Redacción (Martes, 11-10-2011, Gaudium Press)
La institución del Colegio Apostólico
El Señor, después de haber rezado al Padre, constituyó Doce apóstoles para enviarlos a predicar el Reino de Dios. El número de los Doce recuerda las doce tribus de Israel; de un lado expresa la edificación del nuevo Israel, nacido del «resto» del antiguo, pero por otro lado, es intención de Nuestro Señor romper con la casta sacerdotal limitada a una tribu.
Apóstoles y Profestas, en la Catedral de Amiens, Francia |
El propio acto de elección comporta ya una participación de los apóstoles a la consagración y misión de Jesús, porque los escoge para enviarlos a predicar, por tanto, los hace partícipes de su consagración y su misión divinas, realizándose esto en diversos momentos y coincidiendo con la institución del sacramento del orden, observable en diversas ocasiones en las cuales reciben de Jesús la llamada, la potestad y la misión, completada en Pentecostés.
El magisterio une la institución del orden a la Eucaristía. Juan Pablo II, por ejemplo, reafirmó la doctrina tridentina de la unión del orden con la Eucaristía. Después de la Resurrección, el Señor hace de los apóstoles los continuadores de su misión y les da el poder de perdonar los pecados. Esta misión de los apóstoles deriva de la consagración recibida. No es propia, en doble sentido: es una iniciativa de Otro y su capacidad para desarrollarla es participada.
En esta misión los apóstoles fueron confirmados en el día de Pentecostés. Al descender el Espíritu Santo, se realizó el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo y se completa la institución del orden sagrado en cuanto da a los apóstoles la gracia necesaria para cumplir su misión ejercitando la potestad sacra. Los apóstoles recibieron, de este modo, la calificación que permanecerá en los detentores del sacerdocio ministerial: una capacidad ontológica y un «impulso interior» – el don de Pentecostés contiene también aquello que posteriormente se llamará «gracia sacramental específica» del orden. Si la ‘missio Ecclesiae’ es siempre reconducible a la misión invisible del Hijo y el Espíritu Santo, la ‘missio apostólica’ deberá tener su origen no solo en Cristo, sino también en el Espíritu Santo.
El grupo de los Doce reunidos en el Cenáculo, como germen de la Iglesia, había sido enviado ya por el Señor a los hijos de Israel, y después a todas las gentes, a fin de que, participando de su potestad, los convirtiesen en discípulos, los santificasen y los gobernasen; sin embargo, fueron confirmados en esta misión en Pentecostés. Fueron impulsados a la misión y a predicar audazmente el Evangelio. Este don del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Cristo, descendió sobre ellos para que lo comuniquen a todos los hombres.
La posición de los Doce, además de ser embajadores y ministros de Cristo, los sitúa también a la cabeza de la comunidad cristiana. Ellos están conscientes de estar investidos de autoridad, ejecutándola inclusive con veemencia. Escogidos juntos, su unión fraterna estará al servicio de la comunidad. Su autoridad no es de dominio, sino ejercitada «para edificar y no para destruir».
La Sucesión Apostólica
Los apóstoles, además de ser fundamento de la Iglesia, fueron también el origen de la sagrada jerarquía. El ministerio sacerdotal tiene, entonces, como segundo fundamento -después del cristológico, el sacerdocio de Cristo- la sucesión apostólica que es la continuidad en el tiempo del ministerio apostólico, indispensable para la vida de la Iglesia. La sucesión apostólica es el aspecto de la naturaleza y la vida de la Iglesia que revela la dependencia actual de la comunidad en relación a Cristo, a través de sus enviados.
La Virgen y los Apóstoles en Pentecostés |
La misión divina, confiada por Cristo a los apóstoles, deberá durar hasta el final de los tiempos y por eso los apóstoles, en esta sociedad jerárquicamente estructurada, tuvieron la preocupación de escoger sucesores. Si bien que la muerte del último apóstol acaba el apostolado de los Doce, su ministerio no termina, continúa a través de los siglos en la sucesión apostólica: los poderes y la misión de los Doce fueron recibidos por sus sucesores, los obispos, y de un modo subordinado por los presbíteros.
De la revelación neo-testamentaria aprendemos que en la vida de los apóstoles existían ya colaboradores que desempeñaban el encargo de completar y consolidar la obra ya iniciada. En estos colaboradores ya se destilaba, por así decir, los obispos sucesores de los apóstoles, siendo que estos «obispos» se distinguían de los otros cristianos. Era la sucesión apostólica. Estos primeros sucesores poseen el ‘munus apostolicum’ «per successionem ab initio decurrente» y éste es el criterio que individualiza, inequívocamente, aquellos que poseen realmente las marcas de la semilla apostólica.
San Clemente, tercer sucesor de Pedro, afirmaba que «los Doce tuvieron la preocupación de constituirse sucesores para que la misión que les fue confiada continuase después de su muerte». Así siendo, los apóstoles, en obediencia a la voluntad del Señor, instituyeron los ministerios que tenían la misión de continuar la obra iniciada por ellos, y dieron a sus sucesores la orden de confiar este ministerio a otros, a fin de continuar la sucesiva generación de cristianos.
Los ministerios se desarrollan ya en el período apostólico e inmediatamente post apostólico. Solo en los obispos, con la ayuda de los presbíteros y los diáconos, se encuentran, a través de la sucesión apostólica, las marcas auténticas de la semilla apostólica. Estos fueron considerados los pastores que dirigieron la comunidad cristiana en nombre de Dios. Vale aquí agregar que solo los obispos son los sucesores de los apóstoles.
Por el P. Juan Carlos Casté, E.P.
(Mañana II Parte – El Munus Apostólicum, Las Funciones de los Obispos)
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