sábado, 23 de noviembre de 2024
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Las apariencias no siempre engañan: belleza y teología en la nueva evangelización

Redacción (Viernes, 08-06-2012, Gaudium Press) La sabiduría popular supo acuñar breves dictados que expresen grandes realidades. Algunos de estos refranes contemplan la vanidad de las exterioridades en la vida humana: «las apariencias engañan», o todavía, «quien ve cara, no ve corazón».

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Santo Tomás de Aquino

Con no menor brillo, los autores sagrados también recordaron en diversos lugares esta innegable verdad: «No evalúes un hombre por su apariencia, no desprecies a un hombre por su aspecto» (Ec 11,2). De esta tendencia nos advirtió el propio Divino Maestro (Cf. Jn 7,24).

Sin contrariar esta incontestable verdad, se puede decir que no siempre la exterioridad es desnecesaria, pues la Sagrada Escritura, al mismo tiempo que advierte contra la vanidad de la belleza femenina, de la juventud o de cualquier otra forma de apariencia, presenta por más de 50 veces la palabra «esplendor» como atributo de la grandeza divina; a su vez, el Vaticano II recuerda su papel cuatro veces. La apariencia, pues, no es superflua para la teología…

El análisis de las substancias químicas demuestra que en la mayoría de los casos existe correspondencia entre los elementos de la naturaleza y su apariencia estética. En razón de esta realidad palpable, la metafísica tomista nos explica que la esencia es compatible con su manifestación.

Los transcendentales no son de tal forma distintos que se puedan separar la verdad o la bondad ontológicas de la belleza. Existe, por tanto, plena reversibilidad entre ellos [1]. Por tanto, el ente y lo bello se identifican, pues «pulchrum y bonum en cierto sujeto son idénticos, porque se fundan sobre la misma cosa, a saber, sobre la forma, y por causa de esto, el bien es alabado como bello»[2].

Santo Tomás no tiene recelo de resaltar la preeminencia de lo bello sobre la bondad en la perspectiva del conocimiento: «el pulchrum supera al bonum en el orden cognoscitivo, porque lo que es calificado como bonum complace simplemente el apetito, mientras que lo que es denominado bello complace la aprehensión de la cosa» [3]. De hecho, las apariencias no siempre engañan…

Si la belleza es necesaria a la perfecta intelección del universo creado, lo es con mucha mayor razón para la teología la cual tiene como objeto el Ser en su plenitud: Dios. La Via Pulchritudinis no solo prueba la existencia divina, sino se torna indispensable al conocimiento completo de cualquier verdad, inclusive la católica. La belleza es, por tanto, necesaria al estudio, la enseñanza y la profundización de la teología.

De hecho, la admiración es el secreto didáctico a fin de descortinar el panorama de la verdad, pues como enseña el Aquinense: «el pulchrum y el bonum son la causa del movimiento de las mentes y las almas» [4]. Ya San Agustín afirmaba ser el amor el principio, medio y fin de nuestra voluntad [5]; mientras según San Gregorio Magno, solamente con el amor se puede conocer algo de forma perfecta [6]. Vemos, pues, que la belleza en los estudios teológicos es esencial para mover el corazón humano a la sed del conocimiento de Dios y de su hijo Unigénito.

Cuando se trata de considerar la esencia y los atributos de Dios, de Jesucristo, de la Iglesia y de María, de la naturaleza creada y del propio hombre, se vuelve menester manifestar su belleza, pues sin ella no puede haber atracción, ni amor, ni verdadero y pleno conocimiento teológico.

Un gran tomista del siglo XX, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, observaba que era necesario que el bonum y el verum se tornasen conocidos y amados, una que vez existen. Si el hombre no conoce apenas por medio de silogismos, sino posee instintos y sentidos que lo llevan a captar directamente la realidad, no basta que el verum y el bonum sean comprendidos por vía deductiva. Ellos deben ser conocidos también en el orden de los instintos y los sentidos, tanto físicos como intelectivos.

Para eso es necesario que el bien y la verdad se presenten con belleza [7]. O los alumnos de teología sienten que, aunque ardua, la vía del esfuerzo intelectual es bella y sublime, o la enseñanza está fracasada. La pulcritud de la teología debe despertar en el joven la sed de heroísmo y de profundización [8].

Teniendo este principio como fundamento, uno de los aspectos inéditos de la Nueva Evangelización es justamente testimoniar el amor a la verdad fortificado por el imprescindible papel de la belleza.

Por Marcos Eduardo Melo dos Santos

[1] Cf. São Tomás de Aquino, In I Sententiarum Dis.8, Qu.1, Art.3
[2] S. Th. Prima Pars, Qu.5, a.4; In I Sententiarum Dis.31, Qu.2, Art.1.
[3] S. Th. Prima Secundae, Qu.27, a.1.
[4] Thomae A., In Dionysii De Divinis Nominibus Cap.4 Lec.8.
[5] Santo Agostinho, In epistulam Iohannis ad Parthos tractus, 10, 4: PL 35, 2056-2057.
[6] São Gregorio Magno,,moral, 23,17 PL 76,269.
[7] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA. Plinio. Conferência. 15 fev. 1989. Arquivo ITTA-IFAT.
[8] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA. Plinio. Conferência . 5 fev.1985. Arquivo ITTA-IFAT.

 

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