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Los "hijos" de la envidia

Redacción (Lunes, 19-09-2011, Gaudium Press) Santo Tomás se pregunta si la envidia es pecado mortal. Para el Angélico: «La envidia es genéricamente pecado mortal» (Suma Teológica II- II q. 36, a. III) porque es contraria a la virtud de la caridad. El Aquinate explica que el género del pecado se deduce por su objeto:

Ahora, el objeto tanto de la caridad como de la envidia es el bien del prójimo, pero por movimientos contrarios; pues, la caridad se complace con este bien, al paso que la envidia con él se entristece, como de lo antedicho resulta. Por donde, es manifiesto que la envidia es, genéricamente, pecado mortal.

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Según SantoTomás tanto la acedia como la envidia constituyen una tristeza y son ambas vicios capitales

Entretanto, Santo Tomás (Suma Teológica II- II q. 36, a. III) recuerda que cada género de pecado encierra ciertos movimientos imperfectos de la sensualidad que no son propiamente pecados mortales: «así el género del adulterio, los primeros movimientos de la concupiscencia; y el homicidio, los primeros de la ira». De acuerdo con Ayala se trata de los llamados «primeros movimientos» no consentidos y que, en general, los teólogos no consideran como pecado por no ser ellos actos humanos plenamente conscientes y libres. Santo Tomás afirma que «tal envidia no es pecado mortal. Y semejante es la naturaleza de la envidia de los niños, que no tiene uso de la razón» (q. 36, a. III).

En consonancia con la doctrina tomista, se puede concluir que la envidia en su género es pecado mortal. Entretanto, por la imperfección de su acto, puede venir a ser pecado venial.

Si es vicio capital y cuáles son sus hijos

Santo Tomás se pregunta también si la envidia puede ser considerada como un vicio capital. Él responde refiriéndose a las razones que había dado para probar que la acedia es también vicio capital.

Para Santo Tomás, tanto la acedia como la envidia consisten en una tristeza. La acedia es considerada un vicio capital «por instar al hombre a realizar ciertas cosas para huir de la tristeza o para satisfacerla. Por donde, por la misma razón, la envidia es considerada vicio capital» (q. 36, a. IV).

Ayala afirma que, de acuerdo con la doctrina tomista, un vicio capital es aquel que es el principio de muchos otros pecados. Siendo así, se puede distinguir los vicios capitales y sus «hijos», o sea, los pecados que se originan a partir de este mismo vicio.

Santo Tomás, al comentar un texto de San Gregorio donde este enumera las hijos de la envidia – a saber: murmuración, detracción, odio, exultación por la adversidad, aflicción por la prosperidad -, resalta una interesante característica de este vicio capital:

En la envidia hay algo que ejerce la función de principio, algo que tiene el papel de medio y algo que desempeña el de fin. El principio consiste en el envidioso disminuir la gloria del otro; ocultamente, como es el caso de la murmuración; o manifiestamente, como se da con la detracción. El medio consiste en que, visando disminuir la gloria de otro, o lo consigue y, entonces, tiene lugar la exultación con las adversidades ajenas, o, no lo consigue y entonces es el caso de la aflicción con la prosperidad ajena. En cuanto al término, él consiste en el odio; pues así como el bien que deleita causa el amor, así la tristeza causa el odio, conforme dijimos (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

El Angélico resalta que aunque la envidia no sea propiamente el más grave de los pecados, todavía cuando el demonio la sugiere, «induce al hombre a lo que le ocupaba principalmente el corazón. Pues como se dice en el mismo lugar, por vía de consecuencia, por envidia del diablo entró al mundo la muerte» (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV).

Entretanto, Santo Tomás afirma que hay una envidia que puede ser considerada como uno de los más graves pecados, pues se vuelve contra el Espíritu Santo. Este pecado es llamado de envidia de la gracia fraterna.

Royo Marín explica que el Evangelio habla de ciertos pecados que no serán perdonados en este mundo ni en el otro, son estos los pecados contra el Espíritu Santo. El mismo autor afirma que: «Los pecados contra el Espíritu Santo son aquellos que se cometen con refinada malicia y desprecio formal de los dones sobrenaturales que nos alejarían directamente del pecado. Se llaman contra el Espíritu Santo porque son como blasfemias contra esta Divina Persona, a quien se atribuye nuestra santificación».

Santo Tomás (Suma Teológica II-II q. 36, a. IV) declara que esta envidia: «Nos lleva a entristecernos con el aumento mismo de la gracia de Dios y no solo, con el bien del prójimo. Por eso es considerada como pecado contra el Espíritu Santo; porque por ella, el hombre de cierto modo envidia al Espíritu Santo, glorificado en sus obras».

Por eso, Royo Marín nos advierte sobre el grado de maldad que se encierra en la naturaleza de esta falta, pues la envidia de la gracia fraterna:

Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no solamente se tie
ne envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse con la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

Por Inácio de Araújo Almeida

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