Ciudad del Vaticano (Miércoles, 16-05-2012, Gaudium Press) «San Pablo nos enseña que en nuestra oración debemos abrirnos a la presencia del Espíritu Santo». Benedicto XVI en su catequesis de la audiencia general de esta mañana, presentó el tema de la oración en las Epístolas de San Pablo. «En la oración -recordó el Papa el valor- nosotros experimentamos, más que en otras dimensiones de la existencia y de la vida cristiana, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas, porque somos colocados delante de la omnipotencia y la transcendencia de Dios». En el tradicional encuentro con los fieles de los miércoles en la Plaza San Pedro participaron 11 mil personas, entre las cuales los peregrinos de Belén, Dorado, San Vicente y San José de Río Preto, de Brasil; de la Diócesis de Río Cuarto de Argentina; de Guadalajara en México y de otros países latinoamericanos.
Para el Papa «la oración es el obrar del Espíritu en nuestra humanidad» |
Las Epístolas de San Pablo tienen una forma particular: «son introducidas y concluyen con expresiones de oración: al inicio, de agradecimiento y alabanza, y al final de votos para que la gracia de Dios guíe el camino de las comunidades a la cual es dirigido el escrito». Un importante y fundamental elemento de la enseñanza del Apóstol de las Gentes sobre la oración es la acción del Espíritu Santo.
La oración es un don
La oración, afirmó el Papa, es «antes que más nada un don, fruto de la presencia viva, real, vivificante del Padre y de Jesucristo en nosotros, a través del Espíritu Santo». Por eso, en ella «nosotros experimentamos, más que en otras dimensiones de la existencia y de la vida cristiana, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas». La oración cotidiana nos demuestra también «el sentido de nuestro límite, no solamente delante de las situaciones concretas de todos los días, sino también en nuestra propia relación con el Señor».
Es «el Espíritu Santo que viene en auxilio a esa nuestra incapacidad». Para San Pablo, continuó el Papa, «la oración es principalmente el obrar del Espíritu en nuestra humanidad, para asumir sobre sí nuestra debilidad y transformarnos de hombres ligados a las realidades materiales en hombres espirituales». Es el Espíritu que «orienta nuestro corazón hacia Jesucristo, de modo que «no somos más nosotros que vivimos, sino Cristo que vive en nosotros» (cfr Gal 2,20)».
El Santo Padre indicó tres consecuencias de la oración en nuestra vida cristiana: la auténtica libertad de los hijos de Dios; la profundización de la relación con Dios, y la apertura a las dimensiones de la humanidad y de toda creación. «Sin la oración -resaltó- que alimenta todos los días nuestro ser en Cristo, en una intimidad que crece progresivamente, nos encontramos en la condición descrita por San Pablo en la carta a los Romanos: no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos». Y la oración a través del Espíritu Santo nos da «una libertad auténtica, que es la libertad del mal y del pecado por el bien y por la vida, por Dios». Una libertad que «no se identifica nunca ni con el libertinaje, ni con la posibilidad de hacer la elección del mal».
Pero la acción del Espíritu Santo y nuestra oración cotidiana no significan «que no estamos libres da las pruebas o de los sufrimientos, sino que podemos vivirlos en unión con Cristo, con sus sufrimientos’. Es también importante entender, continuó el Papa, que «no hay grito humano que no sea escuchado por Dios y justamente en la oración constante y fiel comprendemos con San Pablo que «los sufrimientos del tiempo presente no impiden la gloria futura que ha de ser revelada en nosotros» (Rm 8,18)».
En la conclusión de la audiencia general el Pontífice dirigió un apelo por ocasión de la Jornada Internacional de las Familias para que el domingo «sea un día de reposo y ocasión para estrechar los lazos familiares». La Jornada es celebrada por iniciativa de las Naciones Unidas el día 15 de mayo.
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