Turín (Jueves, 17-05-2012, Gaudium Press) «La experiencia de vida fraterna de los consagrados, en el respeto de las diversidades y la valorización de los dones de cada uno, son un ejemplo y un estímulo para todos los otros componentes eclesiales». Es una afirmación del cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las sociedades de vida apostólica hecha al «L’Osservatore Romano» y expresada en el congreso en Turín, Italia por los 200 años de la ordenación sacerdotal de San José Benito Cottolengo. En una conferencia realizada en la Pequeña Casa de la Divina Providencia sobre el tema «Los carismas en la Iglesia: ¿cuál profecía para nuestro tiempo?» presentó la colocación de los carismas en la Iglesia y su contribución en la comunión.
Para el Card. Braz el modelo trinitario es modelo también de cómo vivir la gratuidad |
La vida consagrada en la cual es «en definitiva la experiencia de amor recíproco que hace experimentar la mística presencia del Señor resucitado», la coloca en una posición de visibilidad y ejemplaridad dentro de la comunidad eclesial. Es también un «modelo de la unidad-distinción que se vive en la Trinidad», además de una «señal» de la «comunión que toda la Iglesia debe vivir y testimoniar al mundo». Por eso, explicó el cardenal brasileño, «la vida de comunión representa el primer anuncio de la vida consagrada y el primer deber».
La Iglesia favorece la comunión en el modelo trinitario
Por parte de la Iglesia, afirmó el prefecto, es el deber de «ayudar a los hombres a vivir la comunión con Dios y entre ellos» sobre el modelo trinitario. «La vida consagrada, siendo parte viva de la Iglesia, participa a título especial de la única comunión eclesial y la expresa de manera significativa y característica, proponiéndose por esto como lugar privilegiado de experiencia y testimonio de la vida de la Trinidad».
«A pesar de la variedad de las inspiraciones y las formas -continuó el Cardenal Braz de Aviz- en la cual históricamente se expresó, la vida consagrada siempre fue consciente de tener que mirar no solamente el ejemplo de comunión indicado por los Hechos de los Apóstoles entre la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, donde todos eran «un solo corazón y una sola alma» (4, 32), sino todavía más radicalmente a su modelo original, al prototipo de comunión de las tres divinas personas en la Trinidad». Aunque «no haya sido siempre explícito en los fundadores y fundadoras y en sus seguidores esta referencia normativa a la comunión trinitaria. Pero en diversas reglas y en los escritos de diversos de ellos es posible encontrar esta inspiración de fondo».
La vida consagrada sobre modelo trinitario es también para la comunidad eclesial modelo de cómo vivir la gratuidad. La «vida de comunión – observó el purpurado – de molde trinitario que constituye la identidad y la misión de la Iglesia antes, y después de la vida consagrada, es antes que nada un don; diversamente sería una pretensión sobrehumana y permanecería un ideal imposible de ser alcanzado». Por eso, generando comunión en comunión, los consagrados pueden tornarse «señal y profecía» de esta comunión en la Iglesia y en el mundo. Más allá de eso, se demuestran como los ‘especialistas’ de la unión entre ellos en la vida fraterna».
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