Bogotá (Lunes, 10-10-2011, Gaudium Press) El confesionario es un mueble, pero no es un mueble cualquiera. No solamente se encuentra en el recinto de las iglesias católicas, pues los hay en algunas Anglicanas y Ortodoxas. Generalmente son en madera. Constan de las mismas partes y están dispuestas ellas más o menos del mismo modo: es un reclinatorio -mueble católico por excelencia- donde se arrodilla el penitente, un asiento para el confesor separado por un tabique que tiene una ventanilla por donde los dos se comunican. La pequeña ventana puede tener una celosía, una discreta cortinita o simplemente una tablilla que se corre.
Confesionario del Santo Padre Pío, Pietrelcina, Italia |
Muchos de los elaborados en duros tablones de hace siglos, son verdaderas obras de arte, pues semejan pequeñas iglesias con estilos arquitectónicos diferentes, en maderas finas y aromáticas que reflejan elocuentemente la mano artesanal y mansa que los elaboró.
Fueron anónimos pero aplicados carpinteros que con la mayor naturalidad del mundo los fabricaron por encargo de un buen párroco, y casi sin quererlo terminaron elaborando una bella obra artesanal tan singular, que más atrae por los imponderables graves y los matices serios, entre los que se percibe a veces estar ellos como salpicados de penas, vergüenzas y dolores que -como decía Louis Veillot- si estuvieran chorreados con la sangre de un mártir, convidarían menos a venerarlos que cuando los vemos así, rociados de adolorido arrepentimiento.
Vale detenernos un momento para observarlos e imaginar aquel desfile de personas de toda edad, sexo y condición social que se ha arrodillado comprimido por la pena y después se levanta casi flotando al aire; gentes tranquilizadas dispuestas a seguir para adelante.
Baste leer la conversión de un Huysmans para entender ese misterioso poder que emana de un confesionario. Un mueble de humillación y de esperanza, una combinación de sentimientos atrapados en ese hospitalario maderaje, una lección de auténtica ayuda humanitaria ungida de caridad divina. ¿Qué cultura, antes o ahora ha logrado este prodigio de recuperación ética y moral de un individuo a punto de su autodestrucción psicológica y espiritual?
No se trata por supuesto de una terapia como algunos han querido hacerlo ver. Es la prueba, el testimonio palpable, una demostración de la veracidad de una doctrina que basa su enseñanza en el perdón e hizo -para que él fuera más evidente a nuestros sentidos- un mueble para la reconciliación y el rescate al mismo tiempo, serio y acogedor artefacto del que sale una gracia de Dios bajo la forma de una voz serena y paternal, con un gesto y una fórmula piadosa de nuestra milenaria liturgia, el imponderable y la certeza de que estamos perdonados, perdonados por Dios y todavía tenemos esperanza.
Por Antonio Borda
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