Redacción (Miércoles, 02-05-2012, Gaudium Press) La gran facilidad con que los usuarios de Facebook pueden agregar «amigos» a su perfil, la simplicidad con que las personas pueden conversar a través de los diversos chats con otros «amigos» o «seguidores», tal vez esparcidos por el mundo entero, y otras realidades, parecerían inclinar por el «sí» a la pregunta de si las nuevas tecnologías facilitan las relaciones humanas.
Entretanto, una mirada crítica de estas amistades cibernéticas, realizada por una psicóloga, profesora del Instituto Tecnológico de Massachussets – MIT, nos vuelve a ubicar en el espacio examinador de todos estos intercambios.
Foto: Josh Bancroft |
En sesudo editorial publicado en la edición digital del New York Times del 21 de abril pasado, Sherry Turkle invoca su experiencia en la materia para opinar: «En los últimos 15 años, he estudiado las tecnologías de conexión móvil y he hablado con centenas de personas de todas las edades y circunstancias sobre sus vidas «conectadas». Y he aprendido que los pequeños aparatos que la mayoría de nosotros portamos son tan poderosos que ellos no cambian solo lo que nosotros hacemos, sino también lo que somos», dice.
Lo anterior parece una banalidad, pues todo lo que el hombre hace de alguna u otra manera lo trasforma. Entretanto, no es banal de manera ninguna la profundidad de esos cambios, particularmente en lo referido al relacionamiento con nuestros semejantes.
«Nos hemos acostumbrado a una nueva forma de estar «solos juntos» -dice Turkle. Habilitados para dicha tecnología, somos capaces de estar con el otro, y también en otro lugar, conectados en cualquier lugar en el que queramos estar. Queremos personalizar nuestras vidas. Queremos entrar y salir de donde estemos, porque lo que más valoramos es el control sobre dónde centramos nuestra atención. Nos hemos acostumbrado a la idea de estar en una tribu de uno, fiel a nuestro propio partido». Disquisición la anterior muy interesante.
La tecnología nos permite entonces, con mayor o menor facilidad, pensar y dedicar preferentemente nuestros sentidos a aquello que nos interesa o nos place. De hecho, no creemos ser los únicos que han experimentado la tentación (y tal vez caído en ella) de preguntarnos y mirar qué nos ha llegado al e-mail mientras estamos en una reunión laboral, social o familiar, o hasta incluso mientras escuchamos algún sermón dominical no muy ameno. Pero esto que los antiguos podrían calificar como falta de educación -el no dedicar los 5 sentidos al interlocutor, o al expositor- es calificado por muchos de nuestros jóvenes nativos digitales como una ‘skill’ a ser conquistada. Así lo ha constatado nuestra psicóloga:
«Mis estudiantes me hablan acerca de una nueva e importante habilidad: se trata de mantener el contacto visual con alguien, mientras usted intercambia textos [vía móvil] con otra persona; es difícil, pero se puede hacer», les dicen los alumnos a Sherry. Personalmente el autor de estas líneas ha tenido esa experiencia en más de una cena o encuentro, y puedo decir con toda certeza que mi interlocutor aún no había adquirido la destreza suficiente para que yo no me hubiera sentido despreciado. Pero bueno, deben ser mis características de no nativo digital sino de migrante digital las que aún me encarcelan en esos sentimientos.
Una de las más finas, e interesantes observaciones que hace la profesora del MIT es la de la calidad de la «donación personal» y de otras características específicas que se patentizan en las conversaciones digitales. Veamos:
«En el ‘silencio’ de la conexión, las personas somos consoladas por estar en contacto con un montón de gente – cuidadosamente mantenida a raya. No podemos tener suficiente del otro si podemos usar la tecnología para mantener al otro a distancias que podemos controlar: no demasiado cerca, no muy lejos, apenas a la distancia correcta. (…) Los mensajes de texto y correo electrónico y las publicaciones web nos permiten presentarnos a nosotros mismos como aquello que queremos ser. Esto significa que podemos editar. Y si queremos, podemos eliminar. O retocar: la voz, la carne, la cara, el cuerpo. No demasiado, ni muy poco – apenas lo justo».
Ese contacto no pleno que ocurre en el ciberespacio, es introducido de manera sugestiva por Turkle con la expresión el ‘silencio de la conexión’. Es decir, podremos ‘hablar’ mucho por chat o comunicarnos hasta la saciedad por email, pero siempre habrán elementos que no se trasmiten y sobre los cuáles se hace silencio. No se trasmiten porque los retocamos o silenciamos, o simplemente porque las propias limitaciones del canal lo impiden. Pero además, un uso abusivo o exclusivo de este tipo de comunicación pueden atrofiar las capacidades que tenemos de darnos por completo a los demás en la conversación o en el contacto personal, y ese riesgo lo corren particularmente los jóvenes.
«Un joven de 16 años, que se basa en mensajes de texto para casi todo, dijo, casi melancólico: ‘algún día, algún día, pero ciertamente no ahora, gustaría de aprender a tener una conversación’ «, relata Turkle.
«En el trabajo de hoy, los jóvenes que crecieron temiendo conversar aparecen usando audífonos. Caminando a través de una biblioteca de la facultad o de un campus de alta tecnología se ve la misma cosa: estamos juntos, pero cada uno de nosotros está en su propia burbuja, furiosamente conectado a teclados y pantallas sensibles a minúsculos toques», continúa.
‘Jóvenes que crecen temiendo conversar’. Otra expresión muy bien encontrada. Encerrados en su tanque cibernético, no son pocos los que terminan no conociendo bien a sus vecinos más cercanos, sea en la oficina o la escuela, pues una mezcla de temor y ‘falta de tiempo’ los inhiben a abrir su alma o a peregrinar en almas ajenas. Eso en moral cristiana tiene un nombre tal vez un poco fuerte para aplicar a esta realidad pero que consideramos que no deja de ser adecuado y se llama egoísmo: soy yo, con mis intereses, con mis deseos, con mi música y mis videos, con los amigos que yo quiero frecuentar, y en la medida e intensidad que yo quiera, mostrando solo lo que yo quiera y cuando quiera.
Entretanto, y bien lo ha destacado la metafísica cristiana reciente, el ser humano es un ser ‘donal’, no solo un ser ‘en relación’ sino una criatura que está llamada por naturaleza a «darse». El riesgo del egoísmo cibernético es que tiene conexos los deleitables y venenosos placeres del egoísmo. Pero el egoísmo, cualquiera que sea, incluso si se disfraza de iphones, ipads, o smartphones, tarde o temprano termina hastiando, termina tornando amarga la existencia.
Es claro también, que las posibilidades que ofrecen hoy las TICs permiten una cercanía antes imposible con personas queridas que se encuentran lejos, lo que mantiene y fortalece los lazos de verdaderas amistades y sanos afectos. Y mil otras posibilidades donde a través de esos canales también se puede vehicular la caridad. Pero las indiscutibles ventajas no nos impiden ver los riesgos.
Y la solución sigue siendo hoy como siempre, el darse, el entregarse, el abrirse, a imitación de Aquel que hace 2000 años en Palestina dijo que no hay quien demuestre más amor que el que da la vida por sus amigos.
Por Saúl Castiblanco
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