Redacción (Viernes, 05-08-2011, Gaudium Press) Con incomparable ligereza y siempre inédita creatividad las nubes componen la belleza de cualquier panorama. Cuando son densas y estáticas parecen figuras legendarias, cuando son leves y ágiles cubren como un manto fino y gracioso la inmensidad de la tierra. ¿Quién por lo menos una vez en la vida no soñó habitar en el mundo de las nubes?
De mañana, bien temprano, revestidas de colores de esperanza, las nubes descienden en forma de niebla y parecen querer jugar con el hombre, pero a lo largo del día, se elevan solemnemente, pues su lugar es en las alturas de los cielos. Todo el día ellas nos protegen de los abrasadores rayos del sol y hasta en el ocaso alegran a los hombres cuando se revisten de colores triunfantes, como bien merecen estas valiosas heroínas.
Las nubes no nos dan solamente lecciones de generosidad y servicio. Ellas también expresan la justicia operante. Son capaces de amenazar a los libertinos con granizos y truenos, nieves y tempestades, pero al más suave fragor de la brisa, luego se extienden modestas por el horizonte como si nada hubiesen hecho. ¡Y cuánto hacen! ¿Qué sería de la tierra sin las nubes que nutren con sus aguas a todos los vivientes?
San Luis María Grignion de Montfort en una oración que bien mereció el título de abrasada usó la elocuente imagen de las nubes. En esta oración el santo mariano pedía que Dios enviase sacerdotes de fuego, «nubes elevadas de la tierra y llenas de celestial rocío que vuelen sin restricciones, de todos lados, conforme el soplo del Espíritu Santo» [1] (Cf. Ez 1,12).
Rogando al Señor los apóstoles tan necesarios para la Iglesia de su tiempo el Santo pidió a Dios: «Almas siempre a vuestra disposición, siempre listas para obedecer, a la voz de sus superiores, como Samuel: ‘He aquí’ (1Rs 3,16), siempre listas a correr y sufrir todo, contigo y por Vos, como los Apóstoles: ‘vamos y muramos con Él’ » (Jn 11,16).
Es de estos apóstoles que como nubes dóciles, generosas y fecundas la Iglesia hoy más que nunca necesita. Evangelizadores amantes de la obediencia, sacerdotes libres de la libertad de Dios, «desprendidos de todo, sin parientes según la carne, sin amigos según el mundo, sin bienes, sin vergüenzas, sin cuidados, y hasta sin voluntad propia».
«La simple existencia de almas amantes de la obediencia es una proclamación de la verdadera libertad de los hijos de Dios» |
La simple existencia de almas amantes de la obediencia es una proclamación de la verdadera libertad de los hijos de Dios en un mundo que se ufana del libertinaje de las pasiones y de la total independencia a cualquier forma de autoridad.
Es verdad que el libertinaje parece hoy contener en sus garras inmundas las tramas del futuro, pero en verdad son las almas amantes de la obediencia, que como dóciles y generosas nubes, nutrirán como el celestial rocío de la doctrina y el buen ejemplo el desierto de la sociedad contemporánea.
No son los libertinos que conducen las tramas de la Historia, sino los obedientes. Libres-esclavos del amor y la voluntad divina, hombres según el Corazón de Jesús, que no vinieron al mundo para hacer su voluntad sino la de aquel que los envió (Cf. Mt 26,42).
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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1] São Luís Maria Grignion de Montfort. Tratado da verdadeira devoção à Santíssima Virgem. Oração Abrasada. 36ª Ed. Petrópolis: Vozes, 2005.
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