Redacción (Jueves, 10-05-2012, Gaudium Press) La destrucción de Jerusalén por las tropas caldeas en el siglo VI a. C. y el subsiguiente exilio a Babilonia marcan una gran línea de división en la historia del antiguo Israel.
De un solo golpe, su existencia como nación termina y con ella todas las instituciones que eran expresión de su propia vida colectiva. Con el Estado destruido y el culto oficial suspendido, el país pasa a ser, en aquel momento, un aglomerado de individuos arrancados de sus raíces y vencidos. 1
¿Cómo pudo el pueblo elegido, al que todas las naciones temían por el invencible poder de su Dios, caer en tan espantosa desgracia? Para encontrar los motivos de este acontecimiento, de transcendental significado para la historia sagrada y para la exégesis bíblica, comencemos por analizar lo que podríamos llamar «situación internacional» de la época.
Del apogeo asirio a la hegemonía babilónica
El imperio asirio, que había alcanzado su apogeo bajo el gobierno de Asaradón (681-670), comienza a sentir los primeros síntomas de decadencia durante el reinado de Asurbanipal (669-627). A la independencia de
Egipto, llevada a cabo en el 663 por Psamético I, fundador de la dinastía XXVI, siguen revueltas en Fenicia y Babilonia. Y tras la muerte de Asurbanipal el imperio entra en la etapa final de su existencia.
Aprovechando las disputas por el trono entre Assuretililani, su hermano Sinsariskun y el general Sinshumulisir, el príncipe caldeo Nabopolasar proclama la independencia de Babilonia y se hace elegir rey (626- 605). Desde allí emprende una serie de ataques contra Asiria y, en alianza con el rey de los medos, Ciáxares, conquista Assur en el 614 y la capital Nínive en el 612, donde muere el rey Sinsariskun, hijo de Asurbanipal.
El último monarca asirio, Asur-Ubalit II, huye para Harán, donde -apoyado por Egipto- consigue resistir durante tres años a los ataques de Nabopolasar. Finalmente, en el 609, el rey caldeo conquista Harán y el imperio asirio llega a su fin, siendo su territorio dividido entre los vencedores.
Tras la batalla de Karkemish Babilonia ostenta la hegemonía sobre Oriente Próximo |
A partir de aquí el poder de Babilonia comienza a extenderse por Oriente Medio; sobre todo después de la victoria del hijo y sucesor de Nabopolasar, el gran Nabucodonosor, sobre el ejército del faraón Necao en la batalla de Karkemish (605 a. C.). Babilonia se había convertido en la soberana de toda la región y pasa a ostentar la hegemonía sobre Oriente Próximo.2
Posición del reino de Judá a favor de Egipto
En la lucha entre Egipto y Babilonia, el reino de Judá siempre acabará inclinándose por el país del Nilo, lo que trajo como consecuencia sendas expediciones de Nabucodonosor, siendo que en la última de ellas acabó asediando Jerusalén que fue tomada, saqueada y arrasada. Durante año y medio la ciudad estuvo cercada por las tropas caldeas hasta que, en julio del 587,3 consiguieron abrir una brecha en las murallas y lograr entrar en su interior.
Sedecías, último rey de Judá, consigue huir de noche con algunos soldados, pero es capturado en las planicies de Jericó y llevado a la presencia del rey caldeo que estaba en Ribla, en la alta Siria. Allí, tras ser obligado a asistir a la muerte de sus hijos, es cegado y llevado prisionero a Babilonia, como nos narra el capítulo 52 de Jeremías.
Una vez que acabó el sitio de Jerusalén, la ciudad fue devastada por el ejército comandado por Nabuzardán.
La Biblia nos dice que algunos judíos huyeron a Egipto (Jr 42-44); un grupo permaneció en la ciudad (Jr 39, 10) y un gran número de habitantes fue deportado para Babilonia (Jr 39, 9). «Sobre las rutas de la Media Luna fértil caminaba de nuevo el pueblo de la Promesa, como en los días de Abraham, pero no ya con fe y esperanza, sino con miseria y abatimiento», comenta ilustrativamente el historiador Henri Daniel-Rops. 4
Advertencia de Jeremías
Durante el tiempo que duraron estos acontecimientos, el profeta Jeremías – por inspiración divina- siempre desaconsejó la alianza de Judá con Egipto y predicó la sumisión a los babilonios, pues Dios había decidido entregar Jerusalén a Nabucodonosor. 5
Profeta Jeremías |
Renunciar a su independencia era algo muy duro para el pueblo judío, pero esa era la voluntad del Altísimo como castigo a tantos pecados cometidos. Por eso las palabras del profeta, a pesar del peligro inminente, no encuentran acogida entre sus conciudadanos.
El rey Sedecías sigue los consejos divinos en un primer momento, pero el capítulo 38 del libro de Jeremías nos narra como los enemigos del profeta consiguen persuadir al rey del tal «peligro» que significan esos oráculos para el pueblo (v. 4). Queda patente la poca personalidad del monarca (v. 5) que no tiene suficientes agallas para oponerse a esa injusta petición y permite que el hombre de Dios sea preso en un aljibe (v. 6).
Posteriormente, gracias al etíope Abdemelec, Jeremías es liberado por orden del propio rey (vv. 7-10), quien mantiene un coloquio en secreto con el profeta donde le revela muy bien la situación en la que se encuentra: quiere seguir los oráculos divinos para salvar su vida, pero al mismo tiempo teme a sus oficiales (vv. 14-19).
A finales del 589, en «el año noveno de Sedecías, en el décimo mes» (Jr 9, 1), por fin el soberano decide rebelarse contra Babilonia, probablemente instigado por el faraón Hofra. La catástrofe había sido detonada.
La verdadera causa del castigo
En el segundo versículo del capítulo 37, el libro de Jeremías nos apunta con total claridad la verdadera causa del castigo sufrido por el pueblo judío: «Pero ni él [Sedecías], ni sus servidores, ni el pueblo del país escucharon las palabras que había dicho el Señor por medio del profeta Jeremías».
El término usado en el original hebreo para referirse a la desobediencia del pueblo judío es shama, del verbo «escuchar». Sin embargo, San Jerónimo opta por la expresión latina de la Vulgata non oboedivit (no obedecieron) que se mantiene en la mayor parte de las traducciones actuales. Es interesante destacar que no existe oposición entre ambas versiones, puesto que el verbo «escuchar» en hebreo tiene un sentido amplio.
No se trata sólo de prestar atención, sino también de abrir el corazón, poner en práctica, obedecer.6
Acentuando la importancia de este versículo para la correcta comprensión de los posteriores acontecimientos, comentan Shökel y Sicre: «Este verso es programático y abarca lo que sigue hasta el final de una era. Ahí tenemos dos poderes internos enfrentados: por una parte, el rey con las personas influyentes; enfrente, el profeta que esgrime la Palabra de Dios. La frase última nos remite a la vocación de Jeremías, que con la palabra recibe poder ‘sobre reyes’. Pudo ser poder para ‘edificar’, la catástrofe fue evitable; al no escuchar, el pueblo provocó el poder ‘para arrancar'».7
Justicia y misericordia
Algunos comentaristas modernos acusan a Jeremías, con argumentos absurdos, de haberse vendido al oro de Babilonia. Otros elogian su clarividencia política; y no cabe duda de que Jeremías fue más sensato que los políticos de su tiempo. Pero no fue la sensatez lo que guió su conducta, sino el deseo de cumplir la voluntad divina.8
Sabiendo que Dios es justicia, pero también misericordia, clamó cuanto pudo por sus hermanos, hasta que Dios le prohibió interceder por ellos: «En cuanto a ti, no ruegues por este pueblo, no eleves gritos ni plegarias en favor de él, no me insistas, porque no te escucharé. ¿No ves acaso lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? Los hijos juntan leña, los padres encienden el fuego, las mujeres amasan la pasta para hacer tortas a la reina del cielo y se derraman libaciones a otros dioses a fin de agraviarme» (Jr 7, 16-18).
A pesar de que la gran mayoría de su pueblo se le oponía, Jeremías siempre tuvo fuerzas y ánimo para interceder por ellos. Si sus contemporáneos hubieran hecho caso de sus palabras, la catástrofe se habría evitado y la tan temida sumisión a Nabucodonosor habría ocurrido en condiciones muy diferentes.
Dios nos habla desde la Mesa de la Palabra
«Por medio de hombres y al modo humano Dios nos habla, porque hablando así nos busca», dice San Agustín.9
Al igual que en el Antiguo Testamento llamó Dios a Jeremías para que amonestara y aconsejara al pueblo del mal camino que estaba llevando y cuáles serían las consecuencias en el caso de que no se hubiese arrepentido, también hoy suscita hombres que nos señalan la voluntad divina.
A veces son simples laicos, pero no es lo habitual. Es en el ambón, Mesa de la Palabra, desde donde Dios manifiesta sus deseos a respecto de cada uno y nos invita a ponerlos en práctica. Por la voz del predicador, unas veces nos anima, revitaliza y ampara; pero otras veces apunta con inclemencia para nuestros pecados, dejándonos contritos y apesadumbrados.
En ambos casos -sobre todo en el segundo- el ministro de Dios está actuando como padre, maestro y guía que busca nuestra eterna salvación. Pues la justicia y la misericordia divinas no son opuestas, sino que se complementan.10
Así pues, si en algún momento sentimos caer sobre nosotros el merecido peso del castigo divino, recordemos que Dios no busca condenarnos, sino edificarnos.
Tengamos ánimo, procuremos enmendarnos y digamos, como el propio Jeremías: «Corrígeme, Señor, pero
con equidad, no según tu indignación, para no rebajarme demasiado» (10, 24).
Por Alejandro Javier de Saint Amant
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1 Cf. BRIGHT, John. Historia de Israel. 7ª ed. São Paulo: Paulus, 2003, p.411.
2 Cf. COUTURIER, Guy. P. Jeremías. En: Comentario Bíblico «San Jerónimo». Madrid: Cristiandad, 1971, t. I, p.791- 792.
3 No existe unanimidad entre los estudiosos al respecto de esta fecha; algunos creen que fue en el 586. Seguimos la opinión de BRIGHT, Op. Cit., p. 397, nota al pie de página.
4 DANIEL-ROPS, Henri. Historia Sagrada. Barcelona: Luis de Caralt, 1955, p.229.
5 Es interesante recordar la descripción que hace Damián Noël de la actuación de Jeremías, bajo un aspecto meramente político: «Jeremías es realista y no derrotista ni, menos aún, traidor a su patria. Las preocupaciones le vendrán de los judaítas proegipcios, no de los babilonios. Vivirá el decenio del reinado de Sedecías en Jerusalén libre, desaconsejándole hasta el final la alianza con Egipto» (NOËL, Damien. En tiempo de los imperios. En: Cuadernos bíblicos nº 121. Navarra: Verbo Divino, 2004. p. 15)
6 LÉON-DUFOUR, Xavier. Vocabulario de teología bíblica. Barcelona: Herder, 1965, p.250.
7 SCHÖKEL, L. Alonso y SICRE, J. L. Profetas. 2ª ed. Madrid: Cristiandad, 1987, v. I, p.588.
8 Ídem, p.410.
9 Citado por SCHÖKEL y SICRE, op. cit., p.17.
10 GARCÍA CORDERO, OP, Maximiliano. Teología de la Biblia. Madrid: BAC, 1970, v. I, AT, p.250.
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