Bogotá (Lunes, 15-08-2011, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira que «vivir en plenitud no es beber, comer, dormir; ni pensar; ni vegetar. Vivir es sentir añoranzas de los pináculos, de las cimas».
¿Cómo explicar, menudamente, el profundísimo sentido de ese pensamiento? Intentémoslo.
Vive a cabalidad aquel que cumple su fin. El fin de todo hombre, según reza el catecismo clásico, es amar y servir a Dios, en esta vida y en la otra. Y siendo Dios la ‘cima’ por excelencia, el Pináculo, decimos que sentir añoranza de los pináculos es sentir añoranza de Dios.
Entretanto, y como enseña también la teología, no vemos a Dios directamente en esta vida sino que esa alegría nos está reservada para la otra , cuando pasemos con victoria las pruebas por las que hemos de pasar.
No obstante, ya en esta tierra de lágrimas, pero también a veces de promisión, existen pináculos que de alguna manera nos hacen ‘visible’ a Dios.
Por ejemplo, el Papa -con su autoridad incontestable, con su infalibilidad en materia de fe y moral, con su dignísima misión de Pastor universal de todo el pueblo fiel- ha sido llamado por la tradición como el «Dulce Cristo en la Tierra», es decir, el reflejo amable del Verbo encarnado para todos nosotros los hombres. Es decir, la figura del Papa es un pináculo, del cual debemos sentir añoranzas, y así viviremos verdaderamente.
Y entretanto, cuantos otros pináculos en nuestra historia, a nuestro alcance, de tantos tipos, todos ellos perfectos en diversos órdenes y grados de perfección, que tocan las puertas de nuestra vida, que son también reflejos de Dios, y de los cuáles, sintiendo añoranzas de ellos, sentimos añoranzas de Dios.
Foto: Ricardo Scholz |
Por ejemplo, cuando conocimos por vez primera al pavo real o al cisne. Tanto cuando porta con parsimonia y donaire su recogido manto de cola de piedras preciosas, como cuando despliega en abanico ese maravilloso manto, con sus fulgurantes tonalidades verdosas, azuladas, el pavo real es un portento, un pináculo en su género, un perfecto reflejo de Dios. Así, quien recuerda la primera contemplación inocente y entusiasta de ese pináculo alado, y tiene añoranzas de ese hallazgo, ese -en la expresión de Plinio Corrêa de Oliveira- vive plenamente, vive lo que se dice vivir; no ‘vegeta’.
O por ejemplo, quien recuerda con alegría a ese orador que lo impactó sin igual por la claridad y contundencia de su argumentación, y también por la belleza de su expresión. Ese orador fue un pináculo humano, que tornaba patente la superioridad de la condición racional sobre la meramente animal, que con su existencia mostraba cuán digna es la naturaleza humana.
Y si tal vez tenemos añoranzas de ese orador brillante que marcó nuestra memoria , cuanto más deberemos tener del Orador divino, Aquel que siendo Dios se hizo hombre, y que con palabras simples de parábolas sublimes legó al mundo enseñanzas que son verdaderamente palabras de vida eterna. Vivir lo que se dice vivir es sentir añoranzas de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero de la figura de altura infinita de Jesucristo, podemos descender a otro pináculo, pequeño pero también pináculo, el de los lirios del campo que él elogió y que comparó con Salomón en toda su pompa y esplendor. Quien ve un lirio con los ojos de Jesús, tiene otro reflejo de él, del cuál sentir añoranzas.
En el fondo lo que afirmó Plinio Corrêa de Oliveira era que vivir plenamente es contemplar y admirar los reflejos de Dios en la creación.
Contemplación y admiración: lo contrario de la egoísta y ensimismada envidia, que según el gran Bossuet, y muchos otros, es el vicio más extendido en la tierra, y que no es sino una manifestación concreta, actualizada y personal del orgullo de Satanás, quien en lugar de admirar y servir al Pináculo de los Pináculos para vivir en plenitud, prefirió encerrarse en la soberbia, y así, de Ángel de Luz y reflejó perfectísimo de Dios, se trasformó en padre de las tinieblas, de la amargura, de la infelicidad.
Por Saúl Castiblanco
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