Redacción (Lunes, 05-03-2011, Gaudium Press) Melodiosa, disciplinada y amiga, la campana siempre nos recuerda su carácter genuinamente cristiano.
¿Quién no se encanta al oír el sonoro timbre de la campana que, desde lo alto del campanario, nos invita a elevar nuestra mente al Cielo y dirigir a Dios una súplica, una alabanza?
La campana es una verdadera maravilla del arte, por la simplicidad de sus líneas, belleza de sus proporciones y riqueza de sus notas.
Origen de la campana
Los judíos y los paganos conocieron solamente el ‘tintinnabulum’ o campanita. Esta miniatura de campana es nombrada por primera vez en el libro del Éxodo. Dios ordenó a Moisés guarnecer de campanitas de oro la orla inferior del manto de Aarón, el primer Sumo Sacerdote, y agregó: «Aarón será revestido de ese manto cuando ejerza sus funciones, a fin de que se escuchen el sonido de las campanitas cuando entre al Santuario, delante del Señor, y cuando salga» (Ex 28, 35). En número de 72, se destinaban ellas a recordar a los hijos de Israel que la Ley les había sido dada al sonido de la trompeta.
Entre los griegos y romanos, las campanitas eran usadas en diversos actos civiles y religiosos, desde la apertura de los baños públicos hasta la consagración de algún templo.
Durante el período de las persecuciones, deberían ser silenciosos los medios de llamar a los cristianos para las reuniones, de modo a no despertar la atención de los paganos. Después de Constantino, la Iglesia de Occidente pasó a servirse de trompetas para esa finalidad, y la de Oriente usaba dos láminas de cobre, que se batían una contra la otra.
No se sabe quien fue el idealizador de la campana como hoy lo conocemos. Según relato de San Isidoro de Sevilla, fallecido en 636, su origen es la región de la Campania, Italia, muy probablemente la ciudad de Nola.
La campana nació católica
En los tiempos de Carlos Magno, que reinó de 768 a 814, las campanas eran ya muy conocidas. A propósito de la solicitud de este soberano por las cosas eclesiásticas, el monje de Saint Gall nos cuenta este singular hecho:
«En el imperio de Carlos Magno vivía un hábil fundidor que hizo una excelente campana. Apenas supo de eso, el imperador quedó penetrado de admiración. Le prometió al fundidor hacer uno mucho más bello si, en vez de estaño, él le diese cien libras de plata.
«La suma le fue luego entregada; pero ese mal hombre usó estaño, en vez de plata, y en poco tiempo presentó la nueva campana a Carlos Magno. Le gustó al emperador y ordenó que le pusiesen el badajo y lo izasen al campanario.
«El guardián de la iglesia y los otros capellanes intentaron tocarla, pero no consiguieron. Viendo eso, el fundidor agarró la cuerda presa al badajo y comenzó a tirarla. Pero el badajo se desprendió, le cayó en la cabeza y lo mató».
Y el monje cronista concluye: «Aquello que es mal adquirido, nadie aprovecha».
La campana nació católica, su invención fue reservada a la Iglesia. Y ésta lo ama como a un hijo, a punto de hasta bautizarla. Bien entendido, no se trata del Bautismo sacramental, que nos torna hijos de Deus, sino de un ceremonial de consagración, como se hace con los vasos sagrados.
La ceremonia de ‘bautismo’
El bautismo o bendición de la campana era una ceremonia en otro tiempo reservada al obispo, y solamente los sacerdotes tenían el derecho de tocarla.
Veamos como antiguamente se realizaba.
Era un acto solemne. Se reunían los fieles en torno a la campana, suspendida algunos metros encima del suelo. Cerca de ella estaban colocados el agua, la sal, los santos óleos, el incienso, la mirra, el turíbulo encendido. El obispo se presentaba en trajes pontificales, acompañado del clero y seguido del padrino y de la madrina de la campana. Después de cantar siete salmos que exaltan el poder y la bondad del Creador y, en un contraste emocionante, confesar la debilidad y las necesidades del hombre, el obispo bendecía el agua y salpicaba la campana, a la cual confería el poder y la misión de alejar de todos los lugares, donde su sonido repercutiese, las potencias enemigas del hombre y de sus bienes: los demonios, el rayo, el granizo, los animales maléficos, las tempestades y todos los espíritus de destrucción.
Campanas en la ceremonia del ‘bautizo’ |
En seguida, los diáconos la lavaban con agua bendita, por dentro y por fuera, y la secaban. Luego, recitaban con el obispo seis salmos que invitan a todas las criaturas a alabar al Señor y agradecerle por sus beneficios.
Seguían las unciones con los óleos sagrados, trazadas por el obispo en forma de cruz: siete en el exterior de la campana, con el óleo de los enfermos, simbolizando los sufrimientos y la muerte de nuestro Salvador; y cuatro en el interior, con el óleo del crisma, significando la Resurrección de Cristo y las cuatro cualidades de los cuerpos resucitados, que son la agilidad, la claridad, la sutileza y la impasibilidad.
En seguida, el ministro acostaba incienso y otros perfumes en el turíbulo, y lo colocaba debajo de la campana, llenando su interior de una nube suave y odorífera.
Por la Hna. Carmela Werner Ferreira EP
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