Redacción (Martes, 04-03-2011, Gaudium Press) En un pueblito se organizó una corrida de toros para celebrar la fiesta patronal, y se estrenaba en esa corrida un torero joven. La madre del torero se encontraba en las graderías y estaba muy nerviosa porque a su hijo le había tocado el toro más bravo.
Cuando le tocó el turno a su hijo se puso más nerviosa todavía porque salió el toro y era verdaderamente una «fiera». Entonces el capellán de la plaza de toros del pueblo que había ido a la corrida le dice: «Señora ¿Qué le pasa? ¿Porque está nerviosa?». La señora, toda acongojada le respondió: «Padre no ve que mi hijo está en peligro».
Y el Padre le dice: «deje de preocuparse porque el toro no tiene como su hijo, una Madre que rece por él». Ese día este joven cortó las dos orejas.
Queridos hermanos y hermanas, nosotros en el cielo tenemos una Madre que reza por nosotros. Esa Madre es la Virgen.
María ¿Quién es eres?
La Virgen ocupa después de la Santísima Trinidad el puesto más importante en nuestra vida. Ella es la obra maestra de la Trinidad: hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, esposa fiel del Espíritu Santo.
Todos nosotros debemos amar mucho a la Virgen, y puesto que para amarla se necesita conocerla, es bueno que sepamos las verdades de fe con respecto a la Virgen. Se trata de los cuatro dogmas marianos o los cuatro grandes privilegios que recibió la Virgen
En primer lugar la Virgen es la Madre de Dios (Mt 1, 21; Lc 1, 35.43; Ga 4, 4-6). Llamamos a María, Madre de Dios porque quien nació de ella es Jesús, verdadero Dios. Quien estuvo nueve meses en el purísimo vientre de la Virgen fue el mismo Dios, aquel que ni los cielos pueden contener. Por ello, la Virgen es llamada el primer sagrario de la historia.
La segunda verdad sobre la Virgen es que ella es Inmaculada (Lc 1, 28. 42). Es decir que desde el primero momento de su concepción estuvo limpia de pecado original, y nunca cometió el más pequeñito de los pecados. Ella es toda limpia, toda pura, toda santa. Por eso, no sólo le decimos santa María sino Santísima Virgen María.
La tercera verdad mariana nos dice que María es la siempre Virgen María (Mt 1, 18-24; Lc 1, 26-36). Es una verdad de fe que María fue Virgen antes, durante y después del parto. El nacimiento de Jesús no dañó en nada su cuerpo y no tuvo otros hijos, su único hijo es Jesús. Cuando en la Biblia se habla de hermanos de Jesús se refieren a parientes, primos e incluso vecinos, puesto que en el arameo y el hebreo no existe una palabra especial para decir «parientes».
La cuarta verdad es la asunción al cielo. Es decir que la Virgen está junto a Dios no sólo con su alma sino con su cuerpo glorificado. Es el dogma de la Asunción. Ella es la mujer que nos habla el Apocalipsis: «La mujer vestida de sol, con la luna bajo su pies y una corona de doce estrellas en su cabeza» (Ap 12,1).
Imitar a María.
Nuestra devoción a la Virgen tiene que apoyarse en dos actitudes fundamentales: imitarla e invocarla.
La verdadera devoción a la Virgen consiste en primer lugar en imitarla ¿Cómo imitamos a la Virgen? imitando sus virtudes. La Virgen es el jardín de Dios donde han crecido todas las virtudes, ¿Queremos ser verdaderos devotos de la Virgen? imitemos la vida de la Virgen.
Imitemos su fe, la Virgen creyó con todas sus fuerzas, a tal punto que santa Isabel le dice «Bendita tú porque has creído» (Lc 1, 45). Imitemos su esperanza: La Virgen esperó y confío sólo en Dios. Imitemos su caridad: La Virgen ama con todas sus fuerzas a su Hijo, y porque ama a su hijo, ama a los demás. Fíjense que cuando la Virgen ya está en encinta se va al pueblo de su prima Isabel para ayudarla; camina varios kilómetros para atenderla ¡Que ejemplo de caridad!
Imitemos su obediencia. La Virgen siempre cumplió la voluntad de Dios, se llamó a si misma «la humilde esclava del Señor» (Lc 1, 38). Imitemos su pureza, La Virgen tenía un corazón puro y limpio de toda suciedad.
Invocar a María
Además de imitarla debemos invocarla, Queridos hermanos y hermanas que no pase un solo día en que no le recemos aunque sólo sea un ave maría. Hay un refrán que dice «todo sale bien entre avemarías». En nuestras casas no debe faltar una imagen de la Virgen y en nuestros bolsillos que siempre esté una estampita de la Virgen.
Cuando nos levantemos pongámonos bajo la protección de la Virgen y cuando vayamos por la calles conversemos con la Virgen, mejor si le rezamos el santo Rosario, sembrando ave marías por la calle. El Santo Rosario es la oración que más le gusta a la Virgen.
Si estamos con nuestra Madre, ninguna tentación nos va a ganar, pues el demonio tiembla ante el nombre de la Virgen. Cuando llegue el fin del día volvamos a rezarle a la Virgen, dándole gracias por los beneficios concedidos y porque nos ayuda a vivir unidos a Jesús nuestro Señor.
Queridos hermanos y hermanas, hagamos el firme propósito de imitar e invocar a la Virgen. Quien acude a María nunca queda defraudado. Quien acude a la Virgen pase lo que pase siempre encontrará el camino para encontrarse con Jesús. Porque a Jesús se va y se vuelve por María. En verdad, ella es nuestra Madre.
Por el P. Carlos Rosell de Almeida
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