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El más suave y santo de los nombres

Redacción (Lunes, 12-03-2012, Gaudium Press) «Y su nombre será: Consejero Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de la Paz» (Is 9, 5).

Sí, cómo es maravilloso, rico y simbólico este nombre que, según el Profeta Isaías, significa ¡»Dios con nosotros»! Cómo el Arcángel Gabriel debe haber encantado a la Santísima Virgen María – que ponderaba todas las cosas en su corazón – con estas palabras en el momento de la Anunciación: ¡»Y le pondrás el nombre de Jesús»! (Lc 1,31).

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«Al nombre de Jesús se doblen todas las rodillas
en los cielos, en la tierra y en los infiernos» (Fil 2,10)

Fecunda fuente de inspiración

Esta frase, que quedó indeleblemente grabada en el Inmaculado Corazón de María, llega a los oídos de los fieles de todos los tiempos, en el orbe terrestre entero, fecundando los buenos afectos de todo hombre bautizado. A lo largo de los siglos, diversas almas monásticas y contemplativas fueron inspiradas por ella a tal punto que innúmeras composiciones de canto gregoriano versan sobre el suave nombre del Hijo de Dios.

Hay una misteriosa e insondable relación entre el nombre de Jesús y el Verbo Encarnado, no siendo posible concebir otro que le sea más apropiado.

Es el más suave y santo de los nombres. Él es un símbolo sacratísimo del Hijo de Dios, y sumamente eficaz para atraer sobre nosotros las gracias y favores celestiales. El propio Nuestro Señor prometió: «Cualquier cosa que pidáis a mi Padre en mi nombre, Él os concederá» (Jn 14,13). ¡Qué magnífica invitación para repetirlo sin cesar y con ilimitada confianza!

¡Invoque este nombre poderosísimo!

La Santa Iglesia, madre próvida y solícita, concede indulgencias a quien lo invoque con reverencia, inclusive pone a disposición de sus hijos la Letanía del Santísimo Nombre de Jesús, incentivándolos a rezarla con frecuencia.

En el siglo XIII, el Papa Gregorio X exhortó a los obispos del mundo y sus sacerdotes a pronunciar muchas veces el nombre de Jesús e incentivar al pueblo a colocar toda su confianza en este nombre todo poderoso, como un remedio contra los males que amenazaban la sociedad de entonces. El Papa confió particularmente a los dominicos la tarea de predicar las maravillas del Santo Nombre, obra que ellos realizaron con celo, obteniendo grandes éxitos y victorias para la Santa Iglesia.

Un vigoroso ejemplo de la eficacia del Santo Nombre de Jesús se verificó por ocasión de una epidemia devastadora surgida en Lisboa en 1432. Todos los que podían, huían aterrorizados de la ciudad, llevando así la enfermedad a todos los rincones de Portugal.

Millares de personas murieron. Entre los heroicos miembros del clero que daban asistencia a los agonizantes estaba un venerable obispo dominico, Mons. André Dias, el cual incentivaba a la población a invocar el Santo Nombre de Jesús.

Él recorría incansablemente el país, recomendando a todos, inclusive a los que todavía no habían sido afectados por la terrible enfermedad, a repetir: ¡Jesús, Jesús! «Escriban este nombre en cartones, mantengan estos cartones sobre sus cuerpos; colóquenlos, a la noche, bajo la almohada; cuélguenlos en sus puertas; pero, por encima de todo, constantemente invoquen con sus labios y en sus corazones este nombre poderosísimo».

¡Maravilla! En un plazo increíblemente corto el país entero fue liberado de la epidemia, y las personas agradecidas continuaron confiando con amor en el Santo Nombre de nuestro Salvador. Desde Portugal, esa confianza se esparció a España, Francia y el resto del mundo.

Una retribución agradable a Dios

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¡»Y le pondrás el nombre de Jesús»! (Lc 1,31)

El ardiente San Pablo es el apóstol por excelencia del Santo Nombre de Jesús. Dice él que éste es «el nombre por encima de todos los nombres», y alaba su poder con estas palabras: «Al nombre de Jesús se doblen todas las rodillas en los cielos, en la tierra y en los infiernos» (Fil 2,10).

San Bernardo era tomado de inefable alegría y consuelo al repetir el nombre de Jesús. Él sentía como si tuviese miel en su boca, y una deliciosa paz en su corazón. San Francisco de Sales no duda en decir que quien tiene la costumbre de repetir con frecuencia el nombre de Jesús, puede estar seguro de obtener la gracia de una muerte santa y feliz. ¡Otro inmenso favor!

¿Pero este gran don no nos pide alguna retribución?

Sí. Además de mucha confianza y gratitud, el deseo sincero de vivir en entera consonancia con las infinitas bellezas contenidas en el santísimo Nombre de Jesús. Y también – a ejemplo del venerable obispo portugués Mons. André Dias – el empeño en divulgarlo a los cuatro vientos. Digna de honra y alabanza es la madre verdaderamente católica, que enseña a sus hijos a pronunciar los dulces nombres de Jesús y de María incluso antes de decir mamá y papá, así como a pautar su vida por la de esos dos modelos divinos.

Por la Hermana Elizabeth MacDonald, EP.

 

 

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