Redacción (Martes, 12-06-2012, Gaudium Press) Difícilmente se encontrará alguien que no anhele y busque la felicidad. Este anhelo fue puesto por Dios en el corazón de todos los hombres que, a semejanza de San Agustín, solo descansan cuando lo encuentran y en Él «reposan» (Confesiones I, 1). El inicio del Catecismo de la Iglesia Católica comienza exactamente con esta temática, recordando que el hombre es capaz de Dios. Entretanto, esta insaciabilidad lleva no solo al deseo de una realización personal, en el ámbito de la vocación específica de cada uno, como también de la sociedad doméstica a la cual pertenece, e incluso de la comunidad, en la cual se inserta y vive.
Peregrinando por el mundo, la felicidad será siempre relativa, pero esta búsqueda incesante estará por detrás de todo aquello que el hombre opera |
Nos enseña el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia que «el bien común de la sociedad no es un fin aislado en sí mismo; él tiene valor solamente en referencia a la obtención de los fines últimos de la persona y al bien común universal de toda la creación» (n. 170). O sea, la realización personal nunca se hace de un modo aislado, sino en un contexto, una sociedad, peregrinación en esta tierra heredada para el Hombre para dominar a través de su trabajo, y coger los frutos, obteniendo el alimento con el sudor del rostro (Gn 1, 28-29; 3, 19).
Así, la felicidad terrenal, imperfecta, no se torna «en un mar de alegrías, de continua beatitud, que, durará siempre» (Is 35, 10), pues le falta la visión beatífica -totus sed non totaliter-, de Dios. Peregrinando por el mundo, la felicidad será siempre relativa, pero esa búsqueda incesante estará por detrás de todo aquello que el hombre opera.
Es imposible que la criatura racional dé un solo paso voluntario que no esté encaminado, de una u otra forma, a su propia felicidad, ya que, […] todo agente racional obra por un fin, que coincide con un bien (aparente o real) y, por el mismo, conduce a la felicidad (ROYO MARÍN, Antonio. Teología Moral para Seglares. 7. ed. Madrid: BAC, 2007. Vol. I. p. 22).
Por eso, explica Santo Tomás de Aquino que todos desean alcanzar la beatitud [felicidad], entretanto, difieren en los medios para obtenerla, buscándola a través de riquezas, placeres, u otras cosas. Sin embargo, el fin, aunque implícitamente, permanece el sumo bien para el cual tienden todos los hombres (S. Th. I-II, q. 1. a. 7.). Ahora, éste es identificado por el P. Royo Marín, OP como siendo el propio Dios:
«No es ni puede ser otro que el propio Dios, Bien infinito, que sacia por completo el apetito de la criatura racional, sin que absolutamente nada pueda desear fuera de él. Es el Bien perfecto y absoluto, que excluye todo el mal y llena y satisface todos los deseos del corazón humano» (Op. cit. p. 23).
Por Padre José Victorino de Andrade, EP
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