Redacción (Miércoles, 10-09-2011, Gaudium Press) Suárez afirma que para entender adecuadamente el sentimiento de envidia es necesario intentar descubrir la estructura básica que lo antecede. Para este psicólogo, el mecanismo intelectual que nos mueve a la envidia es la comparación: «Hablar de envidia es hablar sobre la comparación, sobre el proceso de compararnos con las otras personas».
Es por medio de un modo sutil y secreto que el alma envidiosa establece un coloquio consigo misma donde el compararse pasa a ser su estado habitual. En efecto, el hombre tiene una tendencia a compararse, especialmente si en esa comparación sale favorecido. Y detesta que lo comparen con los otros, sobre todo si en el resultado se queda en un plano inferior.
Comparar implica establecer medida, y definir parámetros. Se mide en oposición a algo que creemos ser mejor o más noble. Para unos será alguien que es un poco más inteligente o más capaz, para otros será la apariencia física o algún bien material.
El espíritu de comparación impide el florecimiento pleno del individuo y le hace perder la noción del verdadero reposo, pues él pasa a vivir constantemente en la preocupación, la inquietud y la ansiedad.
El que se compara se juzga en una situación de desventaja o inferioridad, cuando percibe que el otro es superior en un punto que considera relevante. De acuerdo con Mons. Juan Clá Dias, el envidioso «siempre estará atormentado por el pavor de ser dejado de lado, de ser olvidado, igualado o superado. Su existencia será un infierno anticipado y estas pasiones se constituirán en sus propios verdugos».
Por Inácio Almeida
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