sábado, 23 de noviembre de 2024
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Visiones y revelaciones: algunos criterios de discernimiento

Bogotá (Martes, 20-12-2011, Gaudium Press) «El Señor ha mandado decir que en todas las casas -para su protección- hay que instaurar una cruz negra, de tanto de ancho por tanto de alto, y que en ambos lados de su brazo transversal tenga la medalla de tal santo, y también en su base», me decía con todo fervor y convencimiento una buena señora, piadosa por lo demás, en días pasados. «¿Y a quién le dijo el Señor todo ello?», inquirí entre intrigado, interesado y un tanto escéptico. «Pues a fulanita de tal, que es una santa, y que desde hace tanto tiempo recibe magníficas revelaciones del cielo», fue la respuesta tajante, que quería ser contundente.

En épocas de gran confusión, agitación y degradación de las costumbres, particularmente como esta en la que vivimos, comienzan a circular, videntes, profecías, revelaciones y visiones, que a veces nos inundan por su abundancia y a las que muchos ponen atención, y muchas veces siguen con devoción. Entretanto no todas las «revelaciones» vienen del cielo…

Sin entrar en el análisis de los diversos tipos de visiones, queremos sí dar aquí una palabra sobre lo que son los peligros de ilusión en estas materias, de los que incluso han sido objeto los santos. Seguiremos en estas líneas el concienzudo análisis que hace el P. Aug Poulain, de la Compañía de Jesús, en su clásica obra ‘Des Grâces d’Oraison’, su tratado de Teología Mística sobre los diversos tipos de oración.

Primero hemos de recordar que la Iglesia solo nos obliga a acreditar en lo que ella ha llamado «Revelación Universal», es decir la contenida en las Escrituras Sagradas y en la Tradición, de las cuales la Santa Romana Iglesia es intérprete, maestra y custodia. Entretanto, Dios puede comunicarse (y se ha comunicado) de forma particular a ciertas personas y sobre todo a santos. Estas comunicaciones son las llamadas «Revelaciones Particulares», que los cristianos no estamos obligados a acreditar, pero que entretanto pueden ser verdaderas y si así, contienen mensajes de sumo interés para grupos sociales o para la humanidad en general. De muchas de estas revelaciones particulares la Iglesia se ha empeñado en su estudio y juzgamiento. No obstante, cuando la Iglesia las aprueba, no las declara como de fe católica, sino dignas de crédito según la fe humana, y son presentadas como probables y piadosamente creíbles.

Las revelaciones de quienes dicen ser objeto de tales, tienen un triple origen: Dios, el mero hombre, o el padre de las tinieblas. Es decir, no toda comunicación extraordinaria ocurrida a alguien viene de Dios. Es claro, que las de los dos últimos tipos son falsas (y perjudiciales), pues revelación es por definición una comunicación de la divinidad.

Entretanto, lo delicado del asunto comienza a entreverse cuando consideramos que incluso en las revelaciones de origen divino puede mezclarse la falencia humana, al darse una interpretación inexacta o sencillamente falsa. Veamos.

«Una revelación divina puede a veces ser mal interpretada», recuerda el P. Poulain. La gigantesca, la inocente doncella Santa Juana de Arco, flor de pureza y orgullo del género humano, creyó que las voces que le hablaban le habían prometido librarla de sus captores. Entretanto, como lo declaró la propia santa, las voces le habían afirmado: «No te inquietes de tu martirio; tú al final vendrás al reino del Paraíso», lo cual se cumplió perfectamente, para mayor gloria de Dios y de ella misma.

En otras ocasiones, la revelación adquiere todo su sentido por circunstancias posteriores a ella, que por no existir al inicio, no permiten su comprensión total. Nos dicen los Hechos de los Apóstoles que San Pedro vio algo parecido a un gran mantel, y que dentro de él había «toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo», al tiempo que una voz le decía «Vamos, Pedro, mata y come» (Hechos 10, 10). El primer Papa había tenido esta visión en un éxtasis después de haber pedido de comer, pues sentía hambre. Es claro que en un primer momento él imaginó que la visión era la orden que Dios le daba de que comiera de todos esos animales que los judíos consideraban impuros. Sin embargo, el verdadero mensaje, simbólico, era la instrucción de «bautizar a los paganos sin imponerles primero las prácticas de la ley mosaica. Él buscaba en vano comprender el verdadero sentido, hasta que dos días más tarde, cuando fue llamado a Cesarea, a la casa del centurión Cornelio, quien quería hacerse cristiano».

Muchas visiones de verdadero origen divino, no quieren representar la realidad tal cual ella es, sino mostrar de una manera simbólica -accesible a nuestra condición humana- lo necesario y adecuado para que el mensaje sea escuchado. Por ejemplo en las verdaderas apariciones de santos o de ángeles. Los santos -salvo Cristo y la Virgen- como «almas separadas» que son, no poseen actualmente cuerpo, sino que lo tendrán al final de los tiempos. Entretanto, son innúmeras las apariciones a personas de elevada virtud en que el santo se muestra al vidente tal como vivió aquí en la tierra e incluso con un cuerpo de características de cuerpo glorioso. Algo análogo con muchas de las apariciones angélicas.

Existe también la posibilidad de que durante la revelación se mezcle la actividad humana con la acción sobrenatural. Nadie dudará de la sinceridad insigne de la gran Santa Francisca Romana. Entretanto -en una época en la que se creía en lo que se llamaba el «cielo de cristal», ubicado entre el cielo de las estrellas y el cielo empíreo- Santa Francisca afirmaba haberlo visto en varias revelaciones, en las cuáles ella había visitado el firmamento. Ciertamente Dios quería hacerle sentir con sus visiones la grandeza y belleza de lo que espera a los justos en la otra vida. Pero ideas comunes en su época, que ella había asimilado, influenciaron su interpretación.

En ocasiones, hay revelaciones instantáneas sobre contenidos extensos, en las que no es temerario afirmar que no todas las palabras que posteriormente describen la revelación fueron ofrecidas por la misma. «Santa Brigida reconoce que tal ha sido a veces su caso -recuerda el P. Poulain. En efecto, en una de sus visiones, Nuestro Señor señala, sin censurarla, que ella retoca sus revelaciones, a falta de haberlas bien comprendido o de saberlas expresar exactamente; bien más, él aprueba a los secretarios de la santa que, al traducir del sueco al latín «agreguen color y adorno».

Ha ocurrido también que los secretarios de los santos videntes introducen expresiones, o retiran otras, creyendo interpretar así el verdadero pensamiento del santo, cuando en realidad alteran el sentido de la revelación. «Se puede leer [esas revelaciones] trascritas para edificarse, pero no se sabe bien en que medida sus revelaciones, incluso supuestas verdaderas originalmente, ha sido retocadas». Incluso los editores, para favorecer la venta del libro, pueden haber tenido allí su parte.

Bueno, y si esto ha ocurrido con revelaciones de muy probable origen divino, que decir de las muchas otras… En una entrega posterior, hablaremos sobre ellas.

Lo anterior no tiene la intención de esparcir el escepticismo entre los lectores, sino la prudencia y el buen juicio, y sobre todo el apego a la voz de la Iglesia. Para llegar al cielo, se necesita es sobre todo practicar la virtud. El cristiano para ello debe formarse sólidamente en la doctrina catequética de la Iglesia, en las verdades de la fe; y debe luchar contra sus vicios con la acción de la gracia, con la fuerza infalible de la oración y los sacramentos. Y si alguna revelación privada, mejor de las aprobadas por la Iglesia, concurre para ello, pues bienvenida sea.

Por Saúl Castiblanco

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