Arezzo (Lunes, 14-05-2012, Gaudium Press) Benedicto XVI canceló la ida a La Verna, segunda etapa de la primera visita a Toscana. El fuerte temporal no le permitió llegar al encuentro con los franciscanos de la región que ocurriría en el santuario donde San Francisco recibió los estigmas dos años antes de su muerte, lugar que guarda la reliquia de la sangre del santo conservada en un pedazo de paño de lino. En un discurso muy espiritual entregado, pero no proferido personalmente, el Papa observó que: «La contemplación del Crucifijo tiene una extraordinaria eficacia, porque nos hace pasar del orden de las cosas pensadas a la experiencia vivida; de la salvación esperada a la patria feliz».
El Papa iba a visitar el santuario donde San Francisco recibió los estigmas |
El Santo Padre concentrándose en la meditación del Crucifijo y recordando las palabras de San Buenaventura, resaltó la importancia de la implicación del sentimiento en la oración. «Para tener eficacia, nuestra oración precisa de las lágrimas, esto es, de la implicación interior, de nuestro amor que responda al amor de Dios» no «con el orgullo intelectual de la búsqueda cerrada en sí misma», sino con «humildad».
Y es justamente la contemplación del Crucifijo la que «tiene una extraordinaria eficacia, porque nos hace pasar del orden de las cosas pensadas a la experiencia vivida; de la salvación esperada a la patria feliz». Como realizó en propia vida San Francisco. El ejemplo del santo nos enseña que «no basta declararse cristiano» para serlo realmente. Ni siquiera basta realizar obras de bien. «Hay que conformarse con Jesús, con un lento, progresivo empeño de transformación del propio ser, a imagen del Señor».
Dirigiéndose a los monjes en el discurso, recordó que la vida consagrada tiene «la específica tarea» de testimoniar «la fascinante historia de amor entre Dios y la humanidad». «Es el amor a Cristo que está en la base de la vida del Pastor, como también en la del consagrado: un amor que no tiene miedo del empeño y de la fatiga», continuó el Santo Padre invitándolos: «Llevad este amor al hombre de nuestro tiempo, tantas veces cerrado en su propio egoísmo. Sed señal de la inmensa misericordia de Dios».
«La piedad sacerdotal enseña a los sacerdotes a vivir aquello que se celebra, dividir la propia vida con quien encontramos: en el compartir el dolor, en la atención con los problemas, en el acompañar en el camino de la fe», observó por último.
Este año la comunidad de las monjas clarisas celebra 800 años de la entrada de Santa Clara, la fundadora del monasterio franciscano.
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