Ciudad del Vaticano (Lunes, 18-06-2012, Gaudium Press) El Reino de Dios es «una realidad humanamente pequeña, compuesta por quien es pobre en el corazón, por quien no confía en su propia fuerza, sino en aquella del amor de Dios, por quien no es importante a los ojos del mundo; y aún así, a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante», recordó Benedicto XVI en el Ángelus de esta mañana a los numerosos fieles presentes en la Plaza San Pedro. El Papa comentó el significado de la parábola del sembrador.
Los grandes triunfadores son los que confían en el poder y el amor de Dios, expresó el Papa |
En la reflexión sobre la lectura de hoy del Evangelio, el Santo Padre observó que «el tiempo presente es tiempo de sembrar, y el crecimiento de la semilla es asegurado por el Señor». La semilla es el símbolo de la vida de cada uno de los fieles, por eso «todo cristiano, sabe muy bien que debe hacer todo aquello que puede, pero que el resultado final depende de Dios». Esta consciencia de la propia pequeñez «lo sustenta en las dificultades de cada día, especialmente en las situaciones difíciles».
El Pontífice resaltó que esta imagen de la semilla es «particularmente querida para Jesús, porque expresa bien el misterio del Reino de Dios». Las «dos parábolas de hoy representan el «crecimiento» y el «contraste» y dan un mensaje claro. «El Reino de Dios – observó Benedicto XVI – aunque exija nuestra colaboración, es antes que nada un don del Señor, gracia que precede al hombre y sus obras».
Por eso, «nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente delante de los problemas del mundo, se apoya en la fuerza de Dios que no teme obstáculos, porque segura es la victoria del Señor». La experiencia del milagro del amor de Dios, que hace germinar y hace crecer toda semilla que viene esparcida sobre la tierra, «nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal que encontramos».
«Así también – continuó el Papa en el saludo en español -, que la vida de gracia y amor de Dios, sembrada en nuestra alma con el bautismo, y alimentada con la escucha de la palabra de Dios, la participación en los sacramentos y la oración constante, crezca continuamente y llegue a madurar en frutos abundantes de fe, esperanza y caridad.»
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