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Húsares

Bogotá (Lunes, 26-09-2011, Gaudium Press) La guerra, sórdida, prosaica y cruelísima hoy día, fue en otros tiempos una variada muestra de lances y gestos grandiosos acompañados de sufrido esplendor y doloroso heroísmo que terminaron por inspirar en Montgomery el libro que él tituló «Historia del arte de la Guerra», tan distinto del enigmático manual que escribió Sun Tzu hace casi 3000 años.

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Húsar británico – Foto: Matt.Mr.Ducke

Con Montgomery, Vizconde del Alamein, el asunto es más el recuento histórico del duro oficio que se hizo arte en un momento, y ese momento fue precisamente cuando en los siglos XVII y XVIII, surgieron cuerpos de combate de caballería ligera en casi todos los ejércitos de Europa, con el nombre de Húsares. Los más legendarios fueron los «Húsares alados» del ejército polonés que salvó a Viena de los Turcos en 1683. ¡Parecían ángeles! Dijeron después prisioneros musulmanes.

Rápidos, resueltos y agilísimos, los húsares se convirtieron en una leyenda no solo por su arriesgada operatividad, que costó tantas vidas entre ellos, sino por la vistosidad de sus elegantes uniformes y el jaez de sus corceles. Una carga de húsares era psicológicamente irresistible. Debían ser los mejores jinetes de un ejército pero no hay duda que se trataba también de los que más reconocían el esplendor de la vida militar, no solamente intrépidos sino posiblemente temerarios. Saber lanzar los húsares en su momento preciso y en el punto indicado, era la prueba de fuego de un gran general en el campo de batalla. Desperdiciarlos podía ser también el fracaso irreversible de una carrera militar.

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Armadura de Húsar polaco, S.XVII – Foto: bazylek100

Los regimientos de húsares fueron pensados por los nobles militares húngaros en plenas guerras de defensa contra la injusta agresión del imperio otomano. Se trataba de cargar rápida y repentinamente con mortíferas lanzas puntudas y afiladas en la primera arremetida y después cortar a tajo de sable en la melée del combate. Aparecían sorpresivamente y por el flanco menos esperado. En la inminencia ya del choque, el enemigo oía demasiado tarde su legendario grito de guerra -característico en cada regimiento- y estallaba en medio de la compacta masa del campo del adversario, una especie de flor de cortantes hojas de acero que brillaban aterradoramente entre el colorido de sus prendas militares, las gualdrapas y cintas de sus caballerías entrenadas también para el combate dando coces y dentelladas y saltando por encima de los enemigos. Era un espectáculo que detenía por un momento la batalla con la atención de todos los combatientes y regimientos concentrada en la escena que sintetizaba belleza, coraje y dolor. Allí se podía definir para siempre el futuro de una nación entera, de un continente o de una civilización. No es casualidad que haya sido precisamente Von Suppé, un compositor vienés, quien hasta ahora mejor consiguió poner en notas musicales una preparación, un desfile, una carga, el dolor y la victoria de un regimiento de húsares. Quizá un homenaje de gratitud a un cuerpo militar que sacrificó cientos de hombres para preservar valores culturales amenazados por el odio a la cristiandad.

Por Antonio Borda

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