Redacción (Miércoles, 17-08-2011, Gaudium Press) Imaginemos un hombre que al final del día contempla el sol esparciendo sus rayos de luz. Lentamente los reflejos del astro rey van desapareciendo en el horizonte, creando en el cielo un abanico de colores. Y él, delante de tamaña maravilla, movido por un impulso de admiración exclama: «¡Oh! ¡Cómo es bello el poner del sol!»
Entretanto, este mismo hombre que tan espontáneamente exaltó la belleza del sol, si preguntásemos a él lo que es la belleza, bien podríamos oír la siguiente respuesta: «Yo no sé decir, solo sé que es bello; haga esta pregunta a los poetas».
Y entonces, incluso delante de aquello que los poetas dijeron sobre la belleza no encontraríamos todavía los elementos necesarios para la presente reflexión. Ellos bien podrían decirnos: «Es verdad que nosotros cantamos las maravillas de la naturaleza y proclamamos que todas las cosas son bellas. Ahora, decir por qué son bellas, esto parece ser papel de los filósofos».
Con la intención de obtener una respuesta, acabamos recurriendo a algunos filósofos a fin de saber en qué consiste propiamente la belleza. Hicimos a ellos la misma pregunta: ¿Qué es lo bello? El primer filósofo interrogado fue Platón. Entretanto, ¿qué escuchamos de él? Oímos esta frase que «lo Bello es difícil». (En Hípias Mayor)
En esta sentencia se patenta el primer obstáculo del presente artículo, pues siempre se encontró cierta dificultad en definir lo que es el ‘pulchrum’ (belleza). Es fácil decir que algo es bello, sin embargo tal facilidad desaparece al intentar responder a la pregunta: ¿Por qué es bello?
Entretanto, si existe dificultad de definirlo, defender su importancia parece ser una tarea más fácil. JUAN PABLO II llegó a afirmar que «la belleza salvará al mundo». En otro trecho, el mismo Papa también afirmó que «la belleza es la clave del misterio y apelo a lo transcendental: Es invitación a saborear la vida y a soñar el futuro. Por eso, la belleza de las cosas creadas no puede saciar, y suscita aquella arcana nostalgia de Dios que un enamorado de lo bello, como San Agustín, supo interpretar con expresiones incomparables: ‘Tarde os amé, oh belleza antigua y tan nueva, tarde os amé'». (JUAN PABLO II, Carta a los Artistas, 04 de Abril de 1999)
El hombre naturalmente busca ver en todas las cosas, aquello que ellas tienen de verdadero, bueno y bello. Por esto, cultivar y promover esta aptitud parece ser un instrumento poderoso para la recuperación de los valores transcendentales perdidos en el relativismo y el hedonismo que invadieron nuestro tiempo. Veamos una vez más lo que dijo JUAN PABLO II:
«No todos son llamados a ser artistas en el sentido específico del término. Pero, según la expresión del Génesis, todo hombre recibió la tarea de ser artífice de la propia vida: de cierta forma, debe hacer de ella una obra de arte, una obra-prima […]. Un conocido poeta polaco, Cyprian Norwid, escribió: «La belleza es para dar entusiasmo al trabajo, el trabajo para resurgir». El tema de la belleza es calificador, al hablar de arte. Este tema apareció ya, cuando subrayé la mirada de complacencia que Dios lanzó sobre la creación. Al poner en relieve que todo lo que había creado era bueno, Dios vio también que era bello. La confrontación entre lo bueno y lo bello genera sugestivas reflexiones». (ibidem)
De acuerdo con PERISSÉ (2007, p. 09) «contra la belleza no hay argumentos». El mismo autor también afirma que Aristóteles habría dicho que sufrimos muchas veces la falta de experiencia de la belleza y que tal sentimiento era definido por el Estagirita como ‘apeirokalia’.
«La ‘filocalia’, el arte, la belleza combaten el aburrimiento de la vida, debido a la emocional falta de comprensión del mundo. Nos enseñan a ver, más aún: a desvelar y contemplar. Otra vez, Rodin: «La Belleza está en todas partes. No es ella la que falta a nuestros ojos, sino nuestros ojos que fallan al no percibirla. Privarnos de la belleza es un enterrarse vivo. Es negar nuestra propia capacidad de transcendencia y encuentro con el Todo…» (PERISSÉ, 2007, p.09)
FAITANIN (2007, p. 18) afirma que la mayor parte de la tradición filosófica localizada sobre todo en la enseñanza platónica y aristotélica, nos enseña que el hombre es pasible de apreciar lo que es bello mediante los sentidos. Esta misma tradición nos advierte que la razón contempla lo bello, cuando concibe la verdad del ser que considera.
El estudio de la belleza es el estudio del propio ser, porque lo bello es considerado como una propiedad transcendental del ser, o sea, como una perfección inseparable del ser. Ahora, el ser es entendido como acto y lo bello como un grado de intensidad de este acto. De ahí que se determina el grado de belleza, según la intensidad del acto de ser en algo. Por eso, en esta línea de pensamiento, se exige investigar lo bello como una perfección del acto de ser, porque toda y cualquier perfección es alguna exigencia del acto. (FAITANIN, 2007, pag. 18)
CARLOMAGNO citado por WEISS (1969, p. 779) tenía una perfecta comprensión de lo que el pulchrum representa: «la religión es generalmente madre de las artes, y lo bello es naturalmente hermano de lo verdadero y lo bueno. Quien una vez comprende lo bello, no cae fácilmente en vicios vulgares».
CHATEAUBRIAND, al hablar de lo bello en el arte cristiano, afirma que San Basilio dijo que los pintores «consiguen tanto con sus cuadros, como los oradores con su elocuencia». Este autor también nos presenta su pensamiento sobre la génesis del arte, así como su relación con la belleza.
«Cuenta Grecia que una doncella, viendo la sombra de su amado sobre un muro, diseñó los contornos de esta sombra. De este modo, en el pensar de los antiguos, una pasión voluble produjo el arte de las más perfectas ilusiones. La escuela Cristiana quiso otro maestro: lo reconoce en el Artista que, amasando entre las manos un poco de barro, profirió estas palabras: hagamos al hombre a nuestra semejanza. Luego, para nosotros, el primer trazo de diseño existió en la idea eterna de Dios, y la primera estatua que el mundo vio fue esta famosa arcilla animada por el soplo del Creador». (CHATEAUBRIAND. El Genio del Cristianismo Volumen II p. 08)
Por eso, hoy más que nunca, cuando muchos artistas le dan poca importancia a la belleza después de adorarla durante siglos, cabe a nosotros resaltar su importancia. De acuerdo con ERNEST HELLO «El hombre que busca conocer las causas (de las cosas) dirige una oración a la luz» (1923, p.173).
Por Inácio Almeida
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