Redacción (Lunes, 14-11-2011, Gaudium Press) En el libro del Génesis 1, 27 viene descrita la creación del hombre por Dios, constituido en un estado de santidad y de justicia original, que era una participación de la vida divina (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica – en adelante indicado por CIC -, §375); y su posterior caída y expulsión del Paraíso, con la pérdida del estado de gracia y de los dones preternaturales que Dios le otorgó, como el de integridad, disfrutando así de impasibilidad y de inmortalidad. Gozaba, por tanto, de felicidad plena. Fue creado no solo bueno, sino en «amistad con el Creador y en total armonía consigo mismo y con la creación que lo rodeaba que solo serán superadas por la gloria de la nueva creación en Cristo» (CIC, §374).
Adán y Eva, detalle de cuadro de Fran Angelico |
Una prohibición apenas le fuera impuesta: no comer del fruto del árbol del bien y del mal, que había en el centro del Edén. Sorprendentemente, el primer hombre sucumbe a la prueba, aparentemente tan simple, con graves consecuencias para sí y para todos sus descendientes. Perdió él, así, el estado de inocencia.
«El género humano entero es en Adán «sicut unum corpus unius hominis – como un solo cuerpo de un solo hombre». En virtud de esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en la justicia de Cristo. […] Sabemos, sin embargo, por la Revelación, que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no exclusivamente para sí, sino para toda la naturaleza humana: al ceder al Tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta la naturaleza humana, que van a transmitir en un estado decaído. Es un pecado que será transmitido por propagación a la humanidad entera, esto es, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Y es por eso que el pecado original es denominado «pecado» de manera analógica: es un pecado «contraído» y no «cometido», un estado y no un acto. […] y la privación de la santidad y la justicia originales, pero la naturaleza humana no es totalmente corrompida: ella es herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte, e inclinada al pecado (esta propensión al mal es llamada ‘concupiscencia’)» (CIC, §115).
Y en las potencias del alma humana, que originalmente estaban ordenadas, con las potencias intelectivas gobernando y comandando las sensitivas, fue introducido el desorden.
«El ‘dominio’ del mundo que Dios había otorgado al hombre desde el inicio se realizaba antes que nada en el propio hombre como dominio de sí mismo. El hombre estaba intacto y ordenado en todo su ser, porque libre de la tríplice concupiscencia que lo somete a los placeres de los sentidos, a la codicia de los bienes terrestres y a la auto-afirmación contra los imperativos de la razón. […] Es toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por el designio de Dios, que será perdida por el pecado de nuestros primeros padres» (Id. §108).
Para alcanzar la perfección, necesita el hombre en adelante vencer a la naturaleza debilitada e inclinada al mal.
En el hombre, la inteligencia iluminada por la Fe debe orientar la voluntad, y ésta gobernar la sensibilidad. Todo el hombre actuaría así ordenado en función de la razón y de la Fe. Ocurre que después del pecado original, la sensibilidad humana tiende siempre a rebelarse contra el yugo de la voluntad, y ésta, al no seguir los dictámenes de la razón, la cual, a su vez, tiende a disociarse de la Fe. Por tanto, la primera tendencia de la humanidad decaída es hacia el dominio de los instintos desordenados. «Solamente a la luz del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarlo y amarse mutuamente» (Id. §110). «Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado» (Id. §110).
«El relato de la caída (Gn, 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que ocurrió al inicio de la historia del hombre. La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original cometido libremente por nuestros primeros padres» (Id. §110-111).
Por ser inteligente, tiene el hombre el libre arbitrio para, con el auxilio de la gracia divina y una buena formación moral, vencer esas malas tendencias, caminando hacia la perfección. «Forma parte de la perfección del bien moral o humano que las pasiones sean reguladas por la razón» (CIC, §479).
P. Ricardo Basso, EP
(Mañana: Las consecuencias del pecado original – Las pasiones)
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