Redacción (Miércoles, 16-05-2012, Gaudium Press) El Card. Manuel Monteiro de Castro reflexionó sobre el pasaje evangélico, en Homilía en la iglesia de San Benedetto in Piscinula, Roma, el 1 de marzo pasado. A continuación la trascripción de la homilía:
Queridos hermanos y hermanas, estamos aquí reunidos en esta iglesia de San Benedetto in Piscinula para conmemorar el undécimo aniversario del reconocimiento pontificio de los Heraldos del Evangelio.
Explosión en el crecimiento, cuya fuente es el Inmaculado Corazón de María
No podemos dejar de recordar con alegría los resultados obtenidos en estos once años. Se han multiplicado las vocaciones en la asociación privada de fieles de derecho pontificio, en cuyo seno germinaron también dos sociedades de vida apostólica: una clerical, Virgo Flos Carmeli, y otra femenina, Regina Virginum.
A la labor misionera, propia de los laicos, se ha unido así un número creciente de sacerdotes y hermanas, dedicados enteramente al servicio del prójimo.
Entre las innumerables actividades destacan la Misiones Marianas, el Apostolado del Oratorio María Reina de los Corazones, el Fondo Misericordia, el proyecto Futuro y Vida, destinado a atraer a las nuevas generaciones al seno de la Iglesia.
Merecen ser mencionadas las fundaciones de tres instituciones de educación superior en São Paulo, Brasil: el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino, el Instituto Filosófico Aristotélico- Tomista y el Instituto Filosófico Teológico Santa Escolástica.
Cabe señalar que en el mensaje dirigido a los Heraldos, el Beato Papa Juan Pablo II les animó a ser: «Mensajeros del Evangelio por la intercesión del Inmaculado Corazón de María». Y el fundador, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, sobre la aprobación de su obra dijo: «No hay, humanamente hablando, quien consiga abrazar toda esta obra que, tras su aprobación pontificia, ha sido favorecida por una verdadera explosión de crecimiento. Yo mismo, como fundador y presidente de esta institución, puedo asegurar que de mi mente y de mi corazón no ha salido tanta belleza, porque me siento incapaz de abrazarlo todo con mis cortos brazos y mis pequeñas manos. ¿De dónde habrá salido toda esta maravilla? De un corazón sagrado: el Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María».
Dios escuchó la oración de la reina Ester
Veamos ahora la eficacia de la oración de la reina Ester. La primera lectura presenta a la reina Ester pidiéndole a Dios que no se olvide del amor a Israel, su pueblo, que se encontraba en serias dificultades. Y consiguió la gracia implorada.
De hecho, el rey Asuero había escuchado de Amán la inconveniencia de que hubiera hebreos en su territorio. La decisión estaba tomada.
Pero, Mardoqueo, tío de la reina Ester, le explicó a ésta la situación de su pueblo. La reina se postró por tierra con sus siervas en oración: «Bendito seas, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Ven en mi auxilio […] libéranos de las manos de nuestros enemigos, transforma nuestro luto en alegría y nuestros sufrimientos en salvación».
Dios escuchó la oración de la reina Ester y de su pueblo, salvándolos del grave peligro en el que se encontraban. Escuchó también la oración del salmista que agradece a Dios los bienes recibidos: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón; escuchaste las palabras de mi boca. […] Te doy gracias por tu amor y por tu fidelidad». El salmista invita a los reyes de la Tierra a reconocer la grandeza de Dios y a alabarle.
En el Evangelio, Jesús nos invita a rezar
Hoy, en el canto del Evangelio, alabando a Jesucristo, le hemos pedido que cree en nosotros un corazón puro y nos dé la alegría de su salvación, terminando con estas palabras: «Gloria a ti, oh Cristo, Rey de la gloria eterna». Jesús nos invita a rezar. En el pasaje del Evangelio, escuchamos las palabras de Jesús a sus discípulos: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre».
Pedir y dar forman buena parte de nuestra vida. Si nunca pidiésemos nada, caeríamos en el aislamiento. Estamos llamados a compartir los dones que hemos recibido. Nuestra relación con el Señor es sobre todo de petición. Mostramos nuestra insuficiencia y, humildemente, nos dirigimos al Padre, que manifiesta siempre su amor paterno. Jesús dijo: «Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra? […] ¡Cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a los que le piden!» (Mt 7, 9.11).
Debemos identificar nuestra voluntad con la voluntad de Dios
¿Qué le pedimos al Señor? Lo que deseamos. Debemos, no obstante, tener presente que la primera condición de toda súplica eficaz es la de identificar nuestra voluntad con la voluntad de Dios, que a veces permite cosas y acontecimientos no deseados e incompresibles para nosotros, pero que terminarán por ser grandemente proficuos. «Cada vez que realizamos este acto de identificación de nuestra voluntad con la de Dios, habremos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad» (CARVAJAL, F. Fernández. » Parlare con Dio «, v. I, p. 387).
Termino con las palabras del Santo Padre Benedicto XVI (en su homilía del 31/12/2006): «‘Para Dios nada es imposible’, dijo el ángel a la Virgen cuando le anunció su maternidad divina (cf. Lc 1, 37). […] Por eso, pidamos a la Madre de Dios que nos obtenga el don de una fe madura: una fe que quisiéramos que se asemeje, en la medida de lo posible, a la suya; una fe nítida, genuina, humilde y a la vez valiente, impregnada de esperanza y entusiasmo por el reino de Dios; […] y esté abierta a cooperar en la voluntad de Dios con obediencia plena y gozosa, con la certeza absoluta de que lo único que Dios quiere siempre para todos es amor y vida. Oh María, alcánzanos una fe auténtica y pura. Te damos gracias y te bendecimos siempre, Santa Madre de Dios. Amén».
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