Bogotá (Martes, 08-11-2011, Gaudium Press) Cada vez se hace más conocida, no solo en los ámbitos de la Iglesia, la figura del P. Francis L. Sampson, quien llegó a ser jefe de los capellanes militares de los EE. UU. Sus memorias, «Look at Below: A Story of the Airborne by a Paratrooper Padre» (Mira allá abajo: Una historia de la Aerotransportada escrita por un Padre paracaidista), adquieren ya hoy, después de 53 años de haber sido publicada y a un año de conmemorarse su natalicios, la categoría de clásico.
El P. Sampson, llegó a obtener el título de Mayor General |
Entre las múltiples hazañas de su vida, se suma una de carácter «cinematográfico»: la de haber sido el verdadero salvador del «soldado Ryan».
La película -ficticia pero basada en hechos reales- popularizada por el reconocido filme de Spielberg de 1998, narra la historia del capitán Miller, quien recibió la orden de encontrar al soldado americano y llevarlo de regreso a su casa, tras la muerte de sus tres hermanos en la segunda guerra mundial. Ryan, quedaba como el único sustento de su madre, quien además era viuda.
En la vida real, Frederick «Fritz» Niland, sí creía haber perdido a sus tres hermanos en diferentes acciones militares. Uno de ellos, habría muerto en el derribo de un avión por obra de los japoneses. Los otros dos en el desembarco en Normandía, en el día D. Sabedor de estas malas noticias, ‘Fritz’ se puso en contacto con el P. Sampson, que en la época era, además de capellán militar, Primer Teniente del 501º Regimiento de Paracaidistas de la 101º División Aérea, y quien le prometió que conseguiría su repatriación.
Y efectivamente el P. Sampson consiguió que ‘Fritz’ sirviese en una unidad acantonada en Nueva York, para alegría de su madre. Ella, que al final de la guerra tuvo otra alegría: el hijo supuestamente abatido por los nipones había sobrevivido.
Una vida de aventuras
Poco después del desembarco en Normandía el P. Sampson fue capturado por dos soldados alemanes que lo iban a ejecutar. Entretanto, un tercero, católico, lo reconoció como sacerdote e impidió su muerte. En un gesto cómplice, que pasó inadvertido para los otros, este soldado le mostró una medallita. «Fue agradable comprobar la universalidad de la Iglesia aquel día», confesó el Padre, haciendo referencia a la catolicidad del soldado del otro bando que lo salvó. Durante 6 meses estuvo en un campo de prisioneros, y liberado, regresó a la Aerotransportada, para continuar con sus funciones de capellanía. Después de la Guerra recibió una Estrella de Bronce por sus servicios.
Tras el fin de la Segunda Guerra, el P. Sampson sirvió en la Guerra de Corea; en 1967 fue nombrado jefe de los capellanes militares de los EE.UU. y llegó a atender espiritualmente a paracaidistas operativos en Vietnam. Él nunca dejó de sentirse ‘paracaidista’.
El próximo año se conmemora el centenario de su nacimiento y ya se preparan múltiples homenajes a un personaje que gana cada vez más estima entre los estadounidenses, y que dejó un recuerdo ejemplar imborrable en el ejército americano.
Un sermón inspirado
Para ejemplificar la espiritualidad del P. Sampson, sigue a continuación un sermón pronunciado en plena Segunda Guerra, ante los restos de una iglesia que había sido bombardeada, donde solo habían quedado dos paredes, el Cristo, y las imágenes de San Pedro y San Pablo, lo que fue considerado un milagro:
«La imagen desnuda del galileo colgado en la cruz ha inspirado siempre amor y odio. Nerón quiso hacer de la cruz una imagen odiosa llevando a los cristianos a la muerte, denigrándoles, incendiando Roma con esas cruces humanas ardientes. Juliano el Apóstata dijo que conseguiría que el mundo olvidase al hombre de la cruz, pero en su agonía final tuvo que confesar: ´Has vencido, galileo´. Los comunistas prohíben su presencia porque temen su poder contra sus malvados designios. Hitler ha intentado sustituir la imagen de Nuestro Señor en la cruz por una estúpida esvástica. Invectivas, falsas filosofías, violencia… todo tipo de instrumento diabólico ha sido empleado para arrancar a Cristo de la cruz y el crucifijo de la iglesia. Sin embargo, como las bombas caídas sobre esta capilla, sólo han conseguido hacerla destacar cada días más. La imagen que amamos crece cada vez más en nuestro entendimiento por la vehemencia del odio de las malas gentes. Cada uno de nosotros tenemos esta sagrada imagen impresa en nuestra alma. Como esta capilla, somos templos de Dios. Y no importa que estemos destrozados por las bombas, la tragedia, las pruebas y los ataques: la imagen del crucificado se mantendrá si así lo queremos. Renovemos al pie de esta cruz nuestros votos bautismales. Y prometamos que Su imagen revestirá siempre nuestro corazón».
Gaudium Press / S.C.
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