Redacción (Miércoles, 15-02-2012, Gaudium Press) Continua la segunda parte de la Historia del conde de Gennep, Norberto, quien de noble frívolo se transformó en fundador de Orden Religiosa:
Un corazón innovador
A pesar de los brillantes resultados de su acción misionera, los detractores de Norberto persistían en difamarlo y crear obstáculos a su apostolado. Por eso, en octubre de 1119, fue él a arrodillarse a los pies del Papa Calixto II, durante un concilio en Reims, para exponerle su situación y sus anhelos de entregarse a la vida religiosa.
Si la figura de aquel humilde peregrino impresionó favorablemente al Pontífice, tampoco no pasó desapercibido a los ojos del obispo de Laon, Mons. Bartolomé de Viry. Este supo discernir en Norberto las características de un llamado excepcional y se propuso ayudarlo en todo cuanto pudiese.
No se equivocaba el sagaz obispo: pulsaba en Norberto un corazón de innovador, dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su proyecto era formar una congregación de clérigos puestos en vida comunitaria, que buscasen en la oración, en la penitencia, en el silencio y en la vida interior, el fundamento de su apostolado. Al armonizar por primera vez las dulzuras de la contemplación con la acción evangelizadora, Norberto se tornaría fundador de la llamada «vida mixta».
Así, con los auspicios del Santo Padre y de Mons. Bartolomé, inició él su gran obra. En la pantanosa y sombría floresta de Coucy, próxima a Laon, existía un valle conocido con el nombre de Premontré. Allí, sobre las ruinas de una capilla abandonada, comenzó a erguir su primer monasterio. En la Navidad de 1121, Norberto y sus numerosos discípulos pronunciaron sus votos de religión, abrazando la regla agustina. Estaba fundada la Orden de los Canónigos Regulares de Premontré, hoy conocidos como Premonstratenses.
Crecimiento del instituto y fundación femenina
Poco a poco fluyeron las vocaciones, y en aquel bosque oscuro y deshabitado luego fue elevada la iglesia de Santa María de Premontré. En torno a ella fueron construidas las viviendas de los clérigos.
Europa contempló admirada aquellos hombres vestidos de blanco, salidos del silencioso valle de Premontré, recorriendo desde las grandes ciudades hasta las menores aldeas, como incansables ángeles de la Buena Nueva, inculcando en los corazones el amor a la Eucaristía y la devoción tierna a la Virgen Santísima, que habían brotado en la convivencia con Norberto.
Dado el crecimiento prodigioso de su obra, tuvo él que emprender continuos viajes para establecer nuevas fundaciones en Alemania, Bélgica, Francia y en otras regiones. Junto a los monasterios de los canónigos, surgieron después los de las Hermanas de la Segunda Orden, conocidas como Norbertinas, donde se observaba el mismo rigor de vida, en entera consonancia con el fundador.
Elevación al episcopado
La Providencia, entretanto, reservaba a Norberto otra misión. En 1126, en circunstancias inesperadas y totalmente contra su voluntad, fue electo Arzobispo de Magdeburgo. Pocos días después, hizo su entrada en esa ciudad, recibiendo los homenajes del clero, de los nobles y del pueblo.
El aspecto del nuevo Arzobispo no se diferenciaba mucho al del pobre penitente que años atrás recorriera las aldeas, arrastrando a todos con la eficacia de su palabra. Terminadas las ceremonias, se dirigió al palacio episcopal donde más adelante debería residir. Pero el portero, al verlo, lo tomó por un indigente, y le dijo:
– Llegaste tarde, ya fue repartida la comida a los necesitados.
Cuando le avisaron que aquel era su nuevo señor, pronto su rudeza se convirtió en confusión. Norberto, sin embargo, sonriendo con afabilidad, respondió:
– Tú me conoces mejor y viste más claro que aquellos que me condujeron a este palacio».
Ocho años duró su ministerio pastoral en Magdeburgo. Con su característica rectitud, en seguida notó las fallas existentes en la diócesis y tomó enérgicas medidas en pro del orden. Eso suscitó rencores, y algunos descontentos planearon matarlo. Como, entretanto, ese plan falló, ellos recurrieron al arma de la calumnia y amotinaron la turba contra el Arzobispo. También eso fue en vano, pues la bondad y el coraje del santo en poco tiempo hicieron serenar los ánimos y restablecer la paz.
Grande en la humildad, humilde en la grandeza
A inicios de 1130 falleció el Papa Honorio II, y el mundo católico recibió la desconcertante noticia de la elección de dos sucesores para el solio pontificio: Inocencio II y Anacleto II. El peligro de un cisma era inminente.
Movido por el Espíritu Santo, San Bernardo de Claraval luego se levantó, en Francia, a favor de Inocencio, llamando a todos a defender al verdadero Papa, que llegaba a ese reino huyendo del usurpador.
En Alemania, el rey Lotario demoraba en tomar posición. Solo el Arzobispo de Magdeburgo, en el cual depositaba su confianza, podría pesar favorablemente en su determinación. Norberto no escatimó esfuerzos: presentando pruebas y documentos, y valiéndose de su elocuencia, le mostró la legitimidad de Inocencio como sucesor de Pedro. Su voz fue aceptada como un verdadero oráculo por el soberano, y toda Alemania se colocó resolutamente del lado del Papa legítimo.
Así, Norberto salvó a su patria del riesgo de un fatal rompimiento con la Iglesia. Este fue el último y, tal vez, el más bello gesto de su vida.
De vuelta a Magdeburgo, su ya abalado estado de salud se agravó de modo alarmante. Aún así, durante algunos meses de dolorosa enfermedad, realizó milagros asombrosos, como la resurrección de tres muertos en un mismo día.
Por fin, el 6 de junio de 1134, en la octava de Pentecostés, sintiendo la muerte inminente, quiso ser colocado, conforme la costumbre de aquella época, sobre una cruz de cenizas trazada en el suelo. En esa posición, a imitación del Redentor, expiró de la misma forma como había vivido: grande en la humildad y humilde en la grandeza.
Una vida definida por una única palabra: integridad
A partir del instante de su conversión, la peregrinación de San Norberto en este mundo podría ser definida por una única palabra: integridad. Fue por excelencia el varón de la modestia, de la entrega generosa y desinteresada de sí, por la gloria de la Iglesia. Una vez puesta la mano en el arado, sus ojos jamás se volvieron para contemplar las brillantes promesas que el mundo le ofrecía. Al contrario, él se presentó ante la mirada sorprendida de sus conterráneos, como el fundador y arquetipo de un nuevo estilo de vida, austera y abnegada.
Es necesario notar, sin embargo, que la rutilancia de sus virtudes, acentuada por una personalidad rica de dotes naturales, dividía las opiniones y separaba nítidamente a los buenos de los malos. San Norberto fue, a ejemplo del Divino Maestro, piedra de escándalo y varón de contradicción. Su propia bondad, que cautivaba a las almas santas e impulsaba a los pecadores a abrazar el buen camino, era causa de continuas persecuciones.
Consciente de que el verdadero sentido de la existencia se cifra únicamente en agradar a Dios, San Norberto era en vano acosado por sus adversarios. Su superior poder desarmaba el odio, hacía buscar la virtud y transformaba la ira en amor.
Por la Hermana Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP
Deje su Comentario