León, Guanajuato (Sábado, 24-03-2012, Gaudium Press) En la primera visita del Sumo Pontífice a un país de habla hispana en América, Benedicto XVI es recibido calurosamente por el pueblo de México.
Bajo un sol primaveral resplandeciente, decenas de miles de mexicanos venidos todos los rincones de la República, salieron a las calles de la Ciudad de León en el estado de Guanajuato, para dar la bienvenida al Sumo Pontífice que realiza su primer viaje apostólico, como Papa, a esa nación.
El Papa bendice a niños discapacitados a su llegada a México – Foto: EWTN |
En punto de las 4:12 pm aterrizó el avión papal en el aeropuerto internacional de León, y en cuanto la silueta del Papa se distinguió en la puerta, todo el público asistente estalló en vítores y porras con una alegría transbordante al ver al Vicario de Cristo.
Su santidad, con una alegría notoria en la faz bajó con una agilidad y velocidad asombrosa la escalinata que lo separaba del Presidente Calderón, su esposa la Sra. Margarita Zavala y el Obispo de León, José Guadalupe Martín Rábago. El jefe de estado mexicano llevó a cabo el saludo de acuerdo al protocolo correspondiente a un jefe de Estado, lo que no evitó que el Primer Mandatario y su esposa, de religión católica, irradiaran de felicidad al tener en tierras mexicanas al Sumo Pontífice, después de haber sido aceptada la invitación que el mismo presidente le formuló.
Tras pasar por una vaya de soldados y marinos, y escuchar los himnos nacionales correspondientes a la nación anfitriona y la visitante, el Presidente Calderón formuló el discurso de bienvenida a Su Santidad y comentó: «Es una gran alegría recibirlo en tierra mexicana.»
«Al pueblo mexicano le regocija que haya usted aceptado la invitación que en su nombre, tuve el honor de formularle como Presidente de la República, en mi Visita de Estado al Vaticano.»
«La presencia de Su Santidad entre nosotros adquiere un significado enorme en horas aciagas, en momentos en que nuestra Patria atraviesa por situaciones difíciles y decisivas.»
«Son muchos los desafíos que a los mexicanos nos ha tocado enfrentar en los últimos tiempos», dijo el presidente, haciendo referencia a las crisis económicas, violencia generada por el narcotráfico, epidemias, sequías, e inundaciones que se han sufrido en el país.
«Lo recibe, Su Santidad, un pueblo que ha sufrido mucho por diversas razones, y que a pesar de ello hace enormes esfuerzos todos los días para llevar el alimento a la mesa de la casa, para educar a los hijos, para sacar adelante a la familia.»
Y señaló que a pesar de todo, México está en pie pues es un pueblo fuerte «que tiene valores y principios, que cree en la familia, en la libertad, en la justicia, en la democracia y en el amor a los demás. En valores que son fuertes como la roca. Y es por ello, que su visita nos llena de alegría en momentos de gran tribulación.»
«Puedo asegurarle, Su Santidad, que encontrará en el mexicano a un pueblo noble, hospitalario, cálido, alegre, que tiene en altísima estima al Sumo Pontífice.» Y agregó: «Yo sé que su visita, Su Santidad, alentará el esfuerzo de los mexicanos y reconfortará su alma.»
«Confío en que la visita de Su Santidad ilumine el alma de las mujeres y de los hombres de esta Tierra, en particular, de quienes más sufren, con la profundidad de su pensamiento, como hombre notable y de fecunda inteligencia, que sabemos que es usted.»
Tras reiterar su beneplácito y agradecimiento por la visita del Jefe del Estado Vaticano, el Presidente Calderón cedió la palabra al Papa Benedicto XVI.
Discurso del Papa Benedicto XVI en su llegada a México
Tras hacer los saludos de protocolo, Su Santidad se dirigió al pueblo de México con estas palabras:
«Amado pueblo de Guanajuato y de México entero:
Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco ¬ decía en su mensaje ¬ el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).
… Con esta breve visita, deseo estrechar las manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.
México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan.
Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.
Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma, «continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).
Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas est, 31,a), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.
Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral. Muchas gracias».
El Papa, tomó varios minutos, después de su discurso, bendiciendo a niños discapacitados.
Traslado al Colegio Miraflores
Terminados los actos en el aeropuerto, el Papa abordó su «papamóvil» en el que recorrió alrededor de 32.5 kilómetros hasta el colegio Miraflores, donde pernoctará durante su estadía.
Todo el recorrido fue tapizado por personas de todas las edades que ondeaban las banderas de México y el Vaticano y que decían a coro «Nosotros somos la juventud del Papa» y «Benedicto, hermano, ya eres mexicano». Estas frases que se repitieron e interrumpieron varias veces los discursos precedentes.
La cadena humana era interminable, al igual que la alegría de la gente al ver al sucesor de Pedro en su país. Las autoridades estiman que decenas de miles de fieles se volcaron a las calles para dar la bienvenida al sumo pontífice.
Al llegar al Colegio Miraflores, y aún con una marcada alegría en el semblante, Benedicto XVI bendijo a más niños discapacitados antes de entrar al Colegio Miraflores para descansar y pasar la noche en preparación a las actividades del sábado.
Gaudium Press / María del Carmen Sierra Torre
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