Redacción (Miércoles, 28-03-2012, Gaudium Press) Al escoger la figura del cuerpo humano como una imagen para su Iglesia, Cristo eligió también un alma, que, al contrario de otras, posee el entero dominio de ese Cuerpo, más allá de ser su elemento vivificador: el Espíritu Santo.
El alma humana posee como característica principal ser la forma del cuerpo. Entretanto, al decir ser el Espíritu Santo el alma del Cuerpo Místico, usamos por apropiación esa expresión, dado que una Persona Divina no puede ser la forma de ninguna criatura.
A pesar del término ser usado por apropiación, es enteramente apropiado al Espíritu Santo, una vez que Él habita y actúa a partir de dentro, como el alma. En ese sentido, contestaba el Apóstol: «¿no sabéis que sois el templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Cor 3,16), «por ventura no sabéis que vuestros miembros son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros» (1 Cor 6,19).
Siendo la Tercera Persona de la Santísima Trinidad el Alma del Cuerpo Místico, se afirma, sobre todo, que es Ella quien anima y vivifica, análogamente como el alma humana. Se encuentran innúmeros trechos que alimentan la devoción de los fieles, con todo, limitamos a narrar un pasaje de San Agustín:
«Si queréis tener el Espíritu, hermanos, escuchad: el espíritu por el cual vive el hombre, se llama alma; nuestro espíritu, por el cual vivimos cada hombre se llama alma; y ved lo que hace el alma con el cuerpo: vivifica todos los miembros: con los ojos ve, con los oídos oye, con las narinas olfatea, con la lengua habla, con las manos opera, con los pies anda. Está en todos los miembros para que vivan; da la vida a todos y a cada uno su oficio […]. Los oficios son diversos y la vida es común. Así sucede en la Iglesia: en unos santos hace milagros, a otros enseña la verdad… Cada uno hace lo que le es propio, pero todos viven igualmente. Lo que es el alma para el cuerpo es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia».
La sensibilidad y el movimiento transmitido a la cabeza dimanan del alma que los distribuye para el cuerpo de manera desigual a la semejanza del Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo no opera uniformemente en todos los miembros, sino con grados diferentes en los bienaventurados, en los justos, e inclusive en los que están en estado de pecado y los que hacen parte de ese Cuerpo solamente en potencia. La verdad es que «el Espíritu Santo está en todos los que son miembros de Cristo, desde los que reciben de Él la bienaventuranza de la gloria, hasta los que reciben la gracia más inicial y primitiva».
«El Espíritu Santo es un principio vivo y vivificador. Operó en la venida de Cristo sobre la Tierra, fecundando activamente María, e intervino en el nacimiento de la Iglesia. El día de Pentecostés fue el día de la proclamación oficial de la sociedad establecida por Cristo».
Prometido por Nuestro Señor antes de su partida: «vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo de aquí a poco» (At 1, 5), la Iglesia tuvo su nacimiento en el bautismo de Pentecostés, y, por tanto, es en Él que somos bautizados y recibimos el principio vital de la vida divina que nos hace hijos de Dios.
De modo que dentro de la diversidad de los miembros se cumple el pedido del Salvador: «que todos sean uno, así como Tú, Padre, estás en mí y Yo en Ti, para que también ellos estén en nosotros» (Jn 17, 22).
Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo comparados entre sí, son distintos aunque idénticos, siendo la acción que procede el Espíritu Santo, la vía de amor.
Y eligiendo el Espíritu Santo para ser el alma de la Iglesia, el cual es denominado de «Amor», podemos decir que «Cristo desea que la unión que debe haber en aquellos que forman su Cuerpo Místico sea el amor». Así la Iglesia se unifica donde se unifican el Padre y el Hijo, o sea, en el amor, en la Tercera Persona.
«Si es Él quien gobierna y mueve a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, quién nos unifica, quién los vivifica; y si hace todo eso a partir de dentro, deshabitando en cada miembro y en todo cuerpo, tenemos que terminar diciendo que desempeña auténticas funciones de alma».
Por Fahima Akram Salah Spielmann
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