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Redacción (Jueves, 05-01-2011, Gaudium Press) Evangelización puede variar conforme las diversas circunstancias de tiempo, lugar y cultura, pero en síntesis, podemos decir con el Papa Pablo VI (1975) que la evangelización comprende el testimonio de vida, el anuncio explícito, la liturgia de la Palabra, la catequesis, la utilización de los medios de comunicación social, el contacto personal, los sacramentos y la religiosidad popular.
No podemos olvidarnos que el principal y el mayor servicio que la Iglesia ofrece al ser humano es comunicarle la Buena Nueva, invitándolo a participar de la vida divina, iluminando, de esta forma, toda la realidad humana.
Evangelizar es la misión central de la Iglesia y de todos los creyentes. De acuerdo con el decreto «Ad Gentes» de Pablo VI (1965) sobre la actividad misionera de la Iglesia, toda la Iglesia es misionera. La obra de la evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios.
En esa línea, nada más claro que la afirmación de San Pablo en la primera carta a los Corintios: «Anunciar el Evangelio no es gloria para mí; es una obligación que se me impone. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!».
Tarea de todos
De acuerdo con la 3ª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, la misión evangelizadora es de todo el pueblo de Dios. Esta es una vocación primordial, su identidad más profunda. Es su felicidad. El pueblo de Dios con todos sus miembros, instituciones y planes existe para evangelizar. Precisamos escuchar, con renovado entusiasmo, el mandato del Señor: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura».
Por eso, cada casa puede tornarse escuela del Evangelio. En cualquier lugar el cristiano debe hacer resplandecer su luz a fin de que quien pase cerca pueda encontrar la fe. La Iglesia debe despertar esa consciencia y tornar capaces y creíbles a los testigos.
Evangelizar en profundidad
En la propia 3ª Conferencia Episcopal Latinoamericana, citada hace poco, se llegó a la conclusión de que la evangelización debe orientarse a la formación de una fe personal, adulta, interiormente formada, operante y constantemente enfrentada con los desafíos de la vida actual en esta fase de transición.
Y eso importa evangelizar «no de manera decorativa, como aplicando un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad, y esto hasta sus raíces – la cultura y las culturas del hombre».
Tullio Faustino (BERETTA, 1995) acentúa que son sujetos de la Evangelización – como Cristo quiso – todos los hombres de todos los tiempos, de todos los lugares, de todas las condiciones… de cualquier raza y edad, de cualquier mentalidad y en cualquier situación.
Evangelización cristocéntrica
El Evangelio es una noticia, y una noticia buena. Pero no solamente esto. De acuerdo con José Prado Flores (1993, p.7), el Evangelio es el anuncio alegre de algo que ya sucedió: «la salvación integral del hombre y de todos los hombres, realizada por la muerte, resurrección y glorificación de Cristo Jesús. La proclamación está basada en un feliz anuncio: ¡Jesús ya nos salvó!»
En la 3ª Conferencia Episcopal Latinoamericana, fue visto que es deber nuestro anunciar claramente, sin dejar dudas o equívocos, el misterio de la encarnación: tanto la divinidad de Jesucristo, tal como profesa la fe de la Iglesia, como la realidad y la fuerza de su dimensión humana e histórica.
Aún en esta conferencia, quedó claro que, durante la Evangelización, nosotros «no podemos desfigurar, parcelar o ideologizar la persona de Jesucristo, ni hacer de él un político, un líder, un revolucionario o un simple profeta, ni reducir al campo meramente privado Aquel que es el Señor de la historia».
Por tanto, evangelizar significa comunicar a todos los pueblos el plan de salvación deseado por el Padre, realizado por el Hijo, difundido y anunciado por el Espíritu Santo por medio de la Iglesia.
Por el P. Luis Henrique EP
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