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La Luz en el Evangelio de San Juan – I

Redacción (Lunes, 09-01-2012-Gaudium Press)

La creación de la luz

nuvem.jpgAl narrar la obra de los seis días, el Génesis trata de dos creaciones de luz, una en el primero, otra en el cuarto día. En una primera lectura, se queda uno perplejo delante de esa repetición y, a veces, se llega hasta a imaginar la existencia de algún lapso de parte del escritor sagrado. Entretanto, Santo Tomás trata con sabiduría sobre el aparente equívoco de este pasaje de la Escritura, y con base en la opinión de San Agustín, interpreta la primera de las luces creadas como significación del universo angélico surgido de la omnipotente acción de Dios, en la aurora de su acción ad extra: «Por tanto, la formación de la naturaleza espiritual es significada en la creación de la luz, para que se entienda que se trata de la luz espiritual. La formación, pues, de la naturaleza espiritual está en ser iluminada para adherir al Verbo de Dios».  La otra luz, constituida por el sol, la luna y las estrellas con la finalidad de iluminar la tierra, fue adecuadamente creada en el cuarto día, pues «la luz mencionada en el primer día era espiritual, ahora es hecha la luz corporal».

El inicio del Evangelio de San Juan

Sin embargo, no es respecto a esas luces que San Juan trata en la introducción de su Evangelio. Para mostrarnos la substancia y belleza de otra luz, infinitamente superior, él sobrepasa los estrechos límites del tiempo y se retira a los infinitos horizontes de la eternidad. «Mientras los demás Evangelistas comienzan por la Encarnación, San Juan, yendo más allá de la Concepción, de la Natividad, de la educación y el desarrollo de Jesús, nos habla de su eterna generación, diciendo: ‘En el principio era el Verbo'». Este principio dice respecto al ab æterno de las Personas de la Santísima Trinidad y del propio Dios.

San Juan, con plena seguridad teológica, no tiene recelo de afirmar que «Todo cuanto fue hecho, en Él era vida…» (Jn 1, 4) para a seguir establecer un vínculo entre esa «vida» con la «luz que brilla en las tinieblas» (Jn 1, 5) que esencialmente es el objeto de nuestra atención.

El Versículo 4 del Evangelio de San Juan

«Todo cuanto fue hecho, en Él era vida».

4151_M_fe22227f8.jpgSegún San Beda, al afirmar San Juan que toda obra de la Creación era vida en el Verbo, antes de su venir a ser, fue movido por la preocupación de evitar en sus lectores la idea de mutabilidad de la voluntad divina, que constituiría un grave error. También Orígenes tuvo empeño en tornar explícito el versículo en cuestión, citando algunos de los múltiples ejemplos esparcidos por el universo creado: el sol, las semillas, el alma del artista, etc., como causas en las cuales viven los efectos que producen: «y así examinemos los varios ejemplos naturales, de los cuales, como en alas de teoría física, podemos elevarnos con los ojos del alma hasta los arcanos del Verbo y, en la medida en que es permitido a la inteligencia humana conocer cómo todas las cosas hechas por el Verbo viven y fueron hechas en Él».

«Y la vida era la luz de los hombres»

La interrelación entre vida y luz, esa reversibilidad recíproca en la conceptuación de San Juan hace creer en alguna revelación del propio Divino Maestro o quizá, de su Santísima Madre recibida por él en algún momento. Es ella muy feliz y al mismo tiempo hecha en tono categórico a pesar de ser suave en su forma, en esta segunda parte del versículo 4: «y la vida era la luz de los hombres». Un buen número de comentaristas busca profundizar su significado, de entre ellos se destaca, de manera especial por su clareza, Orígenes:

La vida es lo mismo que la luz. Él es la luz de los hombres, y así Él es la vida de los hombres, de los cuales es luz. Y de este modo cuando se dice vida, puede decirse el Salvador, vida, no de Sí mismo, sino de otros, de los cuales es también luz. Esa vida existe en el Verbo de Dios de una manera inseparable, y existe juntamente desde que fue hecha por Él.

Conviene, pues, que la razón o el verbo preexista en el alma para purificarla, a fin de que, una vez limpia de sus pecados, aparezca pura, y se introduzca así, y se engendre la vida en aquel que se hizo susceptible del Verbo de Dios. No se dice que el Verbo fue hecho al principio, porque no existía el principio sin el Verbo de Dios; la vida de los hombres, entretanto, no estaba siempre en el Verbo, sino esa vida de los hombres fue hecha, porque la vida es la luz de los hombres: cuando el hombre no existía, tampoco existía la luz de los hombres que después ellos habrían de poder ver; y, por tanto, dice: «Lo que fue hecho en el Verbo era vida»; y no «lo que estaba en el Verbo era vida». Hay otra variante aceptable, la cual dice: «Lo que fue hecho en Él es vida». Si entendemos, pues, que la vida de los hombres, que está en el Verbo, es Aquel de quien San Juan dice: «Yo soy la vida» (Jo 14, 6), debemos confesar que no vive ninguno de los infieles de Cristo, sino que están muertos todos los que no viven en Dios.

El Verbo es la luz intelectual que ilumina el alma de los seres racionales

Evidentemente, San Juan no se refiere en este pasaje, a la vida humana natural, sino a aquella que llevó al Apóstol a exclamar: «Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí» (Gal 2, 20). Escuchemos al respecto la opinión de Teófilo:

Había dicho que «en Él estaba la vida», para que no se crea que el Verbo estaba separado de ella. Ahora declara que es la vida espiritual y la luz de todos los seres racionales. Por esto agrega: «Y la vida era la luz de los hombres». Como diciendo: «Esta luz no es sensible, sino intelectual, e ilumina la propia alma».

Esta es la razón por la cual son iluminados los hombres y no los seres animados o inanimados inferiores, pues es necesaria la existencia del alma racional a fin de penetrarse en el universo de la sabiduría.

Por otro lado, en esa afirmación de que «la vida era la luz de los hombres» se debe considerar la vida en su forma más noble, que es la de las criaturas espirituales, capaces de conocimiento natural y sobrenatural. Para ellas, vivir es conocer, por la razón en el orden natural y por la fe en el orden sobrenatural: «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3).

Al abrazar el pecado, los hombres se cierran a la luz procedente del Verbo

Por lo anteriormente expuesto, vemos cómo es densa de significación esta aproximación que San Juan hace entre vida y luz.

Por otro lado, podemos deducir hasta qué punto el polo opuesto estaría colocado en la muerte y tinieblas, no en el sentido de que se pueda considerarlas como una potencia increada y en lucha contra Dios como desearían los maniqueos, o los gnósticos, por ejemplo. Pero de hecho enteramente aplicables a los que se blindan en relación a la luz, o sea, a la Palabra de Dios, y después de lanzarse a las tinieblas, acaban por dar la muerte a su espíritu.

Si la vida se torna tal solo cuando se reconoce llamada por Dios y solo en esta comprensión – de ser «luz» – es vida, es necesario que tenga también la posibilidad de rechazar tal comprensión y tornarse «tinieblas». Tinieblas en S. Juan no significa, como en el gnosticismo, una substancia eterna y contraria a Dios; sino es un acto histórico, esto es, la revuelta que impregna toda la historia del hombre contra el apelo de la Palabra divina y el cerrarse del hombre en sí mismo. Por eso la condición del hombre cerrado en sí y que busca mantener esa orgullosa autosuficiencia es caracterizada por Juan como matar la verdad y ser mentiroso (8, 30-47), buscar la gloria (esto es, la luz aparente) de los hombres en vez de la gloria (la verdadera luz) de Dios (5,44; 7,18; 12,43).

4651_M_693da3a1.jpgEn contraste con las «tinieblas», comprendemos aún mejor la pulcritud de la «luz», como también el porqué de la afirmación de Jesús: «Tu ojo es la luz de tu cuerpo. Si tu ojo es simple, todo tu cuerpo será luminoso» (Mt 6, 22). De hecho, se puede asegurar que si tu ojo es simple, tu interior será luminoso. Si tu intención es recta, tu interior estará penetrado de luz. Si tu corazón es puro, verá las cosas como realmente son. Así, tener el interior luminoso significa ver las cosas en su verdadera luz, apreciarlas según su justo valor, desde dentro del prisma de la eternidad y en función de sus relaciones con el Verbo de Dios.

Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias E.P.

 (Mañana: Cap. 1 Evang. San Juan – Pecado Original)

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