sábado, 23 de noviembre de 2024
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Delicados fundamentos de una sólida institución – La Familia

Redacción (Lunes, 26-12-2011, Gaudium Press) Al hojear algunos libros de historia, despierta la atención ver las diversas civilizaciones de la antigüedad, retratando características de un mundo que no existe más. Encanta sobre todo aquel escenario, un tanto misterioso e inusitado, formado por viejas construcciones de piedra, firmes y vigorosamente rígidas pareciendo querer conquistar, de aquel gastado suelo, la perpetuidad que el tiempo ya les robó. Sean areópagos, templos, anfiteatros, ellas aparentan estabilidad, resistencia y seguridad, por la robustez de las columnas que le sirven como sustentáculo.

En verdad, en la erección de cualquier gran obra, los arquitectos e ingenieros se detienen en muchas preocupaciones: la división correcta de las habitaciones, el buen aprovechamiento del espacio, la pintura a ser utilizada en las paredes, los adornos variados para su embellecimiento interno y externo, etc. Nada, entretanto, parece ser motivo de mayor consideración y cautela como la edificación de los fundamentos. Son ellos de tal manera responsables por el equilibrio, fuerza y solidez de cualquier edificio, que el propio Salvador compara al hombre virtuoso con aquel que «edificando una casa, cavó bien fondo y puso los pilares sobre la roca. Vinieron las aguas, se precipitaron los torrentes contra aquella casa y no la pudieron sacudir, porque ella estaba bien construida.» (Lc 6, 48-49).

La familia, fundamento de la sociedad

Ahora, lo que pasa en las cosas materiales y visibles tiene, muchas veces, una íntima semejanza con las realidades sobrenaturales.

Lighthouse-300x238.jpgLa sociedad humana puede ser comparada a una inmensa ciudad compuesta de edificios, que tiene como fundamento una importantísima institución: la familia. Ella es la matriz y el modelo en donde cada hombre aprende a relacionarse con los demás. «Es la primera escuela de las virtudes sociales de que las sociedades tienen necesidad» [1]. Por ese motivo, sin ella todo se derrumba o se desmorona, porque carece de su elemento esencial.

¿Qué serían de las relaciones de amistad, trabajo o cooperativa, de sociedad, de intercambio, compra o venta, y de tantas otras, si el seno de las familias estuviese manchado por el ateísmo o la irreligión? ¿Y cómo exigir de un hombre honestidad, respeto a las leyes, caridad fraterna, la tan deseada solidaridad, si cuando niño él no pudo encontrar en la conducta diaria de sus padres estos indispensables valores?

Se engaña aquel que analizando superficialmente los problemas actuales resuelve culpar solamente a este o aquel sistema político adoptado, o la precariedad de recursos financieros, la poca escolaridad y formación cultural, la falta de alerta para las consecuencias de crímenes hediondos o para el destino desafortunado de los dependientes químicos. Todo esto, sin duda, tiene peso y medida. Entretanto, el problema es más profundo.

En la vida de los padres, el niño lee las reglas de su existencia

education-300x206.pngEvidentemente, no se trata de negar la responsabilidad particular de cada individuo, una vez que la ley moral fue impresa en la consciencia de todos (Jr 31,33-35); pero, esto sí, de reconocer la relevancia del ejemplo dado por los padres en la formación del hombre común. «La familia cristiana, de hecho, es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en crecimiento y a llevarla, a través de una catequesis y educación progresiva, a la plenitud de la madurez humana y cristiana.»[2] Una buena formación será indicio seguro de la perpetuidad de la convivencia social, al paso que su ausencia será la causa, o al menos la prodigiosa cooperación, rumbo a los peores e insanables desvíos.

Es también claro que el padre y la madre no necesitan dar al hijo un elenco de las leyes y deberes de cómo se vive en sociedad. Una orientación meramente académica ilustra la inteligencia, pero raramente mueve la voluntad. Necesario es que ellos sean para el hijo arquetipos de las normas morales que enseñan. Este es el locus donde aprenderán las reglas del bien juzgar, del ser y actuar [3], pues «los hijos prestarán siempre mucho más atención a las acciones de los padres que a sus palabras; aquellas tienen un lenguaje propio, más elocuente que el de los labios.[4]»

Es en el trato lleno de afecto y respeto del día a día que los hijos aprenden. Es por ejemplo, cuando la madre, cansada de las labores domésticas, se ve obligada a despertar de madrugada para administrar algunas gotas de remedio, manifestándose serena, dispuesta al más exhaustivo sacrificio, desdoblándose en cariño, que el hijo aprende las reglas de la buena convivencia, del buen trato y la compasión a los necesitados. Es al notar su empeño pasando la plancha en una pieza de ropa, o su persistencia al querer retirar una mancha en la camisa, que el hijo aprende la dedicación al trabajo y la dignidad de la vida limpia y pura. Es al final de la tarde, cuando ve al padre serio y honrado llegar del trabajo, y siente en sí el deseo de imitarlo en el trazado del camino honesto y veraz. Y en la reprehensión que sufre, severa pero purgativa, hecha con paciencia y sin ánimo alterado, que él aprende a odiar el mal y a apegarse a lo que es recto. Es especialmente, cuando los ve de rosario en las manos, suplicando las gracias y los auxilios celestiales, que comprende su propia fragilidad y entiende depender enteramente de Dios.

JohnChrysostom-210x300.jpgPor eso, no es sin profunda veracidad que San Juan Crisóstomo afirmó: «Las obras de los padres son los libros donde los hijos se instruyen.» [5] Principio de oro para aquellos remotos tiempos, y principio de oro para el momento presente. Apuntemos, principio que brillará, quizá, en los tiempos venideros, cuando surjan hombres sabios que entenderán [6] que en las frágiles páginas de estos libros acostumbra estar contenido un auténtico y vivo tratado de moral.

Fuertes y delicados fundamentos

La familia estructurada y en orden es aquella que tiene como fundamentos las virtudes de la admiración, de la ternura y el asombro. Fundamentos estos al mismo tiempo fuertes y extremamente frágiles. Fuertes por la gracia, que los sustenta y da cohesión. Delicados, pues estas excelsas virtudes se refinan a cada momento, semejantes a una fina copa de cristal que tanto es considerada más noble y valiosa cuanto más frágil y delicada se configura.

Por Ítalo Santana Nascimento

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[1] Declaración sobre la Educación cristiana cristã Gravissimum Educationis, n. 3.

[2] Cfr. Juan Pablo II. Homilía para la apertura del VI Sínodo dos Bispos (26 de Setiembre de 1980), 2: AAS 72 (1980), 1008.

[3] Cfr. Juan Pablo II. Familiaris Consortio, n. 8.

[4] San Cipriano apud SPIRAGO, Francisco. Catecismo Católico Popular. 4. ed. Lisboa: União Gráfica, 1944. pag. 263.

[5] San Juan Crisóstomo apud SPIRAGO, Francisco. Catecismo Católico Popular.  4. ed. Lisboa: União Gráfica, 1944. pag. 263.

[6] Cfr. Constitución Pastoral Gaudium et Spes, n. 15.

 

 

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