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¿Cómo es el amor de Dios? I Parte

Redacción (Lunes, 01-08-2011, Gaudium Press) La palabra amor en el mundo actual encierra desde los más viles hasta los más nobles sentimientos del hombre. Todos son capaces de amar. En nuestro cotidiano esta facultad se direcciona a diversas criaturas. Se ama a los familiares, vecinos y amigos, se ama hasta incluso los animales domésticos y objetos inanimados.

Ahora, si el hombre es capaz de amar, ¿qué se dirá de Dios? Y de hecho, Dios no posee propiamente amor; en verdad, como escribió San Juan, «Dios es amor» (1 Jn 4,6), pues el propio ser de Dios es Amor. Por tanto, esta frase no es solamente poética, sino que en ella se encuentra un enigma, una verdad teológica con una profundidad insondable explicada en términos por el catecismo de la Iglesia.

El amor del hombre semejante al amor de Dios

Para comprender algo del amor divino, es necesario antes definir el amor humano. Santo Tomás de Aquino enseña que, por más que sintamos el pecho latir más intensamente, el amor no es solo un sentimiento expresado por el corazón [1]; amar no es permanecer largas horas pensando en una persona e imaginando situaciones. «Amar» tampoco es simplemente un «verbo transitivo directo», como refería un escritor brasileño, ni incluso la simple inyección de la hormona dopamina…

No solamente la ciencia, la poesía y la literatura son capaces de decirnos algo sobre el amor. La teología enseña que en el fondo, amar es querer el bien del otro. Es el primer movimiento de la voluntad humana. Cuando queremos algo, amamos. Nuestro apetito, nuestra voluntad tiende sobre todo al bien, porque el amor se caracteriza por entender el bien existente en las criaturas, admirar y tener la voluntad de poseerlo; esto es tener benevolencia, es querer bien.

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San Agustín de Hipona

Así, amar es un acto de la inteligencia y la voluntad humana que muchas veces es corroborado por nuestra sensibilidad. San Agustín afirma que «la consumación de todas nuestras obras es el amor. Es en él que está el fin: es hacia la conquista de él que corremos; corremos para llegar allá y, una vez llegados, es en él que descansamos». [2]

Cuando poseemos lo que amamos tenemos alegría y placer. Cuando éste bien amado no está a nuestro alcance, poseemos deseo y esperanza. El amor es más verdadero cuanto más es racional, por eso, cuanto más se conoce, más se ama.

De la misma manera que el verdadero amor humano, el amor de Dios jamás es irracional, como, a veces, se encuentra nuestro amor, cuando es manchado por el egoísmo. En Dios no existe pasión como la que es capaz de arrastrarnos a perder el control de nosotros mismos, cuando deseamos algo fuera de la voluntad de Dios y perdemos la razón. Este es un amor imperfecto.

Ahora, si Dios es omnisciente, se diría que ama todas las cosas con la máxima intensidad posible. Semejante al nuestro, el amor de Dios se caracteriza por querer para lo amado aquello que es bueno, pero de modo enteramente racional. Es el amor máximamente perfecto.

Amor creador

Como enseña el libro del Génesis, el Universo fue creado por Dios según su sabiduría y no es solo fruto de un destino ciego o del acaso. En verdad, todo el universo procede de la voluntad libre de Dios, que quiso hacer las criaturas participantes de su Ser, su sabiduría y su bondad (Cf. Sb 9,9). La Iglesia enseña que el amor de Dios tiene una peculiaridad: infunde y crea la bondad en las criaturas [3]; por eso, «este mundo fue creado y continúa siendo conservado por el amor del Creador».[4]

El amor de Dios no se direcciona a algo apenas por aquello ser bueno, sino en verdad todo aquello que existe de bello y bueno en la Creación, existe porque Dios lo amó antes de crear, o sea, el amor de Dios es creador, crea porque ama. Por esta razón, todo lo que existe fue amado por Dios: el mar, las montañas, las florestas, los animales, el Cielo, inclusive el infierno y el demonio. Dios amó sobre todo al hombre haciéndolo rey de la creación, capaz de retribuir este amor divino.

De hecho, el amor de Dios desea reciprocidad. Todavía, aunque no exista gratitud el amor de Dios no cesa, pues es gratuito. La benevolencia de Dios es infinita, sin límites. Santo Tomás de Aquino enseña que este amor divino a los hombres tiene dos características esenciales: por la fuerza de unión, quiere unirse a nosotros, dándose a sí mismo, viviendo en nosotros a través de la gracia; y en virtud de la cohesión, quiere perfeccionar a quien Él ama, quiere ayudarnos en nuestros dolores, en nuestras caídas, Él quiere santificarnos [5].

Por esta razón, el amor de Dios al hombre no se manifiesta solo en las cosas visibles, ni siquiera en los alimentos y los bienes de este mundo. Este amor quiere comunicar el mayor bien de la creación que es la gracia, o sea, la participación en su vida bienaventurada, que nos hace semejantes a Él y nos da la posibilidad de conocerlo y amarlo [6]. Dios quiere conversar con el hombre, consolarlo en sus aflicciones, compartir su alegría infinita, quiere ser nuestro padre, amigo y hermano.

(Mañana: ¿Dios ama más a unos que a otros? – El amor de Dios por los pecadores)

Por Marcos Eduardo Melo dos Santos

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[1] S. Th. 1,20,1.

[2] Santo Agostinho, In epistulam Iohannis ad Parthos tractus 10, 4: PL 35, 2056-2057.

[3] S. Th. 1,20,2.

[4] II Concílio do Vaticano, Const. past. Gaudium et spes, 2: AAS 58 (1966) 1026.

[5] S. Th. 1,20,1, ad.3.

[6] II Concílio do Vaticano, Decr. Ad gentes, 2-9: AAS 58 (1966) 948-958.

 

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