Bogotá (Jueves, 10-11-2011, Gaudium Press) El lápiz comenzó su trazo lineal en Europa. Y no podía ser sino en esa misma parte del mundo donde nació la imprenta: Alemania. Su origen fue modesto, como muchas otras tantas cosas que la creatividad de unos pueblos tan variados como los de ese continente, le dio al mundo no solo para progresar sino para crecer en gratitud con Dios: Una carpintería.
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La aparición del Cristianismo y su propagación por los cuatro puntos cardinales de la tierra, había hecho que aumentaran los documentos escritos. Ya los santos padres de la Iglesia tanto en Oriente como en Occidente fueron pródigos escribanos de lo que les dictara el Espíritu Santo. Sin embargo los medios para escribir en aquellos tiempos eran los más rudimentarios. Curiosamente sobraba mucho en qué escribir, ya fuera papiros, vitelas o pergaminos e incluso la tinta. Lo que era realmente una incomodidad eran las plumas secas y afiladas de aves o las cañas cortadas en bisel. Manchones en los dedos y en los documentos era lo más común todavía en el siglo XVIII. Cuando Dios les reveló a los ingleses la existencia del grafito en los yacimientos de su país, estaba dado el primer paso y solucionado el problema pues antes de elaborar cualquier documento definitivo y lacrado, se podrían estudiar los borradores con las correspondientes modificaciones y glosas.
Bien sabemos que ese tipo carbono ya existía también en América y Asia, pero los pueblos de aquellas partes de la tierra no consiguieron darle la aplicación que se le daría en una tierra ungida con la fatiga de tanto apóstol misionero redactando borradores de crónicas, de apologías, de explicitaciones teológicas, doctrinas y nuevas teorías para la difusión de la fe. Escribir a lápiz se convirtió también la gran solución para alfabetizar a los niños en todas las escuelas cristianas. Generaciones sucesivas fueron aportando para que el sencillo lápiz se volviera el utensilio que hoy conocemos y admiramos por lo práctico y fácil de usar como por la variedad de calibres, intensidades, dureza, suavidades en el trazo y formas que se consiguieron al paso de los años y la tradición.
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Muchos fueron agregando sus propias ideas al simple trozo de un carbono emparentado con diamantes que terminó hoy en el objeto más usado por escritores y dibujantes en todo el mundo. Primero fue manejar el desnudo grafito, después mezclarlo con arcilla y colocarlo en las tabletas de madera con hormas en formas cilíndricas u octagonales, alguien más acá o más allá del tiempo de su proceso de mejoramiento le agregó el borrador. La historia registra que también un estadounidense hizo su aporte.
Con todo y su industrialización internacional, el lápiz actualmente es un prodigio de calidad y belleza porque una aristocrática familia alemana de hoy, que se ennobleció en el oficio y que desciende de un honrado carpintero agremiado desde la alta edad media, le aplicó virtud, paciencia, cuidado investigativo e inspiración para mejorarlo con cada generación, conservando el legendario logotipo de dos caballeros medievales «quebrando cañas» como en los torneos de esos tiempos…Bien cierto es aquello de que la calidad no se improvisa y la tradición se impone.
Por Antonio Borda
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