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Distinción entre envidia, celos y emulación

Redacción (Jueves, 01-09-2011, Gaudium Press) A lo largo de los siglos, los moralistas cristianos elaboraron un profundo análisis de los sentimientos humanos, clasificando a cada uno. Para ellos la envidia es hija de la soberbia, pues el soberbio no es el que se considera mejor o más fuerte, o más importante que los demás, pues esto es lo que siente el orgulloso. El soberbio, en el sentido clásico, es el que tiene un deseo desordenado de ser por otro preferido.

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Los Santos son dignos de emulación

Conviene recordar que celos y envidia son dos sentimientos distintos, aunque sean frecuentemente confundidos. De acuerdo con Tomei (1994), los celos poseen también sus características esenciales. Se siente celos por un bien que se posee y que se teme perder. Ya la envidia se da delante de algo que no se tiene y que se desea tener. Una segunda característica que los distingue es que la envidia comúnmente se desarrolla en un relacionamiento entre dos personas, mientras los celos tienen una estructura triangular, o sea, se hace necesario que exista por lo menos tres personas envueltas.

Ventura (1998) también ofrece algunos elementos para distinguir mejor a la envidia de los demás vicios: «Celos es querer mantener lo que se tiene; codicia es querer lo que no se tiene; envidia es no querer que el otro tenga». El mismo autor afirma que: «La envidia es un virus que se caracteriza por la ausencia de síntomas aparentes. El odio espuma. La pereza derrama. La gula engorda. La avaricia acumula. La lujuria se ofrece. El orgullo brilla. Solo la envidia se esconde».

Muchos autores cristianos acostumbran hablar de una «envidia sana» o positiva, que consiste en desear algo del otro, por ejemplo, la virtud, sin, entretanto, entristecerse ni desear ningún mal al prójimo. Tal sentimiento no es caracterizado como envidia, sino como emulación. Tanquerey (1955) recuerda que la emulación «es un sentimiento recomendable que nos lleva a imitar, igualar, y, si es posible, a sobrepujar las cualidades de los otros, pero por medios leales». Entretanto, para que la emulación sea una virtud realmente cristiana ella debe ser:

1 – Honesta en su objeto, esto es, tener por objeto no los triunfos, sino las virtudes de los otros, para imitarlas.

2 – Noble en su intención, no buscando triunfar sobre los otros, humillarlos, dominarlos, sino volverse mejor, si es posible, para que Dios sea más honrado y la Iglesia más respetada;

3 – Leal en sus medios de acción, utilizando, para llegar a sus fines, no la intriga, la astucia, o algún otro proceso ilícito, sino el esfuerzo, el trabajo, el buen uso de los dones divinos. Así entendida, es la emulación remedio eficaz contra la envidia, porque no hiere en nada la caridad y es, al mismo tiempo, un excelente estímulo. Y en verdad, considerar como modelos los mejores entre nuestros hermanos para imitarlos, o incluso para sobrepujarlos, es, al final, reconocer nuestra imperfección y querer darle remedio, aprovechando los ejemplos de los que nos rodean (TANQUEREY 1955).

Por Inácio Almeida

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