domingo, 24 de noviembre de 2024
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Dios es feliz ¿Cómo hago para ser como Él?

Redacción (Miércoles, 14-12-2011, Gaudium Press) Felicidad… No hay ser humano que no la busque. Ella es la meta principal de los hombres. Desde los primeros destellos de la razón, en todo momento, tal anhelo mueve todos nuestros deseos y operaciones. La búsqueda de la felicidad está enraizada en el propio ser del hombre, pues esta aspiración no se extirpa de nuestra alma, ni siquiera con la muerte. ¿Qué es propiamente ser feliz? ¿Cuántos lo lograron? ¿Dónde encontrar la felicidad? ¿Cuándo la encontramos, será verdadera? ¿Será perenne o simplemente transitoria?

Las respuestas a estas preguntas están contenidas en la doctrina de la Iglesia respecto a la felicidad divina, felicidad infinita de la cual somos llamados a participar. Esta felicidad verdadera y suprema no es pasajera, ni falsa, ni oculta; al contrario, es más accesible de lo que se piensa. De la felicidad absoluta, eterna y perfecta goza el propio Creador: «Dios es feliz» (1Tm 6,15). Ni los montes, ni las profundidades, ni cualquier inmensidad pueden ser usadas como término de comparación a la felicidad infinita de Dios.

Para entender algo de esta Beatitud Divina, es necesario, antes, definir con claridad en qué consiste la verdadera felicidad humana. Entendiendo nuestra propia aspiración, se comprenderá la beatitud divina.

¿Qué significa ser feliz?

La felicidad es nuestra aspiración constante, fuente de todas nuestras acciones y objetivo último de todos nuestros planes [1].

GREECE-300x227.pngEntretanto, para la obtención de ese fin, las opiniones de los hombres divergen. ¿Dónde se encuentra, pues, la felicidad?

Ya en la Grecia antigua, algunos decían que la felicidad estaba en la práctica de la virtud (estoicos), otros, en el placer de los sentidos (epicuristas), otros también, en la sabiduría, como Sócrates, Platón y Aristóteles. Entretanto, para la Iglesia, la felicidad está, en el decir de Boecio, «en un estado perfecto sonde se asoman todos los bienes» [2]. San Agustín se refiere a un tipo de felicidad superior, más espiritual y que no se resume a la felicidad de los placeres terrenales. El Obispo de Hipona, en la obra De Beata Vita, escrita en el siglo V, defiende que la felicidad está en el conocimiento de la verdad.

Santo Tomás distingue varias formas de ser feliz. Existe la felicidad de los placeres terrenales, algunos lícitos, como comer un alimento sabroso o escuchar una buena música; otros que, aunque den al hombre gozo real, ofenden a Dios y a la naturaleza, como el pecado de la gula, la borrachera y la impureza; existe la felicidad del mando y la riqueza, que, en último análisis, más que mera sed de placeres, se fundamenta en el vicio del orgullo y consiste en el deseo de poder y gloria.

Por otro lado, está también la felicidad de la admiración y la contemplación. Degustamos de ella al considerar un bello y grandioso panorama, o al entretenernos con el encanto de un animalito, o, todavía, al meditar en realidades superiores a la vida cotidiana.

Entretanto, esas variadas formas de felicidad, de las cuales ciertamente todos nosotros ya gozamos en ciertos momentos, en mayor o menor grado, son meramente naturales. No llenan la sed que sentimos en nuestro interior, que nos lleva a desear una felicidad superior a nuestros propios límites. Esta sed de felicidad, por decir así, infinita, por la cual nuestro corazón palpita en deseos de manera ininterrumpida, consiste en anhelar la participación de la felicidad de la cual el propio Dios goza. Esto es propiamente ser beato o bienaventurado, en el lenguaje bíblico-teológico: participar de la felicidad (o sea, de la beatitud) divina.

La Felicidad de Dios

Santo Tomás enseña que todo lo que es deseable en cualquier bienaventuranza, sea verdadera o inclusive falsa, preexiste total y eminentemente en la bienaventuranza divina. Por tanto, todo gozo, sabor, maravilla, poder, gloria y riqueza posibles al hombre están contenidos en la felicidad de Dios [3].

Boethius-300x226.pngDe la felicidad terrestre, que, en el decir de Boecio, consiste en los placeres, riquezas, poder, dignidad, gloria [4], el Creador goza la alegría de Sí mismo, de su propio ser eminentemente perfecto, sublime e infinito; como riqueza, la perfecta suficiencia que ellas prometen; como poder, la omnipotencia; como dignidad, el gobierno universal de la creación; como fama, la admiración de toda criatura [5]. De la felicidad contemplativa -que es la más elevada y perenne de todas las felicidades- Dios tiene la perpetua y ciertísima contemplación de sí mismo, como de todas las demás criaturas visibles e invisibles. Por esta razón, desde el punto de vista ontológico, Dios goza de una felicidad inmensurable.

En Dios hay además una felicidad superior. Como vimos, Santo Tomás define la felicidad como «el bien perfecto de los seres intelectuales» [6]. De hecho, la felicidad del alma supera la felicidad del cuerpo. ¿Qué serían todos los deleites terrenales sin la alegría del espíritu? Esta definición de felicidad es la más aplicable a la felicidad Divina. Dios posee todo bien, perfección y conocimiento, por tanto a Él conviene la máxima felicidad. Por eso, enseña San Agustín: «Bienaventurado aquel que te conoce, aunque ignore todo lo demás» [7]. La felicidad de Dios reside en, conociendo a sí mismo, deleitarse y amarse a sí mismo de modo perfecto.

St-Thomas-Aquinas-187x300.png«Dios no necesita de nuestras alabanzas» [8]. Tal es la felicidad divina que Él ni precisa de las glorias que podemos atribuirle. La gloria de su Ser infinito es su máxima alabanza. Dios es feliz en sí mismo por el simple hecho de ser y existir.

Dios es la felicidad

Narra el Evangelio que, habiendo Jesús dejado Judea, volvió a Galilea. Al pasar por Samaria, región despreciada por los judíos, se dirigió a una localidad llamada Sicar, junto a las tierras que Jacob, más de 1500 años antes, había dado a su hijo José.

En aquel evocativo lugar había el conocido pozo de Jacob. Los ardores del mediodía agravaban en Jesús las fatigas del viaje, y por eso se sentó Él al costado de la cisterna. Como los discípulos fueron a la ciudad para comprar alimentos, Jesús pidió a una mujer samaritana que sacaba agua: «Dame de beber» (Jn 4,7).

No sin perplejidad aquella samaritana consideró a un judío hablar consigo, respecto a una misteriosa agua: «Si conocieses el don de Dios, y quién es que te dice: ‘Dame de beber’, ciertamente le pedirías tú misma, y él te daría agua viva».

Delante de la explicación de Jesús respeto a este líquido que brota de una fuente eterna, de la cual todo aquel que bebe jamás tendrá sed, la samaritana no tuvo otra idea sino suplicar: «¡Señor, dame de esta agua, para que yo ya no tenga sed ni venir aquí a sacarla!» (Jn 4,15).

El agua viva e inextinguible de felicidad humana, hacia la que todo hombre tiende, está en su último fin, Dios, por medio de Jesucristo. El alma humana quiere de esta agua viva y eterna dada por el Divino Maestro, fuente inextinguible de felicidad.

Por Marcos Eduardo Melo dos Santos

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[1] Cf. MONDIN, Battista. Quem é Deus? Elementos de teologia filosófica. São Paulo: Paulus, 1997.

[2] Status omnium bonorum aggregatione perfectus. Boécio. De Consolatione Philosophiae, 3, 2.

[3] Cf. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. I-II, q. 26, a. 4.

[4] Cf. Boecio. De Consolatione Philosophiae.3,2. ML : 63, 726 A.

[5] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica I, q. 26, a. 4.

[6] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. I, q. 26, a.1.

[7] San Agustín. Confesiones. 5,4: ML 32,708.

[8] San Gregorio Magno. Moralia32,6,7: ML 76,639 D.

 

 

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