Redacción (Miércoles, 13-06-2012, Gaudium Press) En la segunda mitad del siglo XVI, Venecia era una de las ciudades más pobladas de Europa: 175.000 habitantes compartían su belleza, encanto y vivacidad cultural.
Poseía una de las flotas marítimas más grandes de Occidente y sus muelles le servían de valioso instrumento para la constitución de su gloria y riqueza. Sin embargo, esta vía abierta a la prosperidad a veces podía convertirse en causa de peligro inminente: la Peste Negra rondaba las ciudades portuarias y se sentía especialmente atraída por las grandes aglomeraciones urbanas.
En el siglo XIV la Serenísima República ya había sido trágicamente diezmada por la mortal epidemia, la cual volvió a castigarla una vez más en 1575, extendiendo por todas partes su terrible cortejo de muerte y sufrimiento.
Se manifestaba de diferentes maneras, pero en todos los casos el óbito ocurría rápidamente. Las oportunidades de supervivencia eran escasas y las posibilidades de contagio, enormes. En esta segunda irrupción se cobró la vida de más de un tercio de los venecianos.
Ante la magnitud de tal catástrofe, el Senado acordó, en septiembre de 1576, que el Dux Alvise I Mocenido hiciera el voto de erigir una iglesia dedicada al Santísimo Redentor con la finalidad de implorar a la Misericordia Divina el fin de la incontrolable epidemia.
Al año siguiente, el 3 de mayo, era puesta en la isla de la Giudecca la primera piedra del templo votivo, que sería construido bajo la dirección del célebre arquitecto Andrea Palladio.
Mientras tanto, la enfermedad seguía provocando numerosas muertes.
Sin embargo, setenta días después, en medio de un júbilo general, la Peste Negra era declarada definitivamente extinguida. Llenos de gratitud con la Divina Providencia, los venecianos decidieron recordar anualmente esa fecha.
Desde entonces, hace más de cuatro siglos, en el tercer domingo de julio se celebra la «Fiesta del Redentor», una de las más bellas y populares de la Ciudad de los Doges. Comienza el día anterior con la apertura del «puente votivo», formado por barcos, que conecta la ribera del
Zattere con la isla de la Giudecca, cubriendo una distancia de 330 metros. Culmina con la solemne Misa presidida por el Patriarca en la iglesia del Santísimo Redentor.
La noche del sábado tiene lugar durante casi 45 minutos un espectáculo de singular belleza: una gran quema de fuegos artificiales que tiene como escenario el inigualable y poético Bacino di San Marco.
En ese momento decenas de miles de espectadores dirigen sus ojos al cielo para contemplar, extasiados, tan deslumbrante exhibición pirotécnica. Ésta, con su cromático aspecto mágico, evoca la majestuosa figura del Redentor de la humanidad, siempre dispuesto a derramar con cascadas de luz y de gracia los indescriptibles tesoros de su divina misericordia.
Por Gustavo Kralj
Iglesia del Santísimo Redentor |
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