Washington (Martes, 29-05-2012, Gaudium Press) Vivien Betland de niña no sentía una especial inclinación por la fe. De sus padres apenas había heredado una débil adhesión a la creencia bautista. Pero en esta hoy joven enfermera de la Universidad de Minnesota, en los EE. UU., Dios también hizo su obra, y la trajo al seno de la Iglesia Católica. Ella fue bautizada y confirmada en la última Pascua. Veamos esta historia, según nos la cuenta ‘ReligionenLibertad’.
Vivien Betland |
Su familia era poco religiosa. Su madre como se dijo era de culto baptista pero esto no mucho significaba: «No diría que era atea, y mis padres sin duda no lo eran, pero no compartieron su fe conmigo ni me enseñaron nada sobre Dios. Había oído hablar de Jesús y sabía que había muerto en la cruz, pero realmente no entendía por qué ni tenía ni idea de la importancia de ese hecho. Mi madre había crecido como baptista, así que de esa forma me identificaba yo cuando me preguntaban». Entretanto, Vivien declara que su infancia fue feliz, y que sus padres fueron amorosos con los hijos.
Sin embargo, un panorama que parecía de cielo sin nubes fue ennegreciéndose por la enfermedad de su madre, a quien diagnosticaron una grave afección renal. Cambios obligados de dieta y de hábitos familiares, sumados a los gastos propios para atender la enfermedad llevaron a la familia a desentendimientos internos y finalmente a la bancarrota. En todas estas dificultades se buscaban recursos humanos de alivio, pero no se procuraba el consuelo divino. Dios seguía siendo el gran desconocido en esas vidas. El carácter de Vivien se fue volviendo más y más retraído.
Encuentro con Cristo en la Cruz
La indiferencia religiosa comenzó a ceder cuando cursando el 2do. año de bachillerato, su hermano, que había ingresado en un campus cristiano le propuso ir a la iglesia. Tras alguna renuencia, Vivien al final acudió al grupo dominical del templo, donde comenzó a expandir su corazón: «Siempre se ofrecían a rezar por mí, y me sentía muy querida. Así aprendí sobre Dios y su amor a sus criaturas, y que Jesús había muerto en la Cruz, Él, un hombre perfecto, para que mis pecados fuesen perdonados y pudiese recobrar la relación con Él».
No obstante, había algo que evidenciaba en sí Vivien y era esa dicotomía que sentía entre lo que creía y lo que vivía, y que su renovada fe protestante no llegaba a explicar: «Me consideraba salvada porque rezaba pidiendo a Jesús que viniese a mi corazón y perdonase mis pecados, pero no permití que eso realmente me cambiara. No es que yo fuese una mala chica, pero sí era egoísta y presumida. Era animadora del equipo del instituto y vivía para ser muy popular. Siempre iba a lo mío».
La fe que trasforma
Pero en sentido contrario, la visita a un orfanato en México en el verano antes de su graduación, fue la ocasión para ver como la fe trasformaba los corazones y lograba cosas que parecían imposibles: «Pude ver que Dios estaba actuando en sus vidas [las de los niños] y que ellos se habían rendido a Él. Había tanta alegría en sus vidas en vez de dolor, que yo quería tener eso. Fue entonces cuando decidí vivir la vida según la voluntad de Dios, y no según la mía», explica.
Un nuevo choque e impulso recibió ella en la Navidad de ese mismo año, con el inesperado anuncio de conversión de su hermano a la Iglesia Católica: «¡Todos nos quedamos anonadados! Él había sido uno de las personas más anticatólicas que yo había conocido. Yo no sabía mucho del catolicismo, pero en mi iglesia baptista se enseñaba que era un error, y yo así lo creía. Creí que mi hermano estaba loco, pero si es lo que quería hacer, tampoco me importaba mucho. Luego fui sabiendo más del catolicismo, pero chocaba tanto con lo que le escuchaba a mi pastor, que no podía ser algo bueno».
La Virgen, la Eucaristía, el Bautismo…
Con su nuevo católico hermano Vivien discutía en particular dos temas de la doctrina católica, la Virgen y la Eucaristía, y aunque su hermano argumentaba y contra-argumentaba, Vivien no se dejaba convencer. «Tampoco me importaba mucho: él amaba a Dios y en mi opinión eso era lo que contaba».
Otro tema que la inquietaba fue el de los reales efectos del bautismo, a raíz del suyo en la confesión baptista durante el verano de 2010, en el río Mississippi: «Mi hermano se alegró, porque aunque yo no era católica, el bautismo borraba mis pecados. De nuevo pensé que estaba loco: el bautismo era sólo un símbolo de nuestra obediencia y nuestra fe en Cristo, pero no obraba realmente nada en nosotros». Entretanto, las preguntas sobre la fe, no eran sino un indicio de su cada vez mayor interés en el tema. Después de su bautismo en la confesión baptista, Vivien tomó la fe más en serio, buscó cambios concretos en su vida, rezó más frecuentemente, leyó y meditó la Biblia, e incluso se volvió en catequista de un grupo de niñas.
Se abre el camino hacia su incorporación a la Iglesia
Ese mismo 2010, durante el invierno, acompañó a su hermano a una adoración al Cuerpo y Sangre de Cristo: «[Él] me dijo que leyera Juan, 6 y que rezara mientras estaba allí. Lo hice y empecé a comprender por qué los católicos creen que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero yo seguía encontrando inaceptables el bautismo infantil y el culto a María. Pero mis ojos se estaban abriendo».
La inquietud de Vivien por clarificar sus creencias, que venían siendo conmovidas en la relación con su hermano católico, la llevó a tomar la decisión de estudiar en profundidad lo que enseñaba la Iglesia: «Debía estudiar con mente abierta lo que realmente enseña la Iglesia».
El empujón final -quien diría- se lo dio la actitud de un pastor de su antigua confesión, que se burló de la creencia eucarística de la Iglesia católica. En un culto dominical, al momento de ofrecer la comunión, él dijo: «Te damos gracias por este pan, que no se convierte mágicamente en tu cuerpo, sino que sigue siendo pan, símbolo de tu sacrificio».
«El tono en que lo dijo claramente se reía de la fe católica -afirma Vivien, y aunque yo todavía negaba que el pan fuese el cuerpo de Cristo, me molestó que se riese abiertamente de la fe católica durante un servicio. Y me sentí ofendida porque eso significaba que se estaba riendo de mi hermano».
También comenzó Vivien a chocar con el carácter meramente simbólico que tiene el bautismo en la confesión baptista. Ella iba creyendo cada vez más que debía operar algo real.
Tampoco entendía la oposición entre la fe y las obras que planteaba su comunidad: «La Biblia dejaba claro que ambos son necesarios. La fe católica parecía ser el único lugar donde podía encontrar algo que diese sentido a la unidad entre la fe y las obras. Cuando más lo estudiaba, más comprendía que lo católico es realmente bíblico».
En el capítulo 1 de San Lucas («bienaventurada te llamarán todas las generaciones») Vivien encontró la justificación escriturística al culto a la Virgen, que tanto había rechazado. Igualmente, el capítulo 6 del evangelio de San Juan le abrió los ojos sobre la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas: «Si Cristo me ofrece todos los días su Cuerpo y su Sangre, ¿cómo podía ignorar ese hecho?». Finalmente, se le hizo claro que Dios tenía que haber instaurado una autoridad para interpretar la Biblia, y que era la Iglesia Católica la que se remontaba hasta los tiempos de Cristo.
Afrontando las dificultades
En septiembre de 2011, Vivien se volvió catecumena, y en la Pascua de este año fue bautizada bajo condición, confirmada y recibió la Primera Comunión.
«Por supuesto, mi transición no ha sido fácil», finaliza en su testimonio: «Encontré mucha resistencia en mis amigos protestantes y mi antiguo pastor. Al principio me costó, pero luego comprendí que también Jesús perdió amigos y lo pasó mucho peor que yo. Y tampoco tengo derecho a quejarme. Sigo teniendo amigos, y por supuesto me ha ayudado mucho mi hermano. Ahora soy muy feliz de formar parte de la Esposa de Cristo».
Gaudium Press / S. C.
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