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El juicio de las Hormigas

Redacción (Viernes, 16-09-2011, Gaudium Press) Una vez, en la Provincia de Piedad, en el estado de Maranhão, en Brasil, había un próspero y observante convento de Frailes Menores. El día de estos hijos de San Francisco era dividido entre períodos de trabajo, estudio y oración conforme mandaba su santa regla.

Cierto día sin embargo, ocurrió algo que vino a romper la acostumbrada tranquilidad de aquellos humildes religiosos. Fue entonces que lentamente, una legión de hormigas comenzó a extender su reino subterráneo por todo el suelo del convento. Y, trabajadoras incansables que son, no cesaban de mover la tierra y ampliar sus galerías. Ellas de tal manera minaron los pilares de la despensa del monasterio que sus paredes ya amenazaban colapsar. Y si no bastase tal trastorno, robaban también la harina de pan que allí estaba guardada para el abastecimiento de la comunidad.

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Foto: Sbfisher

Como el vasto número de aquellos minúsculos obreros trabajaba incansablemente día y noche, vinieron los religiosos a pasar necesidades. El ecónomo del convento inconforme con tales delitos, resolvió luego dar fin a tan terrible plaga. Planeó un medio de exterminarlas.

Pero algunos frailes de espíritu más conciliador tomaron la defensa de aquellos pequeños y numerosos seres:

«-Nuestro Padre Francisco, decían, llamaba a todas las criaturas de hermanas. Hermano Sol, hermano lobo, hermana golondrina… Siendo así, ciertamente tenía también por hermanas a las pequeñas hormigas…»

Un verdadero revuelo se formó en torno al asunto, haciendo surgir dos partidos. Uno contra, otro a favor. Fue ahí que uno de los frailes salió con esta inusitada y original solución:

-Como entre nosotros no hay consenso, conviene que tal asunto sea llevado a Juicio. Que sea indicado un abogado de acusación, así como uno de defensa de las hormigas. Y, en nombre de la Suprema Equidad, sean escuchadas las partes y dado el veredicto.
La idea agradó a todos. En la sala capitular fue instalado el Tribunal. El superior de la Casa sería el Juez. Y estudiosos de la religión, nombrados defensores de las partes.

Pasado el tiempo concedido para la preparación de la defensa, llegó el día ansiosamente por todos esperado. El juez, así como los abogados, tomaron posición en la gran sala. Después de una oración pidiendo la Justicia Divina que les inspirase la mejor solución para el caso, fue dado inicio a la sesión. Habló primeramente el abogado de aquellos piadosos frailes:

– Dignísimo Juez. Nosotros, frailes, conformados con la vida mendicante, vivimos de limosnas y también del fruto de nuestro trabajo. Estas hormigas, animales de espíritu totalmente opuesto al del Evangelio, no hacen más que robar.

De esta forma, nuestro Padre Francisco no tendría por hermanas a quien solamente procede como ladrones. Y no siendo suficiente, todavía con manifiesta violencia, pretenden expulsarnos de nuestra casa arruinándola. Afirmo también que actúan de mala fe, pues a pesar de esta provincia ser inmensa, vinieron ellas a escoger justamente nuestra despensa para su morada.

Lo que pedimos, Dignísimo Juez, es que sea decretada la pena capital. Que sean todas muertas por algún aire pestífero o ahogadas por una inundación. Y que de esta forma, para siempre sean exterminadas de nuestro recinto.

En la asistencia, un murmullo se escuchó. El Juez golpeando el martillo sobre la mesa pidió silencio. En seguida, llamó al abogado defensor:

Solemnemente, se levantó el abogado de aquel negro y pequeño pueblo. Tomando posición en la tribuna, inició la defensa:

La Defensa

«-Dignísimo juez e ilustres hermanos, en primer lugar afirmo que las hormigas recibieron el beneficio de la vida de su Creador, teniendo el derecho natural de conservarla por aquellos medios que el mismo Señor Dios les enseñó.

Segundo: Que ellas, sirviendo al Creador, dan a los hombres ejemplos de las más variadas virtudes, como la de la prudencia, trabajando sin cesar y guardando para el tiempo de necesidad… De la caridad, ayudando unas a las otras en las dificultades… De dedicación, cargando muchas veces peso mayor que las fuerzas…

Y también de religión y piedad, dando sepultura a los muertos conforme observó el monje Malco en sus estudios…

Tercero: Es verdad que somos hermanos más nobles y dignos que ellas. Todavía, delante de Dios no somos más que hormigas. Y mayor infidelidad practicamos cuando ofendemos a Dios con la más leve imperfección que ellas robando nuestra harina.

Cuarto: Las hormigas ya estaban en posesión de este lugar antes de los autores del proceso aquí llegaran. Por tanto no podrán de él ser expulsadas. Fue Dios que hizo los pequeños y los grandes y a cada especie le designó un ángel para conservarlas, no cabiendo a nosotros el derecho de exterminarlas.

Por último, concluimos que el acusador defienda su casa y harina por los medios humanos que sepan, puesto que esto les es permitido. Pero ellas, sin embargo, tienen derecho de continuar sus incursiones por donde quieran. Pues fue el mismo Señor que también creó las hormigas es a Él que pertenece la tierra y todo lo que en ella encierra, conforme esta dicho en el Salmo XXIII. «Domini est terra, et plenitudo ejus…»

Sobre la defensa, hubo réplicas y contra réplicas. De suerte que el abogado de acusación se vio apretado; puesto que una vez reducida la contienda al simple foro de las criaturas; y conforme el espíritu de humildad enseñado por el Seráfico Padre Francisco, no estaban las hormigas destituidas de derecho.

El Veredicto

El juez habiendo escuchado a ambas partes y revisado los autos, se dispuso con ánimo sincero en la equidad. Después de un momento de ceremonioso silencio dio el veredicto.

– Ilustre comunidad, Delante de Dios, el Justo Juez, declaro: Dado la extensión de estas tierras, y que ambas partes pueden ser acomodadas sin mutuo perjuicio, ordeno que los frailes sean obligados a señalar dentro de su propiedad un lugar competente para vivienda de las hormigas. Y que ellas, bajo pena de excomunión, deberán cambiar luego de habitación, dejando las dependencias del convento.

Visto sobre todo que nosotros religiosos vinimos aquí por obediencia a sembrar la buena Nueva del Evangelio, pues, conforme el Apóstol, el obrero es digno de su sustento. A los frailes, cabe el derecho de aquí permanecer. En cuanto a las hormigas, pueden éstas consignarse en otra parte, por medio de su trabajo y con menor dificultad…

Lanzada la sentencia, fue otro religioso, a mandato del juez, a intimarlas en nombre del Supremo Creador para que se retirasen. Iba él proclamando en boca de aquellos incontables hormigueros el resultado del Juicio. Fue ahí que un milagro sucedió, mostrando como Dios se agradó con la actitud de aquellos humildes frailes.

Inmediatamente… salieron a toda prisa, millares de millares de aquellos minúsculos animales que, formando largas y gruesas hileras, partieron en dirección al campo señalado, abandonando sus antiguas viviendas y dejando libres de su molestísima presencia a aquellos Santos Religiosos, que rindieron a Dios gracias por tan admirable manifestación de su poder y providencia.

Adaptación de «Extraordinario Pleito» del P. Manuel Bernardes, por Inácio Almeida

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