Roma (Jueves, 19-01-2012, Gaudium Press) Uno de los testimonios más interesantes -y poco replicado por la gran midia- del hundimiento del Crucero Costa Concordia en el mar Tirreno el viernes pasado, es el del capellán católico del barco, el P. Rafaeli Malena, sacerdote de 70 años.
El P. Mallena habló sobre su drama personal con el P. Giacomo Martino, director del Apostolado del mar de la Conferencia Episcopal Italiana. A. P. Martino el religioso expresó que tuvo dos preocupaciones principales cuando percibió que la situación se agravaba: Proteger el Santísimo Sacramento y cuidar de los objetos de valor que le habían sido confiados por algunos miembros del personal de abordo. En realidad el sacerdote tuvo más gestos de ayuda, esta vez con relación a los pasajeros.
Cuando el capellán escuchó una explosión, la primera, durante la cena, «sintió de inmediato que algo andaba mal, muy mal», según relató el P. Giacomo. El sacerdote septuagenario quiso primero invocar la protección de Dios y fue a la capilla a orar. 40 minutos después, cuando el aviso de «abandonar el barco» fue dado, él consumió todas las Sagradas formas eucarísticas y puso en lugar seguro los objetos de valor del personal.
El Padre Rafaeli quiso quedarse a ayudar en la evacuación de algunos de los 4.200 pasajeros presentes en el buque, pero miembros de la tripulación lo convencieron de abordar un bote salvavidas.
Un miembro de la tripulación del crucero es abrazado por su padre a su reencuentro |
Por su parte el P. Giacomo Martino hace suya la defensa de los deberes cumplidos por muchos de los tripulantes, en lo que comparte actitud con el P. Rafaeli. «Hubo un capitán de personal, por ejemplo, que salvó tres o cuatro personas que no sabían nadar», dijo el P. Martino. Hubo un director de hotel -según el religioso- que permaneció valientemente hasta el final de la operación de salvación, y que cuando iba a abordar el último bote salvavidas se cayó por unas escaleras y se quebró una pierna, permaneciendo 36 horas flotando en agua fría antes de ser rescatado.
«Una mala reacción de algunos individuos no es toda la verdad. La verdad es que casi todos se comportaron maravillosamente. La mayoría de las personas se dedicaron totalmente a salvar a los demás», insistió.
Los 1.500 habitantes de la Isla de Giglio, enfrente de cuyas costas naufragó el Crucero, han sido muy solidarios con los pasajeros del barco hundido. Giglio es una comunidad turística donde se alquilan las casas en verano para acoger a visitantes, que esta vez han sido refugio de náufragos. El sacerdote de la isla también se ha entregado por entero a las labores de acogida.
Con información del Catholic Herald del Reino Unido
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