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¿Cuál es la realidad del ser?

Redacción (Lunes, 12-09-2011, Gaudium Press) Los filósofos griegos que se dedicaron a resolver este arduo problema -indagando respecto al origen de las cosas, en qué consisten, cuál es el primer principio- elaboraron varias teorías.

Sin pretender dar una lista exhaustiva de las soluciones propuestas, recordamos, por ejemplo, a Thales de Mileto, cuya conclusión era que este principio era el agua, que impregna todas las cosas. Los filósofos posteriores rechazaron su explicación, argumentando que el agua es un elemento extremamente mutante.

Abordando el problema de la mutación del mundo material, Platón buscó solucionarlo diciendo que las cosas participan de ideas inmutables, un poco como la sombra depende de un objeto real. Las esencias, los universales, son inmutables y existen en el mundo de las ideas. Estas ideas son la verdadera realidad, e independen de las cosas.

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Su discípulo Aristóteles, un fino observador de las cosas, discordó del maestro, atribuyendo importancia al mundo material. Él resolvió el problema de la permanencia y cambio introduciendo nociones de potencia y acto, las cuales aparecen como materia y forma. Las cosas de la naturaleza están en acto, son reales, pero tienen potencia para sufrir cambios.

A partir de Aristóteles, la filosofía pasó a tener por objeto estudiar el ser como ser, y no éste o aquel ser determinado. Estaba iniciada toda una metafísica del ser, cuyo desarrollo último es debido de modo particular a la genialidad de Santo Tomás de Aquino.

Además de perfeccionar las nociones de potencia y acto, Santo Tomás muestra que esencia y existencia guardan, entre sí, la proporción de pasivo y activo, analógicamente a la materia y la forma, que son como potencia y acto. Son dos realidades de la misma cosa. La existencia es realmente distinta de la esencia, pues el acto de ser se distingue de su potencia, que lo recibe y lo limita.

En términos más simples, la esencia se actualiza, o sea, pasa de potencia a acto, lo que significa también, adquiere existencia, en cada ser particular y concreto. No importa que un caballo sea grande o pequeño, fuerte o débil, negro, alazán o rayado, ni importa que haya nacido con algún defecto. En todos la misma esencia «caballo», o la «caballaridad», se actualiza, se torna real. La esencia no es algo meramente abstracto, pero tampoco no existe por sí sola. Ella existe de hecho, pero solamente en el ser real.

La esencia es, pues, potencia; puede existir o no. De su turno, el acto de ser – esse. La esencia, por sí misma, no puede pasar de potencia a acto, o sea, venir a tener existencia. Es preciso que haya un acto creativo y, por tanto, un Creador, un Ser en el cual esencia y existencia sean inseparables. En Dios, el Acto de Ser y la Esencia se identifican: Él es Acto Puro, Eterno y Necesario, capaz de subsistir independientemente de cualquier potencia.

Ya las criaturas son seres contingentes, y podrían no existir; su ser llegó al acto, a la existencia, después de estar en potencia.
Las criaturas participan del Acto de ser en grados diversos, según sus respectivas esencias: cuanto más perfectas son, mayor es el acto de ser del cual participan. De este modo, una roca participa del acto de ser de un modo menos intenso que una rosa. Y una hormiga, de un modo menos intenso que un león. El hombre, a su vez, participa de este acto menos intensamente que los ángeles.

Así, la fuente última de toda perfección individual es el esse.

Esta es, pues, una de las principales doctrinas metafísicas de Santo Tomás: la distinción real entre essentia y esse. Sin ella la enseñanza tomista sobre esencia y existencia se torna incomprensible.

Por Mons. João S. Clá Dias, EP

 

 

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