Bogotá (Domingo, 11-09-2011, Gaudium Press) ¿Qué es la poesía? La poesía no es el mero arte de rimar frases con sentido, y medirlas, para hacerlas más rítmicas y musicales, con el fin de ocasionar un placer estético.
Dice Aristóteles en La Poética que siendo al hombre natural el «imitar, la armonía y el ritmo -porque es claro que los metros [ndr. aquí, la cantidad de sílabas de un verso] son parte del ritmo- partiendo de tal principio innato, y sobre todo desarrollándolo por sus naturales pasos, los hombres dieron a luz, en improvisaciones, la Poesía».
Entretanto la poesía no es simple imitación, en el sentido de copia o reproducción, sino que la propia composición que se hace con las palabras revela realidades que trascienden los meros conceptos utilizados.
Foto: Khushi |
Por ejemplo, el decir «Los caballos negros son. Las herraduras son negras…» no es equivalente a las más ‘planas’ frases: «había unos caballos negros que tenían herraduras también negras». Desde los dos primeros versos de su Romance de la Guardia Civil, García Lorca quiso proyectar una sombra sobre el cuerpo de gendarmes ‘anti-gitanos’, y por eso buscó señalarlos con una oscuridad no solo material sino también espiritual. De manera manera tal, que los caballos de ese cuerpo ‘sombrío’ debían ser de un negro especial. Negro de las pieles y de las crines, negro de los ojos, negro ciertamente también de los cascos; negro que -se diría- fue capaz de contagiar con su color carente de luz hasta las propias herraduras, que no son objetos naturalmente negros; negras herraduras para unos negros caballos.
«Si es así, también ‘negros’ deberían ser los jinetes», va intuyendo el desprevenido lector… y evidentemente así lo son: «Con el alma de charol / vienen por la carretera…». Aunque charol hay de todos colores, es evidente que los espíritus descritos son de charol negro. Un charol que en unos zapatos de coctel puede ser bello, pero que en el contexto del Romance habla más bien de un almas refractarias a cualquier tipo de compasión.
Entretanto, todos esos efectos que intentamos insuficientemente explicar en toda esta ya larga disquisición, el poeta los consigue articular en cuatro cortos versos: «Los caballos negros son. Las herraduras son negras. (…) Con el alma de charol / vienen por la carretera». Vemos ahí, en algo, el poder de la poesía.
Este poder literario -fundamentalmente el poder de la metáfora y de la imagen en métrica y rima- que puede ser usado para sutil y eficazmente deslustrar a elementos de ese por demás benemérito Cuerpo, que es la Guardia Civil española, también puede ser usado para trascender hacia el Absoluto.
Foto: Luis M. Varela |
Por ejemplo, los siguientes versos de Camoens en Los Lusiadas: «Que la ley de Aquel sigue, á cuya mano / Obedecen lo oculto y lo visible: / De aquel Ser que, creó todo lo humano / Lo que tiene sentido y lo insensible: / Que ofensas padeció y ultraje insano, / Sufriendo inmerecida muerte horrible; / Y en fin, que desde el cielo bajó al suelo, / Para el hombre subir del suelo al cielo». En pocas palabras se han hecho fuertemente sensibles al lector la omnipotencia divina, la terriblemente injusta condena de Jesucristo, su misericordia infinita en haberse hecho Hombre.
Es decir, la buena poesía hace uso de un «secreto», tiene un «misterio». Es una combinación de palabras con una potencia especial que revela verdades más altas, que van más allá que las expresadas en los meros conceptos. La combinación de las palabras en metáforas, comparaciones, e imágenes, revela significados elevados. Y todo lo que es elevado (y mientras más elevado más), se acerca a la Divinidad.
El hombre se comunica habitualmente por la prosa; la poesía es para los momentos de solaz. Autores ya clásicos como Martín Vivaldi (Curso de Redacción – Teoría y Práctica de la Composición y del Estilo) nos advierten que aunque la prosa -para que sea agradable- puede y debe tener su musicalidad y su ritmo, a la manera de la poesía, hay que precaverse entre otras cosas de consonancias impropias, que más bien degeneran en cacofonías.
Entretanto, ¿cómo es una armonía de la prosa que contenga en algo o en mucho las cualidades de la poesía? ¿Se puede conseguir esa junción? Hay hombres que hablan o escriben en prosa pero que parecen hacer poesía. Su existencia, revela que es posible responder con el «sí» a las anteriores preguntas.
Por ejemplo, la siguiente corta composición de Plinio Corrêa de Oliveira, realizada cuando contaba con alrededor de 13 aún tiernos años, como tarea para su curso de portugués en el colegio de los jesuitas:
Foto: Mommamia |
Monótono e inmenso, el desierto del Sahara solo es entrecortado por pequeños ríos, y también existen allá oasis, único refugio del viajero contra la sed y el hambre.
El poderoso monarca de Abisinia atravesaba uno de esos extensos arenales, y de repente, vio una palmera, en cuyas hojas resplandecía el rocío, brillante de la naturaleza, y el rey dijo: «ven, oh gota, a adornar mi turbante», mas la gota no vino».
Tiempo después, pasaba un caballero, era cruzado, e iba a defender a los cristianos, y el caballero muerto de sed, vio la gota, la llamó y ella le cayó, a refrescarlo en sus labios. Cayó porque era aquel que iba a defender la religión de un Ente Supremo, que muchos hombres no conocen, mas cuya gloria la naturaleza canta.
Una prosa-poética: un verdadero regalo para el interlocutor, un lenguaje que cumple una elevada función social, que alegra la vida, que sale de lo banal concreto, que descansa, que nutre, que nos eleva de la simple materia hacia los reinos del espíritu.
Prosa que, en las palabras de Benedicto XVI, no son solo «un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo que ‘habla’, capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el ánimo». Prosa-poética que es «una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que trascienden lo cotidiano».
Por Saúl Castiblanco
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