Bogotá (Jueves, 22-12-2011, Gaudium Press) ¿Cómo saber si una revelación es verdadera o es falsa? La pregunta inquieta a muchos hoy, por la gran cantidad de «revelaciones» que circulan por doquier, particularmente por las grandes autopistas cibernéticas aunque no solo. Las siguientes líneas entran en ese importante tema. Entretanto, hemos de decir que el ámbito del estudio sobre el juicio de las revelaciones es más apropiado para la jerarquía de la Iglesia, entre otras razones porque para hacer un análisis concienzudo en estos campos se requiere una sólida preparación doctrinaria. Sin embargo, consideramos que la lectura de las siguientes líneas hará bien a los lectores interesados, y tal vez no muy formados en la materia, pues será ocasión para acrecentar su prudencia y sobre todo su apego a los dictámenes de la Iglesia.
Santa Teresa de Jesús, según Alonso del Arco |
Una vez más, en líneas generales, afirmamos que seguiremos en el siguiente análisis la acreditada doctrina del P. Aug Poulain SJ, autor de «Gracias de Oración».
¿Es posible saber si una revelación tiene origen divino? «Se da una prueba sin réplica de que una revelación es divina, cuando se hace un milagro, si se advierte que él es producido con esa intención [de confirmar la veracidad de la revelación], o que las circunstancias lo muestran», nos dice el P. Poulain.
Tal es el caso de lo ocurrido con Santa Teresa la Grande, doctora de la Iglesia. Se le había comunicado a la Santa por revelación la necesidad de la reforma del Carmelo, y para ello la construcción de un futuro monasterio en Ávila. Mientras que el monasterio iba siendo construido, subrepticiamente, ella hizo que en esa construcción viviese su hermana Juana de Ahumada y su cuñado Juan de Ovalle, con la intención de no despertar sospechas, pues la construcción parecía así morada de familia. Entretanto, durante las obras una muralla cae sobre un sobrino de la santa y él muere. Tras varias horas de permanecer sin vida, la Santa acude junto al cuerpo muerto y lo resucita. Señal inequívoca de la veracidad de las revelaciones, vistas las circunstancias de tiempo y lugar.
Una profecía que se cumple, es también en este sentido la equivalente de un milagro, pero solo si se demuestra que ese cumplimiento no ha «podido ser el efecto del azar ni de una conjetura del demonio».
Discusión de las razones pro y contra
Entretanto, muchas veces no existen -o no están a disposición- esos signos extraordinarios para concluir si una revelación es verdadera o no. Queda entonces el recurso de una discusión de las razones en pro y en contra, cuyo resultado arrojará una probabilidad mayor o menor de la veracidad.
Tres operaciones deben ser realizadas en esta discusión: «1. Buscar informaciones detalladas sobre la persona que se cree favorecida [por la revelación]. 2. y también sobre el hecho mismo de la revelación. 3. Una vez esos datos obtenidos, sacar la conclusión que ellos comportan». En las líneas siguientes abordaremos el primer punto.
¿Cuáles son las cualidades naturales de la persona objeto de la revelación, o por el contrario, cuáles sus defectos, tanto en el plano físico, cuanto en el intelectual y particularmente el moral? He ahí el primer campo de investigación.
Una indagación sobre la persona, con gentes que la hayan conocido en diversas épocas, que digan si es una persona sincera, si está «dotada de una imaginación calma y de un buen juicio, si se guía por la razón o por impresiones», que, en fin, den cuenta sobre su «equilibrio mental», es una empresa a realizar. La historia muestra que descartándose falencias de ese tipo, se descarta una buena parte de las fuentes de engaño o falsedad.
La indagación sobre la persona debe comportar también el estudio detallado sobre su formación y grado de instrucción. Entre otras por la siguiente razón: si hay una desproporción muy grande entre la formación recibida y el mensaje que dice ser revelado, se puede llegar a la conclusión más o menos cierta de que las causas de tal no son naturales. Tal es el caso, por ejemplo, de niños que aportan a los escrutadores doctrinas muy por encima de sus conocimientos. Igualmente si hay una conexión estrecha entre los estudios y lecturas realizados por el vidente y el mensaje revelado, se puede presumir que este último tiene origen natural y no sobrenatural.
Entretanto, puede ocurrir el caso en que «el vidente tiene instrucción», pero «la redacción que él ha hecho, sin ser ayudado, supone un talento de composición superior a aquel que el manifiesta ordinariamente». Tal caso no necesariamente aporta una indicación, porque «puede ocurrir que esas páginas más literarias sean debidas simplemente a la excitación que acompaña o sigue a veces a una verdadera gracia sobrenatural». Es decir, la gracia divina la hubo, pero el mensaje puede ser meramente humano.
Hay que indagar, es claro, sobre la virtud de la persona, sobre cuál es su estado en el camino de la perfección, tanto antes como después de la revelación. «Si antes de la revelación, la persona era viciosa, y sobre todo de una conducta escandalosa, no es probable que Dios la haya escogido para otorgarle su favor, salvo para convertirla». Sin embargo, la «experiencia parece probar que Dios se ha manifestado algunas veces a personas simples, de virtud apenas ordinaria, para fundar una peregrinación o dar la idea de una obra útil. Así, al inicio de ciertas revelaciones especiales, puede ocurrir que una piedad ordinaria sea suficiente».
El don de excitación
No obstante, hay un punto, en materia de virtud, que ha sido descubierto por la investigación y que es de capital importancia. «Todas las comunicaciones pasivas y extraordinarias que provienen del buen espíritu… producen una excitación eficaz a las buenas obras». Esa moción hacia el bien es conocida como el «don de excitación». «Ese don acompaña más o menos todos los favores sobrenaturales y movimientos infusos; y sin que haya nunca una excepción», dice Lopez de Ezquerra citado por el P. Poulain. Es un impulso a la virtud de una manera verdadera y durable, que a un plazo más o menos largo normalmente produce sus frutos. No quiere decir que produzca siempre sus frutos, porque siempre está la libertad humana que puede servir de obstáculo, pero tras un primer momento, ese impulso se hace sentir poderosamente.
Se afirma que después de un primer momento, porque ha habido ocasiones en que el demonio insufla en el vidente «buenas disposiciones» que no son tales, sino desviaciones del camino recto. Como ejemplo, está lo ocurrido con el Beato Jordán de Sajonia, segundo superior general de los dominicos.
Atravesando los Alpes el Beato fue agredido por una fiebre violenta. Estaba él acompañado de un prior de la orden, a quien le había otorgado la facultad de mandarlo en los aspectos médicos dados sus conocimientos y autoridad. El prior, ante la enfermedad, recomendó en seguida que el bienaventurado guardase reposo en un lecho de plumas. Entretanto, el demonio, que quería agravar al Padre Jordán, se le apareció durante la noche en forma de ángel, y lo instó a la «virtud», moviéndolo a dormir sobre la fría tierra. El Beato cedió a esos requerimientos en un primer momento; pero el prior insistió en sus indicaciones y finalmente el P. Jordán entendió que la vía segura era la de la obediencia.
De las virtudes preferidas por los verdaderos videntes está particularmente la de la humildad, la virtud más contraria al espíritu de Satanás. Esta virtud se manifiesta de forma particular en un espíritu de obediencia a los superiores y directores espirituales, y un deseo de que las revelaciones permanezcan ocultas, salvo los casos, raros, en que haya un verdadero deseo del cielo de difusión para el beneficio común. Y aún en este caso, la publicidad es para la revelación, y no para el «revelado».
¿La persona ya ha sido objeto de revelaciones y se ha juzgado favorablemente de ellas? Es un indicio de que nuevas revelaciones pueden ser ciertas. ¿Ha hecho ella con anterioridad predicciones, claramente expresadas y claramente realizadas? Nuevamente es un indicio de la veracidad de las nuevas. Sin embargo, «una [sola] predicción aislada y realizada, no tiene a veces probabilidad de que ella sea divina, incluso si se trata de acontecimientos humanos dependientes del libre arbitrio». Para confirmación de ello, se narra la tristemente célebre historia del Papa Benedicto XIII.
«El P. Nidier, O. P., cuenta que en ese entonces [al final del cisma de Avignon], en una villa del litoral, el abad de un monasterio avisó a los habitantes de estar listos para recibir al Papa. La gente se burla de una predicción tan inverosímil. Pero el viento habiendo cambiado súbitamente, hizo retroceder seis millas el navío del Papa y lo fuerza a entrar en el puerto en cuestión. Benedicto pregunta al abad como sabía él de antemano de su llegada. Aquel le respondió que él había leído recientemente esta profecía en un libro. Allí era dicho además, que el mismo Papa triunfaría de todas las oposiciones, regresaría a Roma y allí gozaría en paz del poder. Viendo que el comienzo de la profecía era cumplido, Benedicto tomó de ello confianza, rechaza la citación enviada por el Concilio de Constanza, fue depuesto y excomulgado, y murió en el exilio en Peñíscola».
Asimismo, cuando las predicciones no se realizan, y no hay «serias razones de creerlas condicionales» [como el caso de la destrucción de Nínive anunciada por el profeta Jonás], es el caso de creer que su origen no es divino.
Representación de San Agustín y Santa Mónica |
Un signo de la veracidad de las revelaciones es si la vida del vidente es acompañada de duras pruebas, particularmente la de la espera del cumplimiento o aceptación de la revelación, sufrida con resignación y humildad, y también la del ataque de los escépticos a la revelación. «Esas críticas y esas dudas son una excelente prueba de fuego para juzgar de la humildad del vidente, de su paciencia y de su confianza en Dios». Es claro, que una aceptación rápida de la revelación, como el caso del acuñar de la medalla milagrosa vista por Santa Catalina Labouré no es signo de falsedad; lo que aquí se analiza particularmente, es la virtud del vidente, su paciencia y humildad en llevar las pruebas.
Una presunción de que se está «al amparo de ilusiones, es una excelente disposición para tener de ellas» dice el P. Poulain. Con mucha frecuencia, videntes de revelaciones verdaderas tienen el temor de haber sido engañados, lo que -en equilibrio- puede constituir un buen signo, y sobre todo manifiestan prudencia, y no presunción. La duda de una persona virtuosa sobre la veracidad de una revelación no debe ser ocasión de desecharla, sino que siempre cumple una juiciosa investigación cuando se amerite.
Estar deseoso de revelaciones, es condición frecuente de quien se expone a ser engañado. «San Agustín cuenta que su madre, Santa Mónica, estuvo a punto por ello de caer en la ilusión. Como ella trabajaba en convertirlo y en casarlo, ella deseaba saber por revelación cuál sería el resultado de sus gestiones. De ello resulta en falsas visiones. Felizmente antes ella había tenido verdaderas; ella percibió que estas últimas diferían de las otras por ‘yo no sé cuál gusto’, difícil de explicar’, y ella pudo rechazar esas vanas apariencias». De esto se concluye que «en general una revelación debe ser mirada como sospechosa si ella ha sido deseada».
Todos los anteriores criterios o elementos de juicio no son suficientes si son tomados aisladamente, sino que deben ser considerados en conjunto.
En una próxima entrega hablaremos sobre criterios de indagación acerca de la revelación en sí misma considerada.
Por Saúl Castiblanco
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