Redacción (Miércoles, 20-06-2012, Gaudium Press) «Nuevos instrumentos» y «nuevas expresiones para tornar comprensible la palabra de Dios en los ambientes de vida del hombre contemporáneo»: es ese, el hallazgo de esos nuevos instrumentos, uno de los motivos que han llevado al Santo Padre a convocar el próximo Sínodo de los Obispos, sobre el tema de la Nueva Evangelización. Las expresiones citadas son recientes, de Mons. Nikola Eterovic, Secretario general del Sínodo de los Obispos.
Sabemos que las recientes generaciones son las de la imagen. Ya lo decía Pablo VI en la ‘Evangelii Nuntiandi’, hace casi 40 años: «El hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen. Estos hechos deberían ciertamente impulsarnos a utilizar, en la transmisión del mensaje evangélico, los medios modernos puestos a disposición por esta civilización».
El Papa Montini constataba desde entonces esa dificultad del hombre moderno con la palabra demasiado abstractiva, demasiado alejada de la realidad concreta, demasiado separada de la ‘imagen’, es decir, de los datos aportados por los sentidos. Afirmaciones verdaderamente proféticas, pues todas las proyecciones de los ‘gurúes’ de la comunicación apuntan a que en poco tiempo un altísimo porcentaje del tráfico en internet (que muchos afirman también que ‘succionará’ a todos los otros medios) será de contenido visual.
Ante ello ¿qué hacer? La Nueva Evangelización tiene que tener en cuenta esos datos.
Confianza, pues, el Espíritu Santo tiene su palabra adecuada para cada momento histórico, para cada época de la humanidad. Sin renunciar a la palabra -pues Dios es también Palabra, y nos dejó su Palabra, viva y escrita- sabemos que Dios también escribió con caracteres de oro otras ‘palabras’ maravillosas, en el magnífico libro de la Creación. La Creación es también la sinfonía, la poesía compuesta por Dios, la gran obra literaria escrita por Dios.
Es ella una sinfonía gigantesca y variada, multiforme y a su vez jerárquica, matizada, delicada, sutil, interesantísima, por veces también fuerte, casi interminable, una sinfonía que en su conjunto nos da una idea global del Ser Divino, del Absoluto, como afirma Santo Tomás de Aquino.
Esa sinfonía es de sólo ‘imágenes’, de colores, de olores, sonidos, sabores, de texturas, de formas y figuras, de nubes y de cielos, de mares multicolores, de montañas maravillosas, de animales sin fin, y sobre todo de seres racionales variadísimos, los hombres, quienes son la imagen visible más perfecta de Dios.
Dios, pues, desde el inicio de la Historia, ya tenía un lenguaje propio para hablarle a la actual generación de la imagen.
Cumple ahora, como carisma específico apropiado para estas épocas de globalización, hacer lo que Plinio Côrrea de Oliveira llamaba de ‘trascendencia’, es decir, ejercitarnos en el elevarnos desde el ser creado hasta el Ser Infinito, aprovechando el concepto tomista de participación: «Toda naturaleza que se encuentra en un modo graduado proviene de algo primero y único que posee esa naturaleza perfectamente; la causa debe ser única, pues efectos semejantes reclaman una fuente única», como dice Ángel Luis González en Ser y Participación, comentando a Santo Tomás.
De los efectos a la Causa, de las criaturas al Creador, de las ‘imágenes’ a su Fuente.
Por ejemplo, de un maravilloso pajarillo como el colibrí, de agilidad sin par, de plumaje pétreo verdoso azulado que parece de piedra preciosa, que flota y corre y bebe y nuevamente flota, y no parece estar sujeto a la ley del peso, a la ley del esfuerzo, del cansancio, que parecería tener la ubicuidad de los espíritus puros, que parecería nunca tocar el suelo, que conserva la pureza y limpieza del aire puro. Del colibrí hasta el Hacedor del colibrí.
O de la fisonomía de un santo hasta Dios. Bueno, qué santazo, San Francisco de Borja, en la expresión de la figura atribuida a Juan Martínez Montañez. De ese rostro contemplativo, evidentemente muy sufrido y con una nota de tristeza, pero no de una tristeza que agobia, sino de una tristeza serena, que incute confianza, que genera paz. De ese rostro de bondad y al mismo tiempo de seriedad, muy reflexivo. De esa mente reflejada en ese rostro que ya ha analizado y despreciado todas las vanidades del mundo, todas las futilidades de esta tierra, y nada de lo que él ya sabe es oropel lo encanta. De esa mirada al mismo tiempo que mira a su interlocutor, pero que está sobre todo puesta en Dios, en la eternidad, en lo Absoluto; de esa mirada que más parece estar mirando desde dentro del propio Dios. Pues, del rostro del Gran San Francisco de Borja hasta el Santificador de San Francisco de Borja, hasta Dios.
Y así con todo, pues como decía Plinio Côrrea de Oliveira, el Universo, todo, es una catedral: el Universo es el templo donde habita Dios.
Por Ramón García
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