Redacción (Miércoles, 11-04-2012, Gaudium Press) Lector, intente analizar con atención la imagen de la Virgen María estampada a lado y note como ella lo impresionará profundamente. ¿Por qué?
Esa imagen representa a Nuestra Señora de modo realista al extremo, y expresa muy bien la idea de cuánto María es la obra-prima del Creador.
Quien la contempla tiene casi la impresión de estar viendo una aparición, de tal manera en ella trasparece el fondo del alma de la Virgen de las Vírgenes. Su rostro transmite piedad de modo excelso, e invita a la oración. A la par del instinto maternal, su fisionomía torna patente una inimaginable bondad, de la cual solamente Dios podría ser el autor.
Es interesante notar como ese semblante, con su aire de suavidad, dulzura, bondad, dolor lancinante – todo mezclado con serenidad y paz – parece expresar también de modo fiel el temperamento propio de los santos.
Ciertas personas podrían juzgar que Nuestra Señora, al contemplar los sufrimientos a los cuales su Divino Hijo estuvo sujeto por causa de nuestros pecados, se dejaría llevar por algún movimiento de resentimiento… Entretanto, aquí, la Santísima Virgen nos convence, por su manifestación de amor, de que no son esos los sentimientos de la Abogada de los Pecadores. A pesar de ver a su Hijo crucificado, y sabiendo que somos nosotros la causa de esos sufrimientos, María tiene para con nosotros una mirada plena de sobrenatural afecto.
Ella nos da un consejo materno:
– Mi hijo, cuando te sientas miserable por tus caídas, intenta tener en el fondo del alma la seguridad de que, desde lo alto del Cielo, yo te miro con la misma dulzura expresada en esa mi mirada, dispuesta a obtener de Jesús, para ti, el perdón de todos tus pecados.
Por la Hermana Lucía Ordóñez, EP
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