu reconhecimento canônico. Tese de doutoramento em Direito Canônico – Angelicum. Roma, 2009. p. 274-275.
5 Ib. p. 278.
6 Loc. cit.
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