Redacción (Miércoles, 07-03-2012, Gaudium Press) Si contemplamos el reino animal, y dentro de él, por ejemplo a un Tigre Siberiano, preciosa creatura de Dios, descubriremos a simple vista que a pesar de toda su hermosura, majestad, fuerza y agilidad tiene algo que lo pone en un plano muy inferior a los hombres. Percibiremos que él sacia sus instintos de una forma correcta y ordenada, o sea, natural.
El Tigre de las Siberias no se caracteriza por algo que tenemos nosotros, es que aunque saciados según nuestra naturaleza indica, seguimos sintiendo algo en nuestro interior que nos pide más, que no se sacia con lo material, que nos dice que hay algo superior, algo que creó todo lo que vemos y admiramos y a nosotros mismos. Y esto se debe al hecho de que los hombres -a diferencia de los animales- poseemos un alma inmortal y con un fin sobrenatural: amar, conocer y servir a Dios por toda la eternidad. Pero en ocasiones el hombre no es enteramente consciente de esto.
Caminando por la vida
Nuestra vida es como una caminata, que pasa a través de valles, cordilleras, desiertos, llanuras, por todo tipo de panoramas y aventuras; pero curiosamente esta caminata tiene algo que la hace «sui generis», y es que mientras caminamos no sabemos que camino es el que nos lleva al lugar correcto, ni cuando terminará el recorrido.
Como nos muestra Santo Tomás de Aquino: El término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. (Del Comentario de Santo Tomás de Aquino, presbítero sobre el evangelio de San Juan, Cap. 14, lect. 2)
Por eso es que el hombre en esta tierra está en una persistente búsqueda. Es nuestro deseo más íntimo encontrar aquello que sacie nuestra sed de infinito, aquello que aclare la visión o el conocimiento que tenemos de la vida y la razón de nuestra propia propia existencia.
Así que nos preguntamos: ¿cómo saciar esta sed?, ¿qué hacer?, ¿cuál es el camino?¿cuál es la verdad?, o mejor dicho, ¿qué es la verdad?
¿Cuál es la verdad? o ¿qué es la Verdad?
Si buscamos en un diccionario la definición de verdad probablemente diga algo como esto : -Conformidad de la mente con el concepto que forma de las cosas- o algo por el estilo, dando a entender que la verdad es subjetiva.
¿Pero un Católico puede aceptar que la verdad sea subjetiva?. Evidentemente que no, pues la Iglesia misma proclama y tiene como propia base la existencia de una única, inmutable y eterna verdad que es Dios, y que se revela a los hombres por medio de ella. Y justamente esto es lo que dota de una veracidad total a la Santa Iglesia, su fidelidad multisecular a la Verdad.
Esto se prueba porque dentro de las religiones, solo el catolicismo posee el sorprendente fenómeno de tener adheridos a su doctrina una enorme cantidad de sabios de todas las épocas, los cuales a pesar de tener en ocasiones diferentes opiniones y maneras de pensar han estado conformes en mantenerse fieles a las verdades que proclama la Santa Iglesia.
Además si partimos del hecho de que todos los hombres poseen la verdad total, a pesar de la diversidad axiológica de las verdades, sería lo mismo que decir que cada hombre es dios, pues posee la verdad en su plenitud.
Por lo tanto solo hay una Verdad, y esa única verdad es Dios.
La razón de nuestra existencia
Justamente esta es la razón de nuestra existencia, encontrar la -verdadera- Verdad.
Por eso todo hombre sin excepción busca la verdad, la cual en algunos momentos iluminados por la gracia divina, podemos vislumbrar, percibir y hasta creer con plena confianza en ella, pero nunca encontraremos en este mundo la Verdad sin ningún velo, pues esto está reservado para el final del camino, que en realidad es el inicio y se llama eternidad. Este será nuestro premio: «Yo mismo seré vuestra recompensa demasiadamente grande».
Todos buscamos la verdad, aunque algunos por lugares errados, por caminos que no llevan hacia ella, pues solo hay un camino, que además de ser Camino, es la propia Verdad y la Vida, y este es Jesús, el cual dijo «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Hay tantas almas que viven confundidas, perdidas en este mundo, sin rumbo y sin alegría, y esto porque no supieron reconocer la Verdad y como que obnubilados o cegados por falsas verdades, o mejor dicho, por las mentiras que nos presentan el demonio, el mundo y la carne, se fueron alejando de la Verdad cada vez más. Si prestasen atención a las palabras y enseñanzas de Nuestro Señor, ¡como cambiarían sus vidas!: «Yo para esto nací y para esto vine al mundo: para declarar, como testigo, en favor de la verdad».
Buscando a Jesucristo por la Tierra
Bueno, pero quizás alguien se podría preguntar: ¿Si Jesucristo es la Verdad, donde lo encontramos?, ¿Dónde encontramos a aquél que le dijo a la samaritana que le daría agua viva, y que había llegado el tiempo en que los adoradores de Dios lo adorarían en espíritu y en verdad? ¿Cómo adorar en espíritu y en verdad a aquel que para nuestros ojos carnales se separó de los hombres después de la ascensión?
El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, en una de sus conferencias se hacía estas preguntas:
«Si una persona asistiese la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, y viese todas las cosas pasar como pasaron; una persona que tuviese fe y que supiese que Nuestro Señor Jesucristo era Dios, cumplida la crucifixión y sabiendo que después vendría la resurrección y la ascensión, esta persona se podría preguntar lo siguiente: ¿habiendo pasado la ascensión, nunca más Él vendrá a la tierra? ¿Entonces hasta el fin del mundo Él estará ausente de la tierra? ¿Esto es arquitectónico? ¿Es una cosa razonable? ¿Una vez que Él hizo por el mundo todo cuanto él hizo, por la humanidad todo cuanto Él hizo? Una vez que Él inmoló su vida de ese modo terrible, una vez que Él rescató el genero humano, una vez que Él contrajo, quiso contraer, condescendió en contraer con los hombres que Él salvo esa relación tan especial, del Él ser la cabeza del cuerpo místico, que es la Iglesia, y estar continuamente por la gracia actuando sobre todos los hombres hasta el fin del mundo. De tal manera que Él vendría a ser el alma de nuestra propia alma, el principio motor de toda nuestra vida, en lo que ella tiene de más noble, más elevado, que es la vida sobrenatural, la vida espiritual.
Una vez que esto es así, ¿Entonces nosotros deberíamos de aceptar que era verdadero que subiese a los cielos y que la presencia real de Él en la tierra nunca más fuese sentida y nunca más fuese observada?
Esto quiere decir: ¿Tanta unión de un lado, y una tan completa, prolongada, tan irremediable separación del otro lado? Yo no quiero decir que la Redención y el sacrificio de la Cruz impusiesen a Dios en rigor de lógica -si así se puede hablar- la institución de la Sagrada Eucaristía. Me parece que la afirmación sería excesiva. Pero se puede decir que todo clamaba, todo gemía, todo suplicaba por que Nuestro Señor no se separase así del hombre. Y que una persona con sentido de la ‘arquitectonía’ del universo debería entrever que Nuestro Señor encontraría un medio de estar siempre presente, y presente siempre junto a cada uno de los hombres por Él redimidos. De manera tal que hubiese la ascensión, al mismo tiempo Él estuviese siempre en el Cielo, en el trono de gloria que le es debido, más que Él acompañase, paso a paso, la vía dolorosa de cada hombre aquí en la tierra. De manera que él estuviese con cada hombre durante todas las horas de la vida hasta el momento en que el hombre dijese por su vez: «Consummatum est».
¿Como es que esta maravilla se haría? Una persona no podría adivinarlo. Pero esa persona debería de quedar sumamente sospechosa de que una maravilla así se realizaría. De tal manera está en las más altas conveniencias de la cualidad de redentor de Nuestro Señor Jesucristo, de nuestro Padre, de nuestro Protector, de nuestro Médico, de nuestro Divino Amigo, está en Él de hacer por nosotros esa maravilla.
Y yo creo que si yo asistiese la crucifixión y supiese de la ascensión, y si yo no supiese de la Eucaristía, yo comenzaría a buscar a Jesucristo por la tierra, porque yo no conseguiría convencerme de que Él hubiese dejado de convivir entre los hombres. Ese convivio verdaderamente maravilloso se hace exactamente por medio de la Eucaristía». (Plinio Correa de Oliveira – A presenca de Cristo entre os homens. In:Dr.Plinio. Sao Paulo, año VI, n°63 -Junio 2003-, p. 23.)
Conviviendo con la Verdad
Por tanto Jesús quiso quedarse con los hombres por medio del sacramento de la Eucaristía, realmente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para convivir con los hombres, y no solo esto si no que también quiso darse como alimento a nosotros, y de esa manera tener una forma de unión con los hombres lo más íntima posible, asumiéndonos por entero, llenándonos de consolaciones y dándonos una pregustación de nuestro fin eterno, si le somos fieles.
Cuando comulgamos aquel que en esencia es la Verdad, nos asume por entero y está dispuesto a atenderlos en lo que sea, y en especial si eso que le pedimos nos acerca más a la Verdad. Y entonces, porqué no pedirle que nos haga fieles a la Verdad y que guiados por el Papa, a quién Él dejó para ser la cabeza visible de la Iglesia, institución depositaria de la Verdad, y por el Espíritu Santo que habla por medio de sus santos, podamos contribuir para que todos los hombres conozcan la Verdad.
La eucaristía es la verdad
Si tomamos la definición de verdad dada por San Agustín en su Tratado de la Verdadera Religión: La verdad es aquello por el cual se manifiesta el que es.(C.36: ML 34, 151-152.), podemos deducir que la Verdad en esta tierra se encuentra de forma absoluta en el Santísimo Sacramento, y como eco fidelísimo en María Santísima y en la Santa Iglesia, los tres pilares de todo católico.
De esa manera si un hombre quiere vivir una vida conforme a la Verdad, una vida verdadera, debe ser fiel a esta, lo que significa, ser fiel a Jesús, ser fiel a María y ser fiel al Papa.
Y nada mejor para aclarar este punto que la frase que motivó este artículo, pronunciada por Mons. Juan Clá Dias cierta vez que se dirigía a un grupo de jóvenes heraldos aspirantes: «La Vida de Dios es la única verdadera, las otras todas surgen de Ella, y es en la Eucaristía que la tenemos entera, y por eso enteros nos entregamos a Ella».
Entreguémonos enteramente al Santísimo Sacramento y viviremos felices en la Verdad esperando el momento de encontrarnos con ella cara a cara.
Por Santiago Vieto Rodríguez
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