Redacción (Jueves, 15-03-2012, Gaudium Press) La oración siempre ha sido y será una necesidad del corazón humano. Especialmente en momentos de particular apuro, todos los hombres, incluso los que están inmersos en las tinieblas del pecado y apartados de la amistad con Dios, se sienten empujados a volverse hacia el Creador implorando aquello de lo que carecen y a esperar confiados la obtención de un bien imposible de conseguir sin un sobrenatural auxilio.
La humanidad está atravesando en la actualidad por tormentas y dramas de todo tipo. La sociedad cristiana -que debería estar ordenada a la manera de una maravillosa sinfonía de vínculos entre superiores e inferiores, en un clima de auténtica caridad- se encuentra devastada por el ateísmo, por el pragmatismo y por una creciente inmoralidad. La familia, lazo fundamental y natural de esa armonía, lo está sufriendo duramente. ¿En dónde encontraremos un remedio eficaz para hacer resurgir la santidad en los hogares?
Eso es precisamente lo que el Papa Benedicto XVI explica en la Audiencia General del 28 de diciembre pasado. Continuando la catequesis sobre la oración e invitando a todos los fieles a que hicieran una reflexión sobre la vida de la Sagrada Familia, incentiva a que cada hogar se transforme en una nueva Casa de Nazaret, es decir, en una «escuela de oración».
«La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica -acentúa el Pontífice-, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios».
Reunida por la noche tras las arduas tareas cotidianas, deseosa de algunos momentos de intimidad y descanso, la familia no podrá hacer nada mejor que darle a Dios el lugar que le corresponde, a través de la oración en común, implorando la protección y la bendición del Señor para los que viven bajo el mismo techo.
Porque es innegable una cosa: el triste cortejo de las miserias, dificultades, angustias y problemas que afligen al mundo en la actualidad, recibiría un lenitivo insuperable si reinase en la familia -la «Iglesia doméstica»- el verdadero espíritu de oración.
En vista de esto, así se entiende la insistencia del Papa: «Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío. Y, por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia».
Poner en práctica diariamente con fervor y perseverancia este homenaje conjunto a Dios tan vivamente recomendado por el Santo Padre es un medio excelente de conferirle vigor y durabilidad a la unión familiar. Y el efectivo cumplimiento de los pedidos así formulados alimentará la confianza de sus miembros y les hará indispensable recurrir a la amorosa Providencia Divina, por intercesión de María Santísima, proclamada Reina de la Familia por el Beato Juan Pablo II.
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