Redacción (Jueves, 21-06-2012, Gaudium Press) Un bebé que llora simboliza la oración del necesitado. Algo le está faltando. La madre solícita interpreta luego los anhelos del niño: tendrá sed o tal vez un poco de frío, padecerá de hambre o quizá de una pueril soledad… De manera análoga, entre Dios y nosotros sucede lo mismo. Somos niños afligidos que dirigen al Padre algunas súplicas e invocaciones. Sin embargo, ¿estará Él atento a nuestros ruegos?
«Es necesario orar siempre sin jamás desanimar» (Lc 18,1) |
Se diría, según enseña Santo Tomás de Aquino (Cf. Suma Teológica II-II. q.83, a.2), que a las cosas humanas no compete lo que toca en las cosas divinas, pues rezar es elevar la mente a Dios. Y manteniendo su posición, el Aquinate se apoya en las palabras del profeta Malaquías: «Dijisteis que es inútil quien sirve a Dios» (Mq 3,14). Luego, siendo yo inútil hasta incluso para prestar culto a Dios, cuánto más al dirigirle una oración terrenal e imperfecta. Mi oración, por consiguiente, no podría influenciar en nada el curso de los acontecimientos, asemejándose a un solitario grano de arena que se pierde en la inmensidad del océano.
Por tanto, parece que no es necesario rezar. Y, corroborando con esa idea, agrega San Mateo: «Vuestro Padre sabe de aquello que carecéis» (Mt 6, 8). Si Dios ya sabe lo que necesitamos, de nada serviría hacer una oración a Aquel que todo ve, analiza, discierne y sabe. En tesis, Él ya dispuso las cosas de tal manera que, en mi vida, nada debería faltar. Entretanto, es el propio Santo Tomás que, por la pluma de San Lucas, da un argumento que se contrapone a lo dicho anteriormente: «Es necesario orar siempre sin jamás desanimar» (Lc 18,1). Tenemos, ahora, la imperiosa advertencia de nunca abandonar la oración. ¿Cómo desvendar ese enigma?
La respuesta es simple y remonta al inicio de este artículo. Cuando el niñito no reclama, no llora, inquietudes y preocupaciones invaden a su progenitora. «¿Estará mi bebé enfermo? No me pide leche, no reacciona a nada que le digo o hago. Mejor será llamar un médico…» En sentido opuesto, cuando pedimos a Dios alguna gracia o favor -Él en su infinita liberalidad y sin alterar en nada sus providenciales planes- nos concede indudablemente todo cuanto pedimos. Enseña San Gregorio Magno que «pidiendo, los hombres merezcan recibir aquello que Dios omnipotente determinó concederles desde la eternidad». Luego, sabiendo Dios de nuestras insuficiencias y carencias, desea ser como una Madre que se complace en escuchar al niño que llora, poniendo atención en nuestras necesidades para, así, saciarnos con los manjares celestiales.
Es de San Alfonso María de Ligorio la célebre frase: «Quien reza se salva, quien no reza se condena». Siendo así, recemos mucho. Sin embargo, alguien puede objetar: «Está muy bien, yo rezo. Entretanto, ¿debo rezar mucho o poco? No tengo mucho tiempo disponible». Respondemos: Mi querido, rece. Rece como pueda, rece en la medida en que las posibilidades le permitan. ¡Rece bastante, pero rece! No fue en vano que el propio Jesús nos enseñó: Padre Nuestro, que estás en el Cielo…
Por Frederico Ozanam Carvalho de Rezende
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