Redacción (Jueves, 21-12-2011, Gaudium Press) Un himno del siglo VII, hecho en alabanza de la Madre de Dios podría servir de comentario para algunos trechos del Santo Evangelio que la Sagrada Liturgia nos recomienda por estos días
¡Alégrate María!
«El niño saltó de alegría en mi seno».
Con el Niño en su seno, María se dirigió de prisa a la casa de su prima Isabel. Al oír el saludo de María, en seguida el niño se regocijó, saltando de alegría como que para cantar a la Madre de Dios:
Alégrate, tú que eres botón de la flor inmortal
Alégrate, tú que eres pomar de donde brota el fruto de vida
Alégrate, jardín del Señor, amigo de los hombres (Sb 1,6)
Alégrate, germen del crecimiento de la vida
Alégrate, tú que eres campo donde se produce la abundancia de la redención
Alégrate, mesa santa de la reconciliación para el pecado
Alégrate, tú que nos cultivas un jardín de belleza
Alégrate, tú que preparas, para nuestra alma, un refugio de paz
Alégrate, que eres incienso de ofrenda agradable a Dios (Gn 8,21)
Alégrate, pues que en ti el universo entero encuentra reconciliación
Alégrate, tú que eres gracia de Dios para todos los hombres
Alégrate, abogada nuestra junto al Señor
Alégrate, Esposa no desposada
Se quedó el prudente José en extrema perturbación, con el alma sacudida por una tempestad de pensamientos: él, que era conocedor de tu virginidad, ahora dudaba de ti, oh madre inmaculada. Pero, cuando supo que lo que hubiera sido generado en ti provenía del Espíritu Santo (Mt 1,20), exclamó: «Aleluya, aleluya, aleluya».
Cuando los pastores oyeron a los ángeles cantar la encarnación de Cristo, corrieron junto a su Buen Pastor, a contemplar el Cordero recién-nacido en el regazo de María. Se regocijaron, cantando:
Alégrate, madre del Cordero y del Buen Pastor (Jn 1,29; 10,14)
Alégrate, redil donde las ovejas se reúnen (Jn 10,16)
Alégrate, protección contra los lobos que las arrebatan (v. 12)
Alégrate, pues tú abres las puertas del paraíso
Alégrate, pues los cielos se alegran con la tierra (Lc 2,14)
Alégrate, pues los hombres exultan con los ángeles
Alégrate, pues tú das seguridad a la palabra de los apóstoles
Alégrate, pues tú das fuerza al testimonio de los mártires
Alégrate, columna firme que nos afirmas en la fe
Alégrate, pues tú conoces el esplendor de la gracia
Alégrate, pues por ti los infiernos se vaciaron
Alégrate, pues, por ti, nos cubrimos de gloria
Alégrate, Esposa no desposada. […]
Cuando contemplamos este singular nacimiento, nos sentimos raros en el mundo habitual y el espíritu se dirige a las realidades de lo alto, porque fue descendiendo aquí, humillándose, que el Altísimo se reveló a los hombres, para elevar a todos los que le cantan: «Aleluya, aleluya, aleluya».
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